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Anestesia de la conciencia moral

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Aunque sea un sin sentido, el mal convertido en contenido es cada vez más común.

El concepto de “banalidad del mal”, acuñado por Hannah Arendt, describía cómo los actos más atroces pueden ejecutarse por personas comunes, simplemente por obedecer sin pensar.

Además, Arendt advirtió que la obediencia ciega y la indiferencia moral podían ser más peligrosas que el odio activo.

Hoy, ese fenómeno reaparece en múltiples espacios, en series de televisión, redes sociales y plataformas… El mal ya no se oculta.

Anestesia moral

Esta banalización no es solo sociológica, se lleva por delante alfo muy importante lo espiritual. San Pablo advirtió que “todo lo que no proviene de la fe es pecado” (Rom 14, 23). Es decir, no hay actos neutros.

Ignorar, desensibilizar o mirar sin actuar también es pecado. Y es precisamente esto lo que fomentan muchos medios: una pasividad culpable.

El Catecismo enseña que la libertad verdadera consiste en elegir el bien. Pero cuando los jóvenes y niños solo consumen banalidad, su libertad se corrompe.

Se habitúan a un mundo donde se ríen de la humillación ajena y lo convierten en meme y donde el sufrimiento es apenas una imagen que se desliza con el pulgar.

Atención que ceguera espiritual no es sólo fruto de la malicia, sino de la costumbre. Como advierte el Catecismo (CCIC 1868-1870), la omisión también es complicidad. Y hoy se peca mucho de omisión a través de las pantallas.

El alma infantil, terreno fértil o baldío

El escritor católico Michael O’Brien, en su libro Paisaje con dragones, advierte sobre los símbolos que han sido pervertidos en la cultura infantil. El dragón, tradicionalmente símbolo del mal en la iconografía cristiana, hoy aparece como criatura simpática e incluso amigable.

El problema no es la fantasía en sí, sino su desarraigo del bien, su disolución moral.

Si un niño no es capaz de distinguir lo que representa el bien y el mal simbólicamente, ¿cómo podrá discernirlo en la vida real?

Nuestros hijos crecen dentro de una cultura con distracciones adictivas. Lo que produce que al no ofrecerles belleza ni verdad, terminan confundidos, vacíos, incapaces de cultivar la esperanza. Como decía Charles Péguy, “la esperanza es la más pequeña de las virtudes, pero es la que guía a las otras”.

Y el Maligno lo sabe: destruir la esperanza infantil es el primer paso para formar adultos incapaces de amar, de luchar o de creer.

La tecnología no es neutra

No se trata de demonizar la televisión o el internet, pero sí de reconocer su poder formativo. Marshall McLuhan advertía que “el medio es el mensaje”: no solo importa el contenido, sino el modo de consumirlo.

Ver imágenes fragmentarias, sin contexto ni verdad, forma mentes dispersas y corazones fríos.

La información desbordada alienta la desatención, y la desatención produce de forma inevitable superficialidad espiritual. Hoy, nuestros hijos tienen acceso a miles de datos pero no saben pensar, no saben rezar…

Simone Weil decía que educar es enseñar a prestar atención. Pero, ¿cómo hacerlo si todo en su entorno  distrae y desordena?

Si el corazón no se ordena al bien, acaba dominado por el ruido. Y ese ruido es el que reina en nuestras pantallas.

Soluciones

La banalidad del mal se combate con acciones. Como por ejemplo vigilar no solo lo que tus hijos ven, sino lo que dejan de ver: la verdad, la belleza, la caridad.

San Juan Crisóstomo ya advertía a los padres cristianos en el siglo IV: “instruid a vuestros hijos en las letras sagradas desde su más tierna edad”.

No podemos permitir que sean las pantallas quienes les digan qué es bueno y qué es malo. Si no formamos sus conciencias, otros lo harán. Y no siempre para bien. Este es el problema.

Una contracultura 

El cristiano no teme al mundo, pero tampoco se adapta a él. El evangelio lo deja claro: “No os conforméis con este mundo, sino transformaos por la renovación de vuestra mente” (Rom 12, 2).

Es nuestro deber el tratar de construir una contracultura basada en el discernimiento, la verdad y la caridad.

El mal banal se combate con una vida profunda pues bien es sabido que la superficialidad es el terreno fértil del pecado, es ponérselo demasiado fácil. Solo la oración, la educación moral y la comunión fraterna pueden formar corazones capaces de resistir el espectáculo del mal. Necesitamos sembrar en nuestros hijos el deseo de lo eterno. Porque no fuimos creados para entretenernos sin pensar, sino para amar con todo el corazón, con toda el alma y con toda la mente.

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