fbpx

El Misterio de la Navidad.

COMPARTIR EN REDES

En estos momentos en los que escribo quedan tres días para la Nochebuena. Sin embargo, desde hace más de un mes, prácticamente desde que pasó Halloween, vemos ya adornos navideños en las calles, en los escaparates, en las ventanas de muchas casas. Cada vez llega antes la Navidad. Lo que el mundo entiende por Navidad. Y muchos católicos se dejan contagiar, se dejan arrastrar por la corriente, y comienzan a adornar sus casas con motivos navideños cada vez más pronto. Pasan de la celebración de Todos los Santos a la celebración de la Navidad saltándose el Adviento a la torera.

Pero la liturgia no es algo que el hombre ha inventado para dar gloria a Dios, o para ordenar el tiempo. La liturgia nos viene dada de lo alto, y nosotros, si queremos ser humildes, no podemos sino recibirla con agradecimiento. No es algo que podamos manejar a nuestro antojo. Cuando esto se olvida, se corre el riesgo de que la creatividad del hombre ocupe el lugar de lo sagrado. Ya no se celebra la Misa para dar gloria a Dios, sino para entretener a la gente. A ver qué podemos inventar para que la iglesia se nos llene los domingos. Se pierde el sentido de lo sagrado, y se convierten las celebraciones litúrgicas en una suerte de carnaval.

Los tiempos litúrgicos son importantes, y el Adviento es uno de ellos. Uno, de hecho, de los más importantes del año. Esos cuatro domingos previos a la Navidad no son un invento para que podamos encender unas velitas, ni para que pongamos un calendario con ventanitas en nuestras casas y cada día abramos una, a ver qué hay detrás. Todo eso, especialmente si ayuda a comprender lo que estamos viviendo, está muy bien. Pero no es suficiente. El Adviento es tiempo de preparación, es tiempo de purificación, ante la próxima llegada del Niño Dios. Es importante vivirlo así, y no como una especie de adelanto de la Navidad. El Adviento es una cosa, la Navidad otra, y es importante separarlas y comprender lo que significa cada una, si queremos vivirlas bien y cada una a su debido momento.

Pienso que cuando se adelanta la Navidad, que comienza en la tarde del 24 de diciembre con las Vísperas de la Natividad, se la despoja de su verdadero sentido y se la reduce a lo puramente comercial y festivo. Se la desprende de su sentido religioso, y lo importante ya no es Dios sino las luces, los regalos, las mismas películas de todos los años, y los sentimientos de paz y de fraternidad. La Navidad acaba convertida en una campaña comercial más, como lo pueden ser la de Halloween o la del Black Friday. Y cuanto más duren mejor, porque así aportan más beneficios económicos y mejor nos lo pasamos durante más tiempo.

Pienso también que la Navidad debería ser más silencio que bullicio. Más contemplación que juerga. Está bien celebrar, sí. Hay que celebrar. Tenemos mucho que celebrar. Todo un Dios, creador de un Universo que se nos escapa de las manos, se hace Niño para ponerse a nuestra altura y a nuestra capacidad, tan limitada, de amar. Un Dios tan grande que se hace tan pequeño, tan débil, tan indefenso, y lo hace para borrar el pecado de nuestras vidas. No hay mayor motivo que ese, no lo hay por mucho que rebusquemos, para celebrar por todo lo alto.

Por ello, comamos y bebamos con nuestras familias y seres queridos, sí. Pero hagámoslo con moderación y reflexionando sobre el sentido de por qué lo hacemos. No celebramos el cumpleaños de Jesús, como dicen algunos. No, lo que celebramos, lo que conmemoramos, es su Nacimiento, cada año como si fuera la primera vez. Celebramos que ha venido a salvarnos, y no hay mayor alegría en este mundo que esa. Celebremos, pero también, y sobre todo, hagamos silencio y recemos, agradecidos, en lo más profundo de nuestros corazones.

No me aparto de la verdad teológica, dijo San José María Escrivá de Balaguer, si te digo que Jesús está buscando todavía posada en tu corazón (Es Cristo que pasa, 22). Preparemos, pues, nuestros corazones, para acoger el Nacimiento de Nuestro Señor, de Nuestro Jesús, que, a pesar de nuestra indignidad, llama una vez más a nuestra puerta. Y qué mejor preparación que la oración, el silencio y la contemplación del Misterio. Dice Don Fernando Rey, presbítero: no busques la Navidad en el ruido. Escucha la llamada silenciosa, confiesa tus pecados, ora, abre las puertas del corazón a María y a José. Entra en la épica del silencio, y deja el ruido para los del matasuegras. Pues eso.

Hace algún tiempo escribí esta felicitación navideña, con la que hoy me gustaría acabar este artículo y felicitar a mis lectores y a todo el equipo que hace posible Forum Libertas.

María y José, dejadme esta Noche que me quede con vosotros en el portal. Dejadme coger un rato al Niño, jugar con Él, mecerle en mis brazos, cantarle, arrullarle, bailarle, dejadme que yo lo duerma, y que lo acueste en su lecho de pajas. Dejadme que me siente después junto a vosotros, al calor del buey y de la mula, oliendo a establo, dejadme que me quede mirando al Niño, embobado, hasta quedarme dormido yo también.

¡Feliz y Santa Navidad! Que el Niño Dios nazca en vuestros corazones y os colme de bendiciones.

No busques la Navidad en el ruido. Escucha la llamada silenciosa, confiesa tus pecados, ora, abre las puertas del corazón a María y a José. Entra en la épica del silencio, y deja el ruido para los del matasuegras Compartir en X

 

¿Te ha gustado el artículo?

Ayúdanos con 1€ para seguir haciendo noticias como esta

Donar 1€
NOTICIAS RELACIONADAS

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.

Rellena este campo
Rellena este campo
Por favor, introduce una dirección de correo electrónico válida.

El periodo de verificación de reCAPTCHA ha caducado. Por favor, recarga la página.