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Corridos por una vida irreal

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Van por la vida corriéndose y corriendo a los demás. Parece que su trabajo en el tiempo como seres humanos independientes consista en aplacerarse borrachos de sí mismos y de su imposición despótica a los demás. Sienten un “hacia delante” permanente con el impulso ciego del vacío que les llena y les rellena: en eso basan su entera existencia, cortada en partes que son trozos desesperados de ansias eternas ahogadas en su egoísmo superlativo. “La vida es correrse”, parece que vayan gritando a un firmamento inexistente más que en su imaginación, ahogada ya en mentiras ciegas que tratan de imponer por todos los medios, a ellos y a los que se cruzan con ellos… o se corren con ellos, mejor.

“¿Qué es la Verdad?”, te lanzan, altivos, cada vez que les mencionas un ente supremo. Su ente son ellos mismos y todo aquello que los justifica, y con ello se sienten atragantados a más no poder mientras aventan sus ínfulas de grandeza, aquellas con las que alimentan su sentimiento de superioridad frente a todo aquel o todas aquellas, y especialmente aquel o aquellas que los contradicen en su voluntad de huir hacia delante en un impulso frenético encorsetado por las drogas. “Tú te chutas con la verdad”, te escupen si les recriminas, y así ya sienten justificada su osadía en el perpetuo desafío a la mentira pura y dura, que es –dicen- de todo menos falsa. Es “su” verdad. Su eterno desatino.

Otra cosa es que se atrevan a desafiar tu razonamiento, puesto que –como proclaman a los cuatro vientos- su razón es aquella que ellos interpretan según su estado y la persona que tienen delante, pero de hecho no es más que aquella que en cada momento justifica sus correrías. No quieren oírte una conclusión, porque las conclusiones, toda conclusión no es más que una herramienta que usan o tiran en función de si les sirve o no para llegar al más de lo mismo en que se han quedado atravesados.

Por eso, cada vez que aceptan contigo algún tira y afloja de más de tres argumentos, al mostrarles tú la conclusión de todos ellos, se te rebotan insolentes: “¡Da igual, no quiero discutir!”, y o te cuelgan el teléfono o te dan un portazo o te dejan plantado, no hay más. Puesto que la razón son ellos. Pero ¡no les digas, que se enfadan!, como hacen con todo aquello a lo que no le descubren una respuesta que termine en su propia voluntad. “¡Ale, majo! ¡Que encuentres a alguien con quien congenies mejor!”, te propinan. Y así acaban, dan por acabado el incidente. Ese incidente que –como un ritornello impertinente- les acaba de comenzar, amontonándose histéricamente con los que aún tienen comenzados, eso es, inacabados… ¡porque son el cuento de nunca acabar!

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