En mi artículo “Nuestra Torre de Babel y el Árbol de la Vida”, escribí que Dios nos ha advertido de no tocar el Árbol de la Vida (Gn 3, 22-24). Por lo que parecía, hasta ahora nadie había osado tocarla, gracias a un categórico consenso de la comunidad científica de todo el planeta; cierto es que parcialmente sí había empezado a hacerse, modificando semillas o genes de algunos animales, con lo que ya se veía que tarde o temprano saldría un pirado que osara invadir la vida humana. Pues ya está aquí: Ha saltado a la palestra con gran difusión en todos los medios de comunicación, un hasta ahora desconocido científico chino que asegura haber modificado con éxito el ADN de unas gemelas para evitar que contraigan el virus del sida. La condena de la comunidad científica mundial ha sido unánime, desde una concepción puramente científica. Efectivamente, han alertado del peligro de entrar en la espiral aberrante de reprogramación de la vida humana: “Es inconcebible un experimento con seres humanos que no es moral ni éticamente defendible”, sentenciaron, ante la evidencia de puro sentido común que se crearía una sociedad de seres humanos a la carta, sin enfermedades y con altas capacidades físicas y mentales, y la consiguiente erupción de humanos de primera y de segunda: la clase “modificada”, dominante, fuerte y todopoderosa; y la segunda “natural”, sometida, débil y retrasada. Parece ser que el científico chino no ha demostrado su epopeya, y, al igual que otros científicos en el pasado, puede quedar como un farsante para la posteridad. Porque él no ha desarrollado la técnica que anuncia haber aplicado, sino que solo hizo un cortar y pegar de técnicas inventadas por otros. Eso es, un chapuzas. Lo que sí ha demostrado este evento es que el peligro existe y debe ser regulado con un marco legal basado en un consenso ético universal. Pues el peligro no es únicamente que el ser humano se someta a sí mismo, sino que la destripe; porque, más allá de la cuestión ética está el que nadie sabe lo que puede ocurrir con el suceder de las generaciones humanas con su ADN modificado, puesto que el ADN es nuestro carnet de identidad genético: inalterable, único y con información sensible. Ciertamente, podemos llegar a “crear” monstruos, que en definitiva sean lo contrario de lo que se pretendía inicialmente, según se dice: Sería el castigo que Dios creador permitiría (respetando la cacareada libertad humana): que el ser humano sea su propio inductor del Apocalipsis anunciado. Porque, no lo olvidemos, Dios seguirá respetando nuestra libertad. Nos quejemos o no.
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El árbol que Dios advirtió no tocar fue el de la Ciencia del Bien y del Mal (Gen. 2, 17), no el de la Vida; a éste simplemente le preservó expulsando a Adán y Eva del Paraíso y colocando Querubines como centinelas (Gen. 3, 22-24).