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Humildad

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Nos escandalizamos de las pifias de los demás (nuestro prójimo), y escondemos nuestras miserias, que nos anquilosan hasta el hastío. ¡Cómo vamos a mostrarlas en público, si a nosotros mismos nos asquean! Puesto que todos tenemos derecho a la intimidad, más grave aún es una actitud que está extendiéndose y diversificándose –diríase que mutando-, como si fuera un virus. Es el virus de la pretensión que tienen algunos de –incluso y por si fuera poco- escupir y hasta imponer sus miserias a los demás, tratando de dominar el cotarro, con el poder del foco de los programas de televisión de pretendidas realidades de las noticias, los reality shows y las redes sociales. ¡Ser el centro de todas las miradas, que con ellos mismos no se bastan!

El mundo, ciertamente, está revuelto; francamente mal. Más aún, ¡muy mal! Y aún me quedo corto. Tan mal, que muchos de nosotros, muchos y muchos de aquellos que decimos que llevamos buena intención, nos sentimos agobiados por tanta maldad y desenfreno, y esto nos lleva a meternos las manos en los bolsillos para reprimirlas y vivir calentitos ¿No observas, amigo mío, que visto así, en frío, es una actitud cobarde que aún nos duele y nos paraliza más? ¿No te das cuenta de que tenemos que sacarnos las manos de su escondite, remangarnos y ponernos manos a la obra?

¡Es cierto! Ya un santo tan gran santo como san Pablo se queja de la experiencia personal que siente en su propio cuerpo con un misterioso “aguijón” que le atormenta (2 Cor 12,7). Te lo acepto. Si a él le costaba, más nos costará –sin duda- a la mayoría de nosotros. Pero su sentirse aguijonado nos está hablando de que en esta vida terrenal de nada, nada tenemos asegurado, ni mucho menos fácil. Todos tenemos que arrimar el hombro y sacarnos las algarrobas del horno. ¿Que quema? ¡Claro que quema, ya lo sé! ¡Como lo sabemos todos! Porque la experiencia de san Pablo está escrita no para él, sino para todos nosotros, para que tomemos ejemplo y apechuguemos…

Fíjate en algo que no vemos tan claro. ¿No has pensado nunca que quizás en todo ese mal que vemos alrededor, nosotros tenemos nuestra parte de culpa? Porque quejarse y quedarse mirándose las panoplias es muy distraído, muy fácil y muy cómodo, pero sobrellevar las propias culpas con aderezo y reciedumbre ya es más difícil, ¿no es así? Por tanto, déjate de historias y empieza por no clavar tu propio aguijón a tu vecino y lucha por superarte en todas tus debilidades injustificadas que te hacen perder tiempo, cuando no más… martirizándote tú mismo con tu propia actitud demoledora de tantas ilusiones ajenas que piden tu solicitud.

¿Lo ves? ¡Ya no gusta tanto oírlo, ¿eh? Empieza por ahí, y estarás más cerca de poner tu granito de arena en la tan demoledora y gran maquinaria –incontrolable maquinaria- que nos rodea y atenaza. Puesto que lo que más nos atenaza es nuestra actitud de doble forro. Ya sé la historia de que observas tanta doble vida a tu alrededor, pero esa no es tu incumbencia. Da ejemplo. Tu obligación está, en efecto, además de mantenerte al margen de esos chanchullos, luchar “como si todo dependiera de ti, sabiendo que todo depende de Dios” (sentencia atribuida a san Ignacio).

Tú eres Iglesia. “Piedra viva” (Cfr. 1 Pe 2,4-5). La Iglesia la haces con tu actitud honesta, y no con tus rabietas y rencillas por defender esa unidad de espíritu. “¡Unidad de vida!”, le gustaba insistir a san Josemaría. La Iglesia crece y se afianza con tu “ora et labora” de san Benito, que es el camino ordinario por el que actúa el soplo del Espíritu Santo. De la misma manera que un escritor sabe que sin la inspiración no sacará provecho de su trabajo, pero que, no obstante, de la inspiración no sacará provecho si cuando llega no le encuentra trabajando. Así pues, tú tampoco puedes nada sin el Espíritu Santo, y el Espíritu Santo no puede nada sin ti.

¿Quieres una voz potente? Lo ha dicho el Papa Francisco en su catequesis de este pasado miércoles: “Es Dios quien hace la Iglesia, no el clamor de las obras. La Iglesia no es un mercado ni un grupo de empresarios de una empresa nueva. Es obra del Espíritu Santo. Es la palabra de Jesús la que llena de sentido nuestros esfuerzos. Es en la humildad que se construye el futuro del mundo”. HU-MIL-DAD. Esa es la palabra. Aprende.

La experiencia de san Pablo está escrita no para él, sino para todos nosotros, para que tomemos ejemplo y apechuguemos… Clic para tuitear

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