En un parón por un golpe inesperado de la vida tenemos la tentación de rendirnos, y eso es lo que de verdad nos haría daño. Satanás nos ronda para estrujarnos baboso en sus garras y aprisionarnos para aniquilar nuestra vida en Dios, el Padre amoroso que nos ha creado para ser felices aquí en este mundo y en el cielo, si somos fieles a su Amor. Ciertamente, es un amor que nos manifiesta de múltiples maneras, la primera de las cuales es la propia la vida, el don por antonomasia que nos permite seguir hablando de perfección. Ante la amenaza de una tentativa de pasividad, el Padre nos previene, con insistencia a veces, por activa y por pasiva, si tenemos los ojos despiertos y no claudicamos ante el desánimo. De hecho, el secreto es no pararse, estar en movimiento. De esta manera, te vas formando con las asperezas de la vida, que te pulen y te orientan hacia nuevos horizontes que parecían inasumibles, de manera que cada vez, si eres fiel y no claudicas, estarás más cerca de la imagen nítida y diáfana que el Padre quiere de ti, con las Bienaventuranzas vividas, que serán tu “carnet de identidad” para entrar en el cielo (Papa Francisco). Además, un tiempo de desconexión de tu propia imagen mental, esa que tenías de ti mismo, te brinda la oportunidad de abrirte más y más y poder elegir entre colores y formas inesperadas que te presenta el abanico de la vida, tan rico en matices. Con tu libertad, esa que el propio Padre te ha dado para que puedas elegir el bien rechazando el mal, te sorprenderás entonces de hasta dónde puedes llegar, siempre más allá de lo que tú soñabas. Tras tu elección, si no dejas la mano de Dios, la vida proseguirá ensanchando tu abanico con una progresión que te vendrá marcada y ritmada con el proceso de articulación de piezas que la vida te irá ofreciendo, nunca imponiendo, porque siempre seguirás siendo libre y pudiendo elegir: en ese sentido, tu vida la haces tú. No estoy diciéndote que serás todopoderoso; sino que serás grande y que siempre decidirás tu futuro ante el abanico de tu vida, e incluso marcarás tú el ritmo de los acontecimientos que de tu elección se sucederán. Manteniéndote alerta, ejercitas el tono de tus músculos para, cuando llegue el momento –que llegará-, tener la fuerza y la vitalidad y esa chispa que te posibilitarán el responder con acierto y triunfar con tal rotundidad y sorpresa que nunca soñaste, sin que te tiemble el pulso y con un juego y un brillo de colores tales que no soñarías ni del mejor pintor. Y entonces, tras haber consolidado tu actitud y tu postura, tu mundo caminará: serás Dios en ti.
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