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La experiencia mística de la judía atea comunista Joy Davidman, y la de su esposo C.S.Lewis

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La historia de amor de la poetisa americana Joy Davidman y del popular escritor cristiano C.S.Lewis se hizo popular con la película de 1993 «Tierras de Penumbra«, de Richard Attemborough. Pero la historia de la conversión de Joy no se conocía en español. La película no la explica. Y sólo después, con la publicación en español de «Los Inklings», de Humphrey Carpenter, fue accesible al lector español.

Del libro de Carpenter tomamos la primera mitad de este relato, que completamos con un resumen de la vida de Joy con C.S. Lewis. Y al final, cómo ella se hizo presente, después de su muerte, en una experiencia de intimidad con el escritor.

Una judía materialista e incrédula

Joy Davidman nació en Nueva York en 1915. Sus padres eran judíos que emigraron a América procedentes de Europa Oriental durante su infancia. Su madre la educó contándole cuentos acerca de la vida de los judíos en Ucrania, una vida con más de seiscientas leyes rituales que gobernaban la vida rutinaria y donde la religión era una cuestión más de palabras que de espíritu. Sus padres abandonaron el judaísmo. Incluso la misma Joy se declaraba atea a la edad de 8 años, después de leer «Un resumen de la Historia» de H.G. Wells.

«En pocos años», recordó [en su artículo-testimonio «The Longest Way Around», dentro del libro «These Found the Way, Thirteen Converts to Christianity«, Ed. David Wesley Soper, Philadelphia, Westminster, 1951. 13-26.], «rechacé todo tipo de moralidad. Si la vida no tenía ningún significado ¿para qué vivir sino para el placer? Por suerte, mi mayor placer era la lectura; si no hubiera sido por ella, nunca habría sido capaz de mantenerne al margen de una vida pecaminosa como lo hice».

La única filosofía que tuvo en la infancia era la creencia en la prosperidad americana. Sin embargo, su fe se vio destruida por la Depresión y, en 1930, ya no creía en nada.

«Los hombres son sólo brutos. El amor, el arte y el altruismo son sexo. El universo tan solo materia y la materia solamente energía. Se me ha olvidado lo que dije acerca de la energía».
Sin embargo, también era poetisa y en sus versos se preguntaba si la vida consistía meramente en satisfacer los propios apetitos.

Tenemos luces, puentes, el Estadio Yankee.
Y si no nos contentamos, debemos estarlo
Y si estamos descontentos no lo sabemos,
de alguna manera siempre ha sido así

Leía con voracidad historias de fantasmas, ciencia-ficción, los cuentos de George McDonald y Lord Dunsany. Le deleitaba lo sobrenatural. «Me interesa por encima de todas las cosas», dijo. Pero no creía en ello.

Poetisa comunista al servicio de los camaradas caídos

Trabajó de profesora de inglés en escuelas de secundaria de Nueva York e ingresó en el Partido Comunista.

«Lo único que sabía es que el capitalismo no funcionaba demasiado bien y que la guerra era inminente. El socialismo prometía cambiar todo eso. Además, por primera vez en la vida estaba dispuesta a ser mi propia guardiana, así que me apresuré a decirle a un conocido del Partido que deseaba ingresar».

Trabajó fervorosamente para el Partido y publicó un libro de poemas titulado «Carta a un camarada«, galardonado en dos ocasiones.

No existe ninguna promesa de ayuda
escrita en las estrellas, ni magia, ni salvador
sonriendo en la descarada tinta de los carteles electorales;
sólo la fuerza del hombre

Dejó la enseñanza para dedicarse por entero a escribir y publicó su primera novela, Anya, en 1940. Estaba basado en los recuerdos infantiles de su madre y describía muy vivamente la vida en una aldea judía en la Ucrania de finales del siglo diecinueve, vista a través de la hija de un dependiente de una tienda que rechaza las convicciones tan severas de su gente y se marcha en busca del amor, allá donde esté. El libro tiene algunas influencias de D.H. Lawrence.

Durante unos meses trabajó de guionista para la Metro Goldwyn Mayer en Hollywood. Después, en 1942, contrajo matrimonio con un comunista, William Lindsay Gresham. Nacido en 1909, anteriormente había trabajado de botones, redactor publicitario, cantante en los clubes de Greenwich Village y crítico para un periódico de Nueva York.

Gresham, educado como agnóstico, jugó un poco con la teología unitaria, pero después se convirtió en ateo e ingresó en el Partido Comunista. En 1937 se marchó a España para combatir en el lado comunista y pasó allí quince meses sin disparar un tiro, pero regresó en tan mal estado que poco después intentó ahorcarse.

Recuperado psicológicamente hasta cierto punto, se convirtió en un bebedor empedernido, aunque logró mantener algunos trabajos editoriales en revistas populares. Fue durante esa época cuando terminó divorciándiose de su primera esposa y se casó con Joy Davidman. Se establecieron en Nueva York y pronto tuvieron dos hijos, David y Douglas.

William Gresham fue el primer esposo de Joy Davidman

Entretanto, la afición de Joy por los libros que trataban de temas sobrenaturales la llevaron a conocer las «Cartas del Diablo a su sobrino«y «El Gran Divorcio«. «Estos libros estimulan una parte sin usar de mi cerebro hacia una vida inactiva momentáneamente», dijo.

«Por supuesto», pensé, «el ateísmo era cierto, aunque no había dedicado demasiado tiempo a buscar pruebas de ello. Algún día, cuando los niños sean más mayores, intentaré hacerlo. Después olvidé todo el asunto».

La experiencia mística de Joy Gresham

Bill Gresham continuaba padeciendo problemas mentales y un día llamó a la oficina de Joy en Nueva York para decirle que estaba sufriendo una crisis nerviosa. Notaba que se le había ido la cabeza, no podía permanecer en el lugar que estaba y no era capaz de regresar a casa.

Durante cuatro horas Joy intentó desesperadamente averiguar qué había ocurrido. Al final abandonó y se limitó a esperar.

«Acosté a los niños. Por primera vez en mi vida me sentí desesperanzada; por primera vez en mi vida mi orgullo se vio obligado a admitir que, después de todo, no era la dueña de mi destino, el capitán de mi alma… Todas mis defensas, los muros de vanidad y arrogancia detrás de los cuales me había ocultado de Dios, desaparecieron momentáneamente.
Y entonces entró Dios. Había otra Persona acompañándome en la habitación, presente en mi conciencia, una persona tan real que toda mi vida anterior me pareció un simple juego de sombras. Comprendí que Dios siempre había estado allí y que yo, desde la niñez, había dedicado la mitad de mi esfuerzo a echarlo. Mi percepción de Dios duró al menos medio minuto. Cuando se desvaneció me vi a mí misma de rodillas y rezando. Creo que he debido ser la atea más sorprendida del mundo.»

Cuando Bill Gresham regresó finalmente a casa aceptó la experiencia de su mujer sin cuestionarla, en gran parte porque él mismo se había empezado a interesar por lo sobrenatural. Juntos comenzaron a estudiar los rasgos generales de la teología.

Joy pensó en convertirse en una judía practicante de la persuasión «reformada», pero después se decidió por el cristianismo. En 1948, Bill Gresham, asustado por su alcoholismo, rezó pidiendo ayuda. «Y mis oraciones fueron escuchadas», escribió en 1951. «Hasta la fecha no he vuelto a probar ni gota». Eso supuso el estímulo definitivo para aceptar el cristianismo y, tanto él como Joy, se hicieron presbiterianos.

Ambos empezaban a tener cierto éxito como escritores. La primera novela de Bill Gresham, «Nightmare Alley«, se publicó en 1946. Se vendió bien y fue llevada al cine. La segunda novela de Joy, «Weeping Bay» (que trataba de las miserias de una comunidad empobrecida en Canadá) salió a la luz en 1950 y recibió buenas críticas. En 1951 ambos contribuyeron explicando su conversión al cristianismo en una antología protestante (These Found the Way, Thirteen Converts to Christianity).

Crisis matrimonial y mudanza a Inglaterra

Sin embargo, el matrimonio seguía teniendo sus dificultades y en 1952 Joy decidió marcharse a Inglaterra con la esperanza de que algunos meses de separación les sirvieran de ayuda. Durante su viaje por Inglaterra, CS Lewis la invitó a Oxford y ofreció una fiesta en su honor en el Magdalen.

En 1953 Joy volvió a Estados Unidos con su marido Bill, pero era evidente que su matrimonio estaba roto. Él admitió el divorcio por deserción. [Desde un punto de vista católico -cosa que ni Bill, ni Joy ni Lewis llegaron a ser nunca- hay que tener en cuenta que ella había sido su segunda esposa y que, de hecho, no se habían casado mediante rito cristiano.]

Joy volvió a Inglaterra con sus dos hijos, primero a Londres pero ya a final de año se establecieron en la casa de los hermanos Lewis, The Kilns. [desde agosto de 2008, declarada patrimonio histórico de Gran Bretaña] C.S.Lewis dedicó El caballo y su muchacho, el cuento de Narnia que estaba escribiendo entonces, a los dos niños de Joy.

En 1955 Joy publicó un libro sobre los diez mandamientos aplicados al lenguaje y la vida contemporánea. Se titulaba «Smoke on the Mountain» y puede leerse íntegro en inglés aquí: http://www.worldinvisible.com/library/davidman/smoke/smoke.c.htm.

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C.S. Lewis escribió el prefacio, señalando varias características de Joy: era una judía llamada por Dios, como Abraham; había sido atea y comunista; trataba -como cabría esperar de una judía- de la ley. Era americana, y escribía como tal, de forma desinhibida. Y denunciaba el pecado de cobardía, el vivir con miedo de los cristianos, sin osar dar testimonio. También la tentación del Estado de dominarlo todo, la superstición aplicada a la ciencia, la idolatría de las riquezas… Un tratado sobre los mandamientos es inevitablemente un tratado sobre el pecado.

En este mismo año de 1955 C.S Lewis escribió el libro que consideraría su mejor obra: «Mientras no tengamos rostro«, una novela entre histórica, fantástica y psicológica que reelabora el mito de Psique y Cupido. Muchos consideran que la protagonista, la princesa Orial, se inspiraba en parte en Joy Davidman. Una mujer con velo, oculta, que sólo al final aprende a verse a sí misma como es.

El amor entre C.S. Lewis y Joy Gresham

Parece que fue en la primavera de 1956 cuando la amistad entre el solterón C. S. Lewis, con sus 58 años, y Joy Davidman (ex- Joy Gresham) se convirtió en amor. Al principio parece que ni ellos lo aceptaban. El 23 de abril de 1956 se casaban «por papeles» en una oficina de registros de Oxford, sin ceremonia. Cada uno fue a su casa. Era un truco legal para dar papeles de residencia británica a la americana Joy. «Amistad y burocracia», le dijo Lewis a su amigo Lancelyn Green.

Se mantuvo la «boda» en secreto: sólo lo sabían su hermano Warnie, el escritor Owen Barfiel y muy pocos más. Ni siquiera J.R.R. Tolkien, gran amigo de Lewis lo supo, y cuando se enteró se sintió muy molesto, tanto por el matrimonio como por el secretismo. Para Lewis, no se trataba de un matrimonio, en sentido cristiano, sino de un truco que usaba la burocracia estatal para ayudar a una amiga.

Pero los acontecimientos cambiaron eso. Diagnosticaron cáncer de huesos a Joy en otoño de 1956. Y entonces comprendieron que entre ellos había más que amistad, había amor. Lewis admiraba a Joy, su forma de afrontar el cáncer con entereza: «habla de la enfermedad y sus fluctuaciones como si estuviese describiendo las experiencias de una amiga suya«. Posteriormente, cuando ella muriera, el mismo Lewis escribiría «Una pena en observación«, analizándose a sí mismo y su proceso de duelo, su enfado de viudo contra Dios, su desesperación y posterior serenidad.

Se casaron por el rito anglicano en la cama del hospital el 21 de marzo de 1957. La escena, emocionante, es recogida -como toda la historia de amor entre ellos- por la película de Richard Attemborough «Tierras de Penumbra» («Shadowlands«, de 1993, con Anthony Hopkins y Debra Winger). El sacerdote era un antiguo alumno de Lewis. Tomó las manos de la enferma y rezó por su recuperación.

Pensaban que ella moriría muy pronto, y querían estar juntos como marido y mujer en su casa de The Kilns los últimos días que le quedaban. Lewis escribió sobre el estado de su esposa:

«Un fémur había prácticamente desaparecido y la cadera la tenía parcialmente destruída. El cáncer se le había extendido a la otra pierna y al hombro.»

Un tiempo de gracia

Sin embargo, como un milagro, con el traslado al hogar matrimonial la enfermedad que pensaban terminal se detuvo. Dejaron de aparecer manchas de cáncer. La fractura del fémur cicatrizaba. En septiembre de 1957 ella podía caminar cojeando con un bastón. Y en verano de 1958 escribía a una amiga: «mi caso se ha detenido por el momento».

Warnie, el hermano de C.S. Lewis, escribió en su diario de noviembre de 1958: «una recuperación que ha sido un completo milagro, admitido incluso por los doctores«.

Y Lewis se descubrió a sí mismo perdidamente enamorado: «hace años, cuando escribí acerca de la poesía amorosa medieval y la describí como extraña, poco creíble, religión de amor, estaba tan ciego que sólo supe tratar ese tema como un fenómeno literario. Ahora es muy distinto», escribió.

Fue como un tiempo de gracia, una coda gratuita antes del final. En octubre de 1959 volvieron a aparecer las manchas tumorales en las radiografías de Joy. «¿Se puede pedir sin presunción un segundo milagro», preguntaba Lewis a un sacerdote.

El abril de 1960, pese a los dolores, volaron hasta Atenas, un deseo que Joy siempre había tenido. Al volver, tuvo que hospitalizarse. Edith, la esposa de J.R.R. Tolkien, una mujer sencilla y nada académica, la acompañó en esta fase en el hospital, y entablaron amistad. El 20 de mayo extirparon a Joy el pecho derecho. En junio aún tenía fuerzas para salir a cenar con Lewis a un hotel.

La noche del martes12 de julio, el matrimonio Lewis estaba en casa jugando al Scrabble. Hablaron largo y tendido, con mucha tranquilidad. A las 6.15 de la madrugada, Joy gritaba por los dolores. La ingresaron en una clínica. A las 11.20 murió.

Joy y Dios en Lewis: después de la muerte, la intimidad

En su libro duro, triste, sincero, sobre su proceso de duelo, «Una pena en observación«, Lewis anotó las últimas palabras de Joy, dirigidas al capellán del hospital. «Estoy en paz con Dios», dijo la que había sido judía atea, materialista y comunista. «Luego sonrió, pero no a mí», dice Lewis. «Poi si torno all’eterna fontana«, «y después se volvió a la fuente eterna», anota Lewis.

Lewis sufrió una etapa oscura. Durante un tiempo temió que fuese verdad algo que ya había considerado en su juventud: que Dios existiese, sí, y fuese realmente cruel, malvado. Pero con el tiempo llegó a otra conclusión. ¿Cómo amar a Joy, ya muerta, viva pero lejana, y a Dios?

«H. -Joy- y todos los muertos son como Dios, amarla a ella se ha convertido, dentro de ciertos límites, como amarle a Él. En ambos casos tengo que hacer que el amor abra sus brazos y sus manos a la realidad, a través y por encima de mis pensamientos e imaginaciones. No debo conformarme con la fantasmagoría misa y adorarla en lugar de Él, o amarla en lugar de ella. No mi noción de Dios, sino Dios. No mi noción de H., sino H.»

Y en las últimas páginas Lewis escribe la experiencia, mística si se quiere, que le dio consuelo:

«Lo que hace que la experiencia de anoche merezca ser registrada es su calidad, ni por lo que prueba, sino por lo que fue en sí misma. Estuvo en realidad sorprendentemente exenta de emoción.

No fue más que la impresión de que su intelecto [el de Joy] se enfrentaba momentaneamente con el mío. Algo que no tiene nada que ver con la re-unión arrebatada de los amantes. Mucho más parecido a lo que sería recibir una llamada por teléfono o un telegrama de ella para resolver una cuestión práctica. No porque encerrase ningún mensaje, simplemente inteligencia y atención.

Nunca, bajo ningún estado de ánimo, pude imaginarme que los muertos fueran tan al grano. No obstante, se produjo una suprema y jubilosa intimidad. Una intimidad que no se había abierto camino ni a través de los sentidos ni a través de las emociones. Me pregunto si no consistirá el amor en este tipo de intimidad».


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