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El camisón hospitalario

La firma

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Seguramente alguno de ustedes habrá estado ingresado alguna vez. Yo varias en el tiempo tanto por intervenciones quirúrgicas como por internamientos no más allá de una semana. La última la semana pasada pudiendo asistir en tiempo real vía televisión a la reciente beatificación de 522 mártires.

Esos camisones se sudan y ensucian incluso con comida cuando al interno le corresponde cenar, comer, desayunar y merendar. Son de distintos colores. Al igual que las toallas y las sábanas se cambian todos los días. También cuando se ensucian y no están presentables. Es recomendable hacerlo por simple cuestión de higiene.

El camisón es el mismo. No entiende de sexos. Es práctico. Pues permite al personal sanitario descubrir las heridas al momento y practicar las correspondientes curas. Todas -al igual que toallas y sábanas- exhiben el anagrama del centro hospitalario. Hay pacientes que declinan su uso. Prefieren su pijama y su bata de cama. Los hay como yo que cuando vamos a estos centros como pacientes no es con maleta de viaje, sino con lo puesto pasando antes por los servicios de urgencias sin conocer de antemano si me van a ingresar.

Sinceramente prefiero este camisón a mi pijama. Más lo prefieren médicos y enfermeras. Pero tienen un problema. Relativo eso sí. He llegado a la conclusión que me es imposible anudármelo con lacito por detrás a la altura del cuello y todavía más por detrás y por la espalda. ¿Es importante esto? Creo que sí. Pues una vez ingresado recibes visitas de familiares y conocidos que se interesan por tu salud. Las recibes a veces varias a la vez. A veces las enfermeras tienen que rogar su ausencia momentánea en el pasillo para realizarte curas o no causar aglomeración innecesaria. Máxime si se trata de habitaciones compartidas con otros enfermos ¿Cuántas veces las “visitas” te indigestan el acto material de comer?

Pero son visitas que se agradecen y que en muchos casos esperas. No todo el mundo sabe hacer “visita”. Es entonces cuando reparo en la bata o camisón. En la que llevo puesta. Lo paso mal, pues ante una visita hay que estar decoroso aun cuando no la desees en aquel momento. Acabas por no moverte mucho quieto parado sin levantarte de la cama –pudiendo- para estrechar manos e intercambiar besos con seres queridos. ¿Y por qué? Pues porque o bien el lacito del cuello se ha soltado o bien se ha soltado el de la espalda. Si esto pasa ante visitas médicas de personal sanitario o visitas de compañías que esperas y agradeces no hay problema. La confianza está por encima y todo desvelo impúdico carece de importancia. Las mujeres que han sido madres saben muy bien a qué me refiero. Cajas de bombones, ramos de flores que están esperando anochezca para sacarlas al pasillo, frascos de colonias y jabones para bebés y ropa de bebé para cuando el bebé crezca. Y es obvio: tertulias de sofá que provocan dolor de cabeza con sonrisa de paciente que trata por todos los medios de disimular su dolor, molestia o dolencia o simple dolor de cabeza causado por la visita.

En conclusión digo a los componentes más inmediatos de mi familia que no digan nada a nadie. Si dispongo de personal sanitario que me atiende, ¿qué más necesito? Sólo una cosa. Que clínicas y hospitales se pongan de acuerdo- sin necesidad de real decreto legislativo- en diseñar un nuevo modelo de camisón. El mismo camisón pero anudable por delante por el paciente, a fin de poder atender decorosamente a las visitas que se presenten y podérsela desanudar sin necesidad de enfermera para ir al lavabo a por menores y por mayores y ducharse por la mañana. Tal vez si algún experto médico con cargo me lee, eso que señalo sea una realidad pronto en todos los centros hospitalarios, diferenciando muy bien el camisón de quirófano o internamiento temporal en urgencias (lugares que no admiten visitas) del camisón de internamiento en planta.

Las visitas lo agradecerán y el paciente más.

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