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Bariona, el Hijo del Trueno, por Jean-Paul Sartre

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A Sartre era suficiente con mirarle la cara para darse cuenta de que se creía todo lo que había escrito. Por eso vivía amargado y disimulaba su odio profundo con un mal genio bastante inmoderado. Por supuesto, él tenía todo el derecho a quejarse. Desde que descubrió que el infierno son los demás vivía con un extintor en las manos. Por eso toda su filosofía está algo chamuscada. Sartre lo odiaba todo y por supuesto también el cristianismo y la Iglesia.
 
Pero a veces la realidad nos golpea como una patada en la boca y nos hace reaccionar. Así puede entenderse esta obra que supone un paréntesis en toda la producción del polémico filósofo francés. En 1940 Sartre, que se había incorporado al ejército francés, es encarcelado por los alemanes en el campo de prisioneros Stalag 12D. Allí compartió presidio, entre otros, con algunos sacerdotes y, llegadas las celebraciones navideñas, compuso esta obra de teatro para dar esperanza a sus compañeros de reclusión.
 
El tema es el de la esperanza. Un pueblo de Palestina, sometido a los abusivos impuestos de Roma, decide no tener más hijos. Esa misma noche nace un niño (Jesús), que hace que todo cambie. El tratamiento del tema de la desesperanza y su paso a la esperanza está muy bien visto. Y aunque Sartre se lamentó después de las imperfecciones formales de la obra (quizás le molestaba haber escrito algo sensato en su vida), la obra es lo suficientemente buena para ser publicada y leída.
 
Es más, puede ser conveniente que la lean ya muchachos de 15 o 16 años que así descubrirán como la actual infertilidad de nuestra sociedad no es más que el resultado de una desesperanza que ha calado hasta el tuétano de los huesos. La misma idea se transmite en El árbol de la ciencia de Pío Baroja, con la diferencia de que allí se canoniza esa actitud mientras que en Barioná se resuelve en sentido contrario. Por qué durante años el escrito barojiano fue lectura obligatoria en los estudios preuniversitarios en nuestro país, es un misterio que no tiene otra respuesta más que el deseo de inculcar el odio a la fecundidad.
 
Hoy en día las lecturas obligatorias, las que decide el ministerio (porque la libertad es un ente de razón que sólo se saca de paseo para reivindicar barbaridades), siguen estando ideológicamente condicionadas. No hay criterio literario ni educativo. Sólo ideológico.
 
Pero volviendo a Barioná, hay que decir que rompe es tendencia a caer en el nihilismo, aunque al final lo resuelva en la acción. Sartre quiso dar esperanza a sus compañeros y tomó un tema sacado del cristianismo. Creo que es sincero cuando dice que recurrió a la “mitología cristiana”. José Ángel Agejas, que ha hecho una admirable edición del texto con una gran introducción, señala las relaciones de Sartre con la fe cristiana. Comparto con él la indecisión, también de Moeller, para calificar la obra de cristiana. Me parece que lo más que se puede decir es que abre la puerta a la esperanza como lo único que puede dar sentido a la libertad del hombre. Eso no es poco, aunque el encuentro con el Dios humanado no llega a producirse.
 
No me parece una obra cristiana, pero sí es cierto que no sería posible sin el humus cultural cristiano que subyace en toda la cultura europea y que ahora nuestros políticos intentan liquidar con decisiones arbitrarias. Cuando se quita ese sedimento el hombre se ve condenado la angustia. Aún no se han dado cuenta, pero si en Europa todavía quedan ganas de vivir y de hacer algo es porque el cristianismo sigue presente.

 

Bariona, el Hijo del Trueno

Jean-Paul Sartre

Voz de Papel

Edición de José Ángel Agejas

151 págs.

12 euros

 

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