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Cuando el cuerpo se convierte en palabra de amor

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Vivimos en una época que habla constantemente del cuerpo: lo muestra, lo exhibe, lo mide, lo compara… pero casi nunca lo entiende.

San Juan Pablo II, con la sabiduría de un pastor y la profundidad de un filósofo, quiso mirar el cuerpo humano desde su origen y su destino eterno. Así nació su gran catequesis —la Teología del Cuerpo—, una verdadera revolución silenciosa que sigue siendo más actual que nunca.

No se trata de un tratado de normas o de una moral del “no”. Es una visión del ser humano: una mirada que une fe, cuerpo y amor en un mismo misterio.

El cuerpo, palabra de Dios

Cuando Dios crea al hombre y a la mujer, no les da solo un alma espiritual: les da también un cuerpo capaz de expresar el amor. El cuerpo no es una cárcel del espíritu ni una simple herramienta biológica. Es lenguaje de comunión, sacramento visible del misterio invisible de Dios.

A través del cuerpo, el hombre y la mujer pueden decir con todo su ser: “Te entrego mi vida. Me hago don para ti.”

Esa es la clave que recorre toda la Teología del Cuerpo: el cuerpo tiene un significado esponsal, está hecho para el don sincero de sí mismo. Cada gesto, cada mirada, cada abrazo puede convertirse en palabra de amor si nace de un corazón que se dona y no que se usa.

Un mundo que ha olvidado su lenguaje

Nuestra cultura ha perdido la gramática del cuerpo. Nos habla de placer, de rendimiento, de imagen, pero no de significado. El cuerpo se ha convertido en objeto de consumo, en escaparate de inseguridades o en campo de batalla ideológica. Y, sin embargo, el cuerpo no miente: lleva grabada una vocación al amor verdadero, fiel y fecundo.

Cuando se olvida esa verdad, aparecen las heridas: rupturas, vacíos, relaciones que se desgastan. La Teología del Cuerpo nos invita a volver a escuchar el lenguaje original del cuerpo, ese idioma que hablaba de inocencia, belleza y don.

Volver al “principio”: el sueño original de Dios

Jesús, cuando le preguntaron por el matrimonio, respondió con una frase decisiva: “Al principio no fue así” (Mt 19,8).

San Juan Pablo II parte de ahí. Para entender quiénes somos, hay que mirar cómo fuimos pensados. En los primeros capítulos del Génesis, el Papa encuentra tres grandes experiencias que definen el corazón humano:

•La soledad original: el hombre se descubre distinto a los animales; comprende que está hecho para la relación, para el diálogo y para el amor.

•La unidad original: cuando ve a la mujer, exclama “¡esta sí que es carne de mi carne!”. En ese encuentro nace la comunión: dos personas que se reflejan y se complementan.

•La desnudez sin vergüenza: el cuerpo era transparencia del alma. No había miedo, ni deseo de posesión. Solo confianza, respeto y alegría.

Estas tres experiencias revelan el sueño de Dios para cada uno: ser imagen del Amor y vivir la comunión como vocación.

Un mensaje profético para nuestro tiempo

La Teología del Cuerpo no pertenece al pasado: es una respuesta profética a las heridas del presente.

Ante el individualismo, la soledad y la confusión afectiva, san Juan Pablo II nos recuerda que el cuerpo no es enemigo del espíritu, sino su aliado.

El cuerpo habla —si aprendemos a escucharlo— de fidelidad, de entrega, de esperanza. Habla del amor con el que Dios ama: total, libre, fiel y fecundo. Solo desde ese amor el cuerpo recupera su verdad. Comprender el cuerpo desde la fe es comprendernos desde el Amor.

Una invitación al asombro

Quizá ha llegado el momento de mirar el cuerpo —el propio y el del otro— con gratitud. De reconocer en él un templo habitado por Dios, un signo del amor eterno.
Volver al principio no es nostalgia: es esperanza. Cristo ha venido a redimir el cuerpo, a devolverle su lenguaje original, el del amor que se entrega sin miedo.

“El cuerpo, de hecho, y solo él, es capaz de hacer visible lo que es invisible: lo espiritual y lo divino.”
— San Juan Pablo II, Audiencia del 20 de febrero de 1980

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