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Incendios forestales. ¿Por qué arde Grecia?

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Los incendios en Grecia han matado a más de 70 personas, herido a centenares y destruidos casas y coches, y aún no están del todo controlados. Las imágenes que nos llegan son terroríficas, y no es para menos porque al igual que el año pasado en Portugal, algunos de estos incendios desarrollan más energía que una bomba atómica. En realidad, es como si hubieran estallado algunas de ellas, solo que sin radiactividad.

Estos grandes incendios pueden consumir en poco tiempo miles y miles de hectáreas forestales, y en su velocidad y expansión rápida radica precisamente su poder.

En todo incendio siempre podemos encontrar causas locales. En el caso de Grecia, el hecho de que sea el único país de la UE sin catastro incentiva a pegarle fuego al bosque para construir. También, por el desorden urbanístico, la abundancia de viviendas imbricadas en el bosque sin ninguna especial medida de protección. Es el caso de la urbanización extensiva de California. En Portugal el potencial del fuego forestal se ve favorecido por la gran repoblación con eucaliptos, al igual  que en Galicia, una especie que por su composición natural es especialmente flamígera y facilita la ignición y la pronta propagación del fuego

En todas las tragedias aparece enseguida la apelación al incendio intencionado. La multitud de focos más o menos simultáneos es uno de los argumentos para demostrar tal origen. Con este apelativo no se designan solo los incendios provocados aposta, sino todos los que tienen causas no naturales, que son los menos. Arrojar irresponsablemente una colilla encendida por la ventanilla de un coche puede dar lugar a un fuego que será calificado estadísticamente de intencionado.

Existen unos factores comunes a los grandes incendios y sobre ellos debe centrarse la respuesta.

Un gran incendio es un incendio pequeño que ha crecido.

Parece una obviedad, pero está en la base de la cuestión. Impedir que todo foco se transforme en un frente es una exigencia básica, porque el primer paso es reducir los daños y el número posible de grandes incendios, pero no para olvidarse, aunque sean mucho más infrecuentes, sino porque su naturaleza requiere una estrategia distinta. Atajar el foco significa disponer de una detección inmediata. La exigencia se sitúa en tres minutos desde que aparece la columna de humo hasta su detección, cinco minutos sería el límite máximo para actuar con éxito en condiciones adversas. Y, junto con la detección, la intervención rápida: todo foco debe recibir un primer impacto de extinción entre 3 y 15 minutos después de su detección. La fuerza extintora inicial puede ser pequeña si llega muy pronto, y recibe más recursos en tiempo reducido, si son necesarios.  Este modelo fue aplicado sistemáticamente en Cataluña después de los grandes incendios del 1987, desplegándose bajo el nombre de “Programa Foc Verd”. Su éxito ha sido notable, y su única limitación no corregida es que no sirve cuando el incendio toma una gran dimensión. Esto ha ocurrido en tres ocasiones en treinta años. Culminar el proceso hubiera exigido desarrollar la segunda estrategia pensada solo para los grandes incendios. No se ha hecho, quizás porque para una democracia de baja calidad que trabaja con visión máxima de cuatro años, los grandes fuegos no preocupan… hasta que suceden. Más cuando el cambio climático acentúa las condiciones favorables.

El doble movimiento: abandono de la explotación del bosque y humanización urbana.

La explotación sostenible del bosque era una garantía, porque reducía su masa forestal y lo poblaba de personas que lo conocían. Pero esto hace décadas que desapareció, con lo cual la densidad de pies, la proximidad de las copas, la abundancia de sotobosque y materia seca crean condiciones óptimas para el fuego y su propagación. A la vez, se ha producido un movimiento contrario que lo complica: su humanización urbanita: residencias, urbanizaciones, “domingueros”, motoristas con intercomunicador, abundan los usos por parte de gente que apenas conoce la naturaleza, y la usa mal, y abusa de ella. La ordenación urbanística, las medidas de prevención obligatorias, la educación ciudadana, voluntarios forestales educadores, y una guardería forestal fuerte y bien dotada con un sistema sancionador ejemplarizante, es el camino que debe recorrerse.

¿Las temperaturas elevadas? Sí claro, pero sobre todo la humedad ambiental y la evotranspiración.

El cambio climático conlleva una mayor frecuencia de periodos tórridos, pero la temperatura por sí misma no es determinante. Es decir, la detección preventiva ni tan siquiera debe considerarla. Lo realmente decisivo es la baja humedad ambiental. Este sí determina el riesgo de incendio, sobre todo cuando disminuye por debajo del 35%, y junto con ella, la evotranspiración, la pérdida de agua de la vegetación, como consecuencia de la combinación de temperatura y humedad ambiental. Una buena red de estaciones meteorológicas que cubra el territorio permite una detección zonal preventiva, y una mejor organización de los recursos de extinción. El incendio explosivo se da sobre todo en estas condiciones.

En definitiva, la extinción es un trabajo de naturaleza química: para que pueda producirse la ignición es precisa una tarea previa para eliminar toda el agua de la vegetación, esto es tanto más fácil como mayor sea la materia vegetal muerta y más acusado el estrés hídrico de la vegetación. De ahí que la ruptura del continuo forestal con vegetaciones crasas, o que por su marco de plantación dificulten o impidan el paso del fuego, es esencial para limitar los grandes incendios. Módulos no mayores de 3000 Ha, aprovechado además condiciones naturales, permitirían acotar los daños y al mismo tiempo generar utilidad económica allí donde sea posible sin deterioro del bosque.

Un gran incendio, como sucedió con el que se dio en Portugal en el 2017, “fabrica” su propia atmósfera, de manera que desencadena en su interior un notable aumento de la velocidad del viento, facilitando su expansión.

En definitiva, conocemos bien las causas y su desarrollo, lo que falla es la voluntad política y, en ocasiones, un cierto perjuicio corporativo, porque la respuesta no es unívoca, requiere de la silvicultura y el conocimiento técnico del bosque, pero también de la detección, la extinción, el urbanismo, la policía administrativa y la colaboración de las gentes que viven en el territorio.

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