El gobierno de Nicaragua emitió un comunicado lleno de ataques contra el Vaticano tras una entrevista de EWTN con el obispo exiliado Rolando Álvarez, de Matagalpa.
En un texto, publicado en español e inglés en el medio oficial El 19 Digital, se califica al Vaticano como un «Estado pedófilo», supuestamente denunciado a nivel global.
La declaración sostiene que Nicaragua es un Estado laico que fomenta el respeto por todas las creencias religiosas. No obstante, también critica al Vaticano por carecer de autoridad política supranacional y tacha a los líderes eclesiásticos críticos del gobierno como profetas, esperpentos y mercaderes de mentiras que nada saben de Cristo.
Entre otras afirmaciones polémicas, el documento acusa al Vaticano de ser aliado de las fuerzas de las tinieblas, la barbarie, el genocidio y el mal.
Los calificativos grotescos y blasfemos con los que se han atrevido a mancillar el nombre de la Iglesia no son sino el reflejo de un régimen que ha sellado un pacto con la mentira y la opresión.
La furia del régimen de Daniel Ortega y su consorte, Rosario Murillo, se ha dirigido nuevamente contra la Iglesia Católica, a la que acusa de ser un Estado «pedófilo», aliado de la «oscuridad, la barbarie y el genocidio».
Tales afirmaciones son una burda artimaña de quienes, en su ceguera ideológica y ansias desmedidas de control absoluto, han hecho de la persecución religiosa su bandera.
La respuesta es evidente. La dictadura sandinista, ahogada en su propio miedo, busca desacreditar a la Iglesia porque sabe que en ella esta la voz de los que no pueden hablar, el clamor de los mártires, la esperanza de un pueblo traicionado.
Una persecución sistemática
La violencia del gobierno nicaragüense contra la Iglesia no es un hecho aislado, sino parte de un plan calculado para erradicar toda disidencia.
Desde 2018, cuando el régimen respondió con sangre y fuego a las protestas de un pueblo cansado de la corrupción y el abuso, la Iglesia se ha convertido en su blanco preferido.
Se han cerrado seminarios, se han exiliado sacerdotes, se ha confiscado propiedad eclesiástica, se ha amordazado a los religiosos y se han tergiversado los hechos con una propaganda digna de los regímenes más autoritarios de la historia.
Uno de los episodios más indignantes es el encarcelamiento del obispo Rolando Álvarez, un hombre cuyo único «crimen» fue el de ser fiel a su vocación y a su pueblo. Sentenciado a 26 años de prisión, humillado y tratado como un criminal.
Pero la dictadura no pudo quebrarlo. Exiliado en Roma, su voz sigue dando testimonio, y su presencia en el próximo Sínodo de la Iglesia no es una casualidad: es la prueba de que el Espíritu Santo no abandona a su pueblo, de que la verdad no puede ser silenciada y de que la persecución solo fortalece a la Iglesia.
El miedo del tirano
Daniel Ortega y Rosario Murillo temen a la Iglesia porque la Iglesia no les teme a ellos.
Pueden expulsar a sus obispos, pero no pueden borrar su legado. Pueden confiscar sus templos, pero no pueden destruir la fe que habita en los corazones de los nicaragüenses. Pueden inventar calumnias, pero la verdad siempre se abre camino.
Es irónico que el régimen se proclame defensor de la «libertad de culto» mientras persigue, exilia y encarcela a quienes proclaman el Evangelio.
Su supuesta «secularidad» no puede ocultar la realidad: en Nicaragua no hay libertad religiosa. Hay una persecución abierta y sistemática contra la Iglesia Católica, una persecución que recuerda a los tiempos más oscuros de la historia.
¿Qué respuesta merece la blasfemia de este régimen?
No el miedo, sino la firmeza. No el silencio, sino la denuncia. No la resignación, sino la esperanza activa de una Iglesia que sabe que su victoria no está en el poder terrenal, sino en la Cruz de Cristo.
Los mártires de Nicaragua claman desde el cielo por justicia. Los sacerdotes y religiosas perseguidos son testigos de que la fe no se negocia. Los fieles que siguen reuniéndose en catacumbas modernas, en templos vigilados, en corazones fieles, nos demuestran que la Iglesia de Cristo es indestructible.