Llega el verano y los horarios cambian. Esa es una circunstancia que puede llevarnos a un cierto caos: aplazar tareas importantes y hasta omitirlas. Lo primero debemos acertar a hacerlo de manera prudente, mientras lo segundo es algo que debemos evitar a toda costa, si son ejecuciones obligadas. La obligación hay que cumplirla ante todo, si puede ser, a costa de lo que sea. De otro modo, podemos llegar a crearnos una bola y hasta hacérnosla con nosotros y los nuestros dentro, de manera que caemos por la pendiente hacia el precipicio. No incurramos en boleos. Evitemos caer. Advirtamos que, si no somos anacoretas, hay personas que dependen de nuestra actitud. La familia, decimos, es lo primero, pero demos una ojeada a nuestro pequeño mundo y descubriremos que la familia, hoy día, es un factor crítico que debemos cuidar y promover especialmente.
“Es que no llego a todo” es una razón que puede ser defendida hasta estando muy bien vestida y razonada, pero muy a menudo sabemos dentro de nuestro ser que por ahí fallamos. Tratemos, pues, de no engañarnos y de no engañar a los que nos rodean y dependen de nosotros… ni a Dios. Fuera de contar con una razón poderosa para justificar nuestra omisión, debemos responder a nuestra obligación con los demás, a quien debemos servir, y con Dios, que nos tiene en la palma de sus manos y nos cuida vigilante con severidad y misericordia. Más la segunda que la primera, motivo del que solemos aprovecharnos. Hay lo imprescindible, lo importante, lo menos importante y lo evitable. Seamos, pues, equilibrados.
Dejando aparte a los adictos a lo fútil, concluyamos que hay también aquellos que se ajetrean trabajando en cosas que incluso son buenas y hasta obligadas, pero que no las llevan a cabo con acierto, ni mucho menos de manera sensata. Son los hiperactivos o los ceremonieros de turno, esos que planean estar siempre en todos los fregados.
Combinemos, por tanto, actividad y descanso de la manera más humana posible, sin obviar que todo lo humano tiene un valor divino. (Jesús Urteaga tiene un buen libro titulado El valor divino de lo humano). Y de este tema ha tratado el Papa Francisco en un Ángelus de domingo al saludar a los peregrinos desde su balcón en la Plaza de San Pedro del Vaticano. Nos señaló, a todos, presentes o no: “Se trata de hacer una pausa durante la jornada, de recogerse en silencio para dar cabida al Señor que ‘pasa’ y encontrar el valor de permanecer un poco ‘al margen’ con Él, para volver después, con más serenidad y eficacia, a las cosas de la vida cotidiana”. Eso es, debemos conceder un espacio, y espacio importante, al descanso, que debe ser “con Él” y estar equilibrado con el tiempo de actividad. Lo contrario sería tentar a Dios, que quiere que preservemos nuestra salud en todo lo posible y nos ejercitemos y perfeccionemos en la virtud. Es parte importante de la sabiduría de vivir y característico de la persona sensata. Para lograrlo es importante seguir el lema benedictino “ora et labora”. Lo subrayó el Papa en un tweet del mismo día: “El Evangelio de hoy nos recuerda que la sabiduría del corazón reside en el saber combinar la contemplación y la acción (Lc 10,38-42). Pidamos la gracia de amar y servir a Dios y a los hermanos con las manos de Marta y el corazón de María”.