“Te odio, pero no te lo digo. Trato de disimularlo”. “No puedo soportar tu diferencia, porque me recuerda que soy lo que no soy y no puedo llegar a ser lo que tú eres”. “Quiero que todos seamos iguales”. “Ya sé que eso de que seamos iguales es imposible, una quimera, pero me sirve para teneros a todos debajo mío, y así seáis más fáciles de someter, y a mí me sea más sencillo y vistoso dominar. Porque ya sé que yo quiero ser distinto de ti, no quiero tus panfletadas ni tus mamarrachadas”. “Sí. Ya veo que me has oído, aunque sea gracias a tu habilidad de leer a través de las ideas; pero no se lo digas a nadie. Ven, va; te doy la mitad de mi reino si me adoras”.
Diálogos hay muchos en la vida. Y cada día hay más diálogos de sordos… o de besugos. No hace falta más que encender la televisión. Todo es delincuencia verbal, de manera que el pueblo está aprendiendo a aprehender, a mamar leche depauperada. Eso sí, llenándose todos la boca de palabras vanas que no dicen más que lo que no dicen, y que solo entienden los que no oyen lo que dicen; lo cual compagina a las mil maravillas con lo que hacen, que solo es pisar al vecino, y si el vecino es de otro partido, mejor que mejor: más vistosidad, más ansia de poder cercana a ser complacida, más democracia, eso sí, con mi mejor sonrisita. ¿“Democracia”?. Palabra que entienden como que les des la razón a ellos en todo, solo porque ellos la piensan e interpretan así, porque “les sale” así, y eso es suficiente, porque si les sale así, es lo que sienten, y lo que sienten, pues, es la verdad, pues si no, no lo sentirían.
Ya lo vemos. El mundo está cada día más revuelto, como una papilla de bebé bien trinchadita. Pero no nos engañemos: somos nosotros los que trinchamos a nuestro vecino, y por eso salen políticos trinchantes, porque los políticos salen de entre nosotros.
¡Qué distinta la visión que da la Iglesia de la realidad del mundo! Si le hiciéramos caso de verdad (digo “de verdad”, no “lo que me conviene”), el mundo sería distinto. ¿Y cómo sería? Escuchemos al Papa Francisco comentando las lecturas del día en su homilía del pasado domingo de Corpus Christi: «Nos ayudan a redescubrir dos verbos sencillos pero esenciales para la vida diaria», anotó: «Decir y dar». Un decir que en las Escrituras es “bendecir”. “¿Por qué bendecir hace bien?”, se preguntó. “Bendecir es ‘decir-bien’, decir con amor”. Y explicitó: “Con cuánta facilidad hoy (…) se maldice, se desprecia, se insulta”, como queriendo demostrar que hay que hacerlo “para tener razón y ser apoyado. No nos dejemos contagiar de la arrogancia, no nos dejemos invadir por la amargura”. “El verbo de Jesús no es ‘tener’, sino ‘dar’”. Y sacó la conclusión: “Por eso la Eucaristía es el antídoto contra el ‘lo siento, pero no me concierne’ (…). Contra el mirar a otra parte”.
Eso que dice el Papa es lo que proclama la Iglesia hace dos mil años, y aún no lo hemos aprendido. ¿Cuánto faltará? La respuesta la tienes tú: bendice y da, y el mundo cambiará.