Adviento es un susurro que atraviesa los siglos. Un tiempo que no se mide en días, sino en hondura.
Una espera que educa el corazón para reconocer la llegada de Dios en todos los modos en los que Él decide venir para nosotros.
Adviento se vive en tres tiempos:
como si el corazón aprendiera a latir al ritmo mismo de Dios: pasado, presente y futuro.
1. El pasado: la promesa hecha carne
En el principio, el Adviento fue un anhelo.
Un pueblo que caminaba en la noche levantaba la vista hacia el cielo, sosteniendo una promesa casi imposible:
Dios vendría. Dios mismo. Adviento es memoria: recordar que Dios no se olvidó.
Un día, en el silencio de un pesebre olvidado, el Eterno se dejó tocar por el tiempo, la Eternidad se dejó envolver en pañales.
El Infinito tuvo un rostro. El Hijo de Dios se hizo hijo de mujer.
Hubo una vez en el mundo un pesebre, y en ese pesebre algo más grande que el mundo” C.S. Lewis
Allí, en esa pobreza luminosa, ocurrió algo más profundo:
Dios no solo se reveló; también nos reveló a nosotros.
“Por una decisión enteramente libre, Dios se revela y se da al hombre. Lo hace revelando su misterio, su designio benevolente que estableció desde la eternidad en Cristo en favor de todos los hombres”. Catecismo de la Iglesia, 50
Al contemplar al Niño dormido, comprendemos nuestra identidad olvidada: que hemos sido creados para la filiación. Que no somos huérfanos ni esclavos del destino. Que somos hijos llamados a volver a casa.
Ese pesebre —tan humilde que casi da vergüenza mirarlo— es el espejo donde el hombre recupera su verdad.
Dios encarnado, pequeño, necesitado, nos recuerda quiénes somos.
2. El futuro: la venida que cumplirá todo deseo
Pero el Adviento no termina en Belén. Hay otra venida, la definitiva.
Adviento también es anhelo. Cristo volverá. Y entonces todos los deseos verdaderos encontrarán su cumplimiento.
Las lágrimas serán memoria sanada. Las heridas, historia redimida. La justicia que el mundo no pudo dar, Dios la dará en plenitud.
Esperar la segunda venida es atrevernos a creer que nada bueno se perderá.
Esperar no es resignarse: es afinar el corazón para lo eterno. Comprendiendo que caminamos hacia un abrazo final que ya se está preparando en el cielo.
3. El presente: la venida cotidiana, la Eucaristía
Y sin embargo, mientras esperamos la gloria futura, Él ya está viniendo ahora. Viene cada día, escondido, silencioso, fiel, en ese milagro humilde que es la Eucaristía.
La fila de la comunión es un pequeño Adviento: pasamos de pie, uno detrás del otro, avanzando hacia una promesa que se cumple al comulgar.
Es un caminar torpe pero bello: andan los cansados, los distraídos, los que dudan, los que creen, los que caen, los que vuelven. Todos hacia Él.
Charles Dickens escribió que el desafío es “mantener la Navidad en nuestro corazón todo el año”.
Y qué es esa fila sino un intento de hacerlo: volver, una y otra vez, al pesebre del altar donde Dios se da entero, donde Dios sigue naciendo.
La Eucaristía es el Belén —la casa de pan— que permanece.
El lugar donde Dios sigue viniendo para encontrarse con nosotros y recordarnos quiénes somos: hijos amados, buscados, salvados.
Mientras esperamos lo que vendrá, Él ya está viniendo y esperándonos a diario.
Emmanuel y Jesús: la doble sorpresa
Decimos que esperamos a Emmanuel —Dios con nosotros. Y sin embargo, cuando llega, lo que recibimos es a Jesús —Dios salva.
La sorpresa del Adviento es esa: Dios no solo viene a estar, viene a actuar. No solo acompaña, redime. No solo se acerca, transfigura.
El pesebre: espejo de nuestra identidad
Todo se resume allí: en el pesebre. En ese Dios que llora, que tiembla, que necesita calor. Allí Dios se revela como Hijo. Y al hacerlo, nos devuelve la identidad perdida.
Nos recuerda que la historia del hombre no empieza en su pecado, sino en su filiación.
Adviento es despertar a esa verdad. Es dejar que Dios vuelva a pronunciarnos: “Tú eres mi hijo amado; en quien me complazco”
Por eso…
Adviento no es contar días, sino aprender a mirar de nuevo nuestra verdad en Su verdad.
Es vivir abiertos al Dios que vino, que viene y que vendrá. Es caminar hacia el altar como quien camina hacia una nueva Navidad cada día. Es dejar que la luz del Hijo en el pesebre ilumine nuestro pasado, sostenga nuestro presente y transfigure nuestro futuro. Es creer, una vez más, que Dios sigue viniendo. Silencioso. Fiel. Salvando.
Adviento se vive en tres tiempos, como si el corazón aprendiera a latir al ritmo mismo de Dios: pasado, presente y futuro. #adviento Compartir en X









