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Las seis causas de la crisis de Europa

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Las cuatro preguntas formuladas por Kant —¿qué puedo saber?, ¿qué debo hacer?, ¿qué me cabe esperar?, ¿qué es el ser humano? — siguen siendo un excelente mapa para orientarse en el pensamiento moderno. Sin embargo, la experiencia histórica posterior sugiere que el problema no ha sido la falta de preguntas, sino el horizonte desde el que se han intentado responder.

La Ilustración y sus herederas, la modernidad, y la postmodernidad, confiaron en que la razón autónoma bastaría para articular el conocimiento, la moral y la esperanza. El resultado, en la postmodernidad tardía, es una cultura altamente competente desde el punto de vista técnico, pero profundamente frágil en términos morales y antropológicos: lo que he descrito como La sociedad desvinculada.

(1) pérdida de inteligibilidad de la vida humana, la ausencia de sentido de la vida en común.

Desde la tradición cristiana, la crisis de Europa no se explica solo por errores políticos o económicos, o por la extraña confabulación  que une a adversarios, Estados Unidos, Rusia y China contra Europa, según el nuevo relato que quiere imponer el establishment progresista, sino por una (1) pérdida de inteligibilidad de la vida humana, la ausencia de sentido de la vida en común. Allí donde se rompe la unidad entre verdad, bien, comunidad y fin último, el sujeto queda entregado a sí mismo, sin recursos para ordenar su deseo, ni para sostener una esperanza que vaya más allá del bienestar inmediato. La  última quiebra se produce cuando  aquellas  elites gobernantes son incapaces de asegurar aquel bienestar a la vez que impulsan una carrera armamentista y ofrecer un horizonte de futuro.

(2) formación de la virtud

Santo Tomás de Aquino ofrece una clave decisiva para comprender esta situación. Para él, la vida moral no se reduce al cumplimiento de reglas externas. Las normas son necesarias, pero insuficientes. Lo decisivo es la (2) formación de la virtud, es decir, de hábitos buenos que configuran el carácter y orientan la libertad hacia el bien. Sin virtud, la moral se convierte en legalismo; sin gracia, incluso la virtud queda incompleta. La plenitud de la vida humana no es alcanzable solo por esfuerzo moral, sino que requiere una transformación interior que eleve y sane la naturaleza.

La exclusión de esta dimensión —de la gracia, o al menos de la idea de una transformación interior real— es una de las causas profundas del hundimiento de la sociedad occidental contemporánea: se exige un comportamiento correcto sin ofrecer un camino de conversión del sujeto. MacIntyre retoma, y actualiza la crítica desde la filosofía secular y da lugar a una obra cumbre: Tras la Virtud. El Particular Me Too del PSOE es un ejemplo bien ilustrativo de sus consecuencias: feminismo político sin respeto práctico a la mujer concreta.

(3) la negación de que exista un orden objetivo del amor

San Agustín va aún más al fondo del problema al señalar que la moral es, en última instancia, una cuestión de amor. No pecamos principalmente por ignorancia, sino por desorden del deseo. Amamos lo que no merece ser amado como absoluto, y relegamos lo que debería ocupar el centro. Han roto el ordo amoris. Cuando el poder, el placer, el reconocimiento o el éxito se convierten en fines últimos, el mal aparece no como transgresión consciente, sino como deriva vital. Obrar bien consiste en reordenar el amor: amar a Dios por encima de todo y, desde ahí, al prójimo. El rechazo moderno de esta visión — (3) la negación de que exista un orden objetivo del amor— constituye otra de las grandes fracturas de nuestra cultura. En nombre de la autonomía, el deseo queda sin educación; en nombre de la autenticidad, se legitima cualquier orientación afectiva. El resultado no es mayor libertad, sino la atomización del ser humano y de la sociedad. ¿Cuántas identidades sexuales define la ideología de género, 20, 30, 40…? ¿Qué sociedad puede soportar tal fragmentación de lo humano?

(4) La ética cristiana no es una lista de prohibiciones, sino un camino de formación del carácter

Alasdair MacIntyre ha mostrado con particular lucidez cómo esta crisis se manifiesta en la vida cotidiana. La moral moderna ha reducido el obrar humano a una suma de decisiones aisladas, desconectadas de una historia personal y de un fin compartido. Frente a ello, MacIntyre recupera la idea de que una vida buena solo puede entenderse como una narrativa unificada, sostenida por prácticas sociales con bienes internos: educar, cuidar, gobernar, curar, enseñar, celebrar. No nos hacemos virtuosos eligiendo correctamente en abstracto, sino participando en comunidades que transmiten criterios de excelencia y sentido. Lo que significa que aquel particular Me Too socialista se produce porque tal comunidad política es incapaz de trasmitir entre sus miembros la vivencia de lo que predica. (4) La ética cristiana no es una lista de prohibiciones, sino un camino de formación del carácter dentro de vínculos estables. La disolución de estas prácticas y comunidades —familia, escuela con autoridad moral, tradiciones compartidas, comunidad religiosa— constituye una causa central de la quiebra occidental: sin mediaciones formativas, la moral se vuelve irreal o emotiva.

(5) Vivir humanamente implica orientarse hacia bienes que reclaman fidelidad, y esta exige donación, desprendimiento, compromiso.

Charles Taylor ha añadido una dimensión complementaria al subrayar que los seres humanos no solo eligen, sino que realizan evaluaciones fuertes: reconocen que unas cosas valen más que otras. (5) Vivir humanamente implica orientarse hacia bienes que reclaman fidelidad, y esta exige donación, desprendimiento, compromiso. Sin embargo, la cultura desvinculada ha tendido a negar esta jerarquía, sustituyéndola por una concepción de la autenticidad entendida como expresión ilimitada del deseo. En este contexto, el deber moral deja de ser respuesta a una llamada objetiva y se convierte en autoafirmación subjetiva. Esta absolutización del deseo —presentada como signo de libertad— constituye una causa del colapso cultural y moral: al eliminar toda referencia a un bien que trascienda al individuo, se vacía la noción misma de responsabilidad moral.

(6) Para la tradición cristiana, existir es un don.

Aún existe otra fractura todavía más radical  y afecta al modo mismo de comprender la existencia. (6) Para la tradición cristiana, existir es un don. La contingencia no degrada al ser humano; lo sitúa en la verdad de su condición de criatura. La dignidad no se gana por autonomía, productividad, oportunidad de la vida o racionalidad en acto, sino que se recibe. Rechazar la vida como don —considerarla solo como producto, proyecto o elección— implica erosionar la dignidad incondicional de toda persona, especialmente de las más vulnerables. (6) Cuando la existencia deja de ser acogida incondicionalmente y pasa a ser evaluada según criterios de necesidad, oportunidad, utilidad o deseo, la sociedad pierde su fundamento ético más elemental.

Estas seis consideraciones no son añadidos marginales, sino piezas de un mismo diagnóstico.

La sociedad desvinculada no ha fracasado por falta de normas, sino por haber separado la moral de la virtud, el deseo del orden del bien, la libertad de la verdad, la identidad de la comunidad y la existencia del don. Frente a ello, la respuesta cristiana a las preguntas de Kant no consiste en negar la razón moderna, sino en reintegrarla en un horizonte más amplio, donde el conocimiento se ordena a la verdad, la acción al bien, la esperanza a la plenitud y el ser humano a su vocación última; A Dios, manifestado en Jesucristo y su Buena Nueva, o por los menos, cuando la fe no existe, en la cultura que aquel hecho ha significado y significa para la humanidad y en una medida decisiva para Occidente

Las preguntas siguen siendo válidas. Lo que está en cuestión es si queremos responderlas desde un yo aislado y autosuficiente, y entonces las respuestas actuales son de miedo y desesperanza, o desde una concepción del hombre como criatura llamada a la verdad, al amor y a la comunión portadora de sentido y con él de esperanza.

Europa no sufre solo una crisis económica o política, sino una crisis del alma: hemos separado la libertad de la verdad y el deseo del bien. #CrisisDeEuropa #Occidente #Cultura Compartir en X

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