Los sentimientos son volubles. Si dejamos que ellos tomen las riendas de nuestras decisiones, terminaremos siendo inconstantes. Es una de las características más típicas de los niños: no pueden entretenerse por mucho tiempo en una cosa. El niño empieza a armar un rompecabezas, y a los cinco minutos ya está harto; va entonces a jugar con el cochecito…, hasta que encuentra el monedero de mamá, tan atractivo para su espíritu explorador. No hay ningún principio que dé continuidad a lo que hace.
Los adultos inmaduros suelen ofrecer un cuadro parecido. Les falta constancia y tenacidad para realizar sus proyectos hasta concluirlos del todo. La persona que no ha alcanzado la madurez es irresponsable y difícilmente conserva un trabajo; desmerece toda confianza, ya que no se sabe si hará o no lo que se le encarga. Necesita que alguien esté detrás para supervisar su trabajo y evitar que se meta en problemas, pues sus antojos pasajeros fácilmente lo sacan de ruta.
Solo una persona verdaderamente libre es capaz de comprometerse y de ser fiel a la palabra dada. Y solo una persona madura es verdaderamente libre. Si uno es maduro, puede tomar decisiones responsables sin tener que arrepentirse. La responsabilidad, además, da estabilidad a la propia vida.
Cuando una persona madura toma una decisión importante en la vida, no se pasa años enteros replanteando su decisión: «¿Me habré equivocado? Tal vez no sabía lo que estaba haciendo; era tan joven. Creo que he cambiado de opinión…». La actitud de un individuo maduro es muy diferente: «Yo sabía que no todo iba a ser fácil; sabía que vendrían dificultades y sacrificios, y aun así determiné que valía la pena. Ahora lo que cuenta es la fidelidad». Viendo, así las cosas, el hombre se libera de los altibajos del buen o mal humor y del vaivén de las circunstancias.
Algunas veces se subestima la tenacidad. En un número de 1993 de la revista US News and World Report, John Leo deploraba una campaña que pretendía eliminar las competencias deportivas en las escuelas para evitar traumas a los alumnos. El éxito de esta campaña, señalaba Leo, podía ser un desastre para el país.
El deporte enseña la virtud de la determinación, de la perseverancia y de la tenacidad, del trabajo en equipo, del valor. Saber ganar y perder, saber levantarse cuando se ha caído, saber retomar los aparejos y volver a empezar… esta es la virtud que ha hecho posible los más grandes logros de la humanidad, tanto a nivel personal como colectivo. El duque de Wellington solía decir: «La batalla de Waterloo se ganó en los campos de juego de Eton».
Hay ciertos ideales por los que vale la pena luchar a toda costa. Ni siquiera quienes se esfuerzan por quitar las competiciones en las escuelas pueden soñar en tener éxito si no demuestran resolución, perseverancia y tenacidad.
La constancia implica autodisciplina. Cualquier trabajo u ocupación, por interesante que parezca, produce inevitablemente cierto tedio y hastío; de ahí la facilidad con que muchos se dejan llevar por las distracciones o dejan el trabajo a medias. Una persona madura, en cambio, jamás deja algo sin acabar, salvo en casos de verdadera necesidad; «obra comenzada, obra terminada». Comenzar un proyecto con entusiasmo es relativamente fácil; llevarlo a término no es así de fácil. La célebre fábula de Esopo de la tortuga y la liebre, tan válida hoy como cuando se escribió, es un testimonio del valor de la perseverancia. Más vale despacio, pero seguro…