San Agustín vivió una época que coincidió con la decadencia del Imperio romano. Algunos historiadores no han dudado en mostrar las similitudes entre el mundo que conoció Agustín y nuestra época. Sin duda una de las características coincidentes es el escepticismo. Uno de los caminos por el que se introduce el escepticismo en los círculos intelectuales, y en la Academia a la que se refiere Agustín, no es el de la negación de la Verdad, sino de la posibilidad de conocerla. Entonces, como hoy, andaba de la mano con el materialismo (allí de influencia estoica) que embota los sentidos y acaba negando la posibilidad de conocer cualquier realidad espiritual, empezando por la propia alma.
En algún escrito sobre la naturaleza de la teología Joseph Ratzinger ha dicho que una filosofía que sólo hace preguntas pero no espera respuestas, y que por tanto se niega al diálogo con la teología por partir esta de las afirmaciones de la fe, no sirve al hombre. Una filosofía que renuncia a un fundamento y rechace la ontología, puede resultar muy interesante y hasta acertada en algunos puntos, pero se muestra incapaz de satisfacer la demanda que existencialmente todos percibimos en nuestro interior.
Contra los Académicos, escrita en el 386, se considera la más importante obra filosófica de san Agustín. Redactada a partir de la transcripción de unos diálogos sostenidos por el mismo santo con algunos amigos, muestra cómo la pregunta por la verdad va unida al deseo de felicidad que hay en el hombre. Y quien conoce la verdad es el sabio. Aunque al hombre le resulte difícil llegar con sus propias fuerzas a esa verdad, esta no es inaccesible. Dios viene en ayuda del hombre y lo ilumina para que pueda alcanzarla. El hecho de la Encarnación ofrece una nueva perspectiva que era inimaginable para el mundo griego.
En la sugerente introducción de Jaime García Álvarez se nos indica que Agustín intenta llevar a sus amigos desde el escepticismo al platonismo y de ahí a Jesucristo. Es el mismo camino de conversión realizado por él. La búsqueda de la verdad le llevó a encontrarse con Jesucristo y en Él la conoció. La conversión es una actitud necesaria tanto para el filósofo como para el teólogo. Mediante ella reconocemos que es la verdad la que nos salva y que siempre hay una prioridad de ella. El creyente la reconoce en Dios.
Agradecemos a la editorial que nos ofrezca esta importante obra en edición bilingüe (latín-castellano), así como la cuidada traducción realizada por Julio García Álvarez y Jaime García Álvarez.
Se habla mucho de la actualidad del santo obispo de Hipona. Esta obra da buena fe de ello.
San Agustín
Contra los académicos
Encuentro
Madrid, 2009
180 páginas