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La amistad que construye

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Hace unos días se acababa de presentar en Rímini la 43ª edición del Meeting por la Amistad entre los Pueblos. Algunas personas quedaron particularmente impresionadas por ese comienzo tan lejano en el tiempo y se preguntaban cómo y por qué nació y ha durado tanto el Meeting.

Mientras contaba los hechos y proyectos de aquellos años, me interrumpe un amigo allí presente, uno que había compartido los inicios conmigo, quien, tajante, me dice: “sí, pero lo esencial es que estábamos juntos, éramos amigos. Con habilidades, recursos, incluso temperamentos muy diferentes. Pero juntos y amigos”. Una consideración tan sencilla como realista. Verdadera no sólo para el Meeting. Reflexionando, de hecho, las grandes cosas de la historia rara vez han sido el resultado de un genio aislado, sino que han sido mucho más a menudo el resultado del trabajo compartido, de proyectos construidos juntos.

Ocurrió así con el nacimiento de Europa, no una estrategia construida en una mesa, sino el fruto de un sueño compartido por la amistad de tres grandes estadistas, Schuman, Adenauer y De Gasperi. Amistad y realismo de tres hombres que intuyeron que, sólo uniéndose, de las cenizas de la Segunda Guerra Mundial podría nacer un proyecto de paz duradero. Schuman escribió a De Gasperi en 1950: “Nos conocimos tarde en la vida, pero nuestra amistad ha sido profunda y sin reservas. Sin duda estábamos predestinados en un momento en que se definía una nueva política para nuestros países”.

También la investigación científica siempre relata historias de descubrimientos compartidos. Se remonta a la década de 1930 la amistad de los «Muchachos de Via Panisperna», un grupo de jóvenes científicos que completaron los primeros experimentos nucleares en torno a Enrico Fermi. Y en tiempos más recientes, Fabiola Gianotti, directora general del CERN en Ginebra, describe el trabajo de los científicos con los que comparte la experiencia investigadora: “Nos mueve la pasión por la ciencia, no por la geopolítica. Aquí y con nosotros trabajan juntos científicos israelíes, palestinos e iraníes. La ciencia es universal y unificadora. Nuestra vocación es más cooperativa que competitiva”.

Quedarnos solos no es bueno para nosotros. Esto lo hemos experimentado en estos años de pandemia. Lo hemos visto en la escuela, en el trabajo, en la familia. Quizás también habíamos llegado a pensar que la enseñanza a distancia podía ser una alternativa válida, que el smart working fuese un ahorro útil de tiempo y energía, que las relaciones a través de redes sociales simplificaban la vida. Porque en el fondo la elección de aflojar las relaciones, de hacerlo “solos”, es una gran presunción. La presunción de no necesitar a los demás, de no tener nada más que aprender de nadie. La arrogancia de pensar que la diversidad de los demás ni siquiera merece ser puesta en juego. Entonces, ¿por qué perder el tiempo reuniéndonos, hablando, construyendo juntos?

El culmen de esta presunción tan poco realista ha sido absolutizar la desintermediación en la vida social y política. El mito de la democracia directa (¡hoy y no en la Atenas del 400 aC!), el mantra de “uno vale uno”, la posición propia expresada en una plataforma virtual [NdT: como hace el Movimiento 5 Estrellas en Italia], han eliminado el diálogo entre personas reales, el cotejo, el debate. Contribuyeron a la muerte de la política. Han favorecido la eliminación de los cuerpos intermedios. Han creado un mundo de gente solitaria y enfadada.

Pero, ¿por dónde empezar de nuevo por una política y una sociabilidad diferentes? Hoy que los grandes ideales, experiencias y «banderas» históricas se han disuelto como la nieve al sol, podemos seguir lamentando lo que ya no está o, peor aún, tratar de reanimar lo que está muerto. O bien invertir en el único factor que siempre es capaz de resistir, porque es irreductible. El deseo. Y el deseo es el único motor de la libertad. Don Giussani decía en una entrevista en 1987: “el deseo es como la chispa con la que se enciende el motor. Todos los movimientos humanos surgen de este fenómeno, de este dinamismo constitutivo del hombre”.

La experiencia nos demuestra que invertir en el deseo nos une. Nos une no por interés, no por un beneficio mutuo, sino porque nos convierte en amigos. Don Carrón en una reciente reunión pública en Perugia dio un sugerente ejemplo de cómo un gran deseo, por ejemplo el deseo de belleza, te hace encontrar verdaderos amigos. Hablaba de la hermosa montaña argentina del Aconcagua. Si uno la ve quiere ir allí, pero a los amigos con los que siempre ha compartido su vida no les interesa. Entonces siente la tentación de dejarlo perder, pero cuando vuelve a ver la imagen del Aconcagua, es desafiado por su belleza y decide buscar a otros compañeros de viaje. Carrón concluyó: “estos son los verdaderos amigos, aquellos con los que se camina hacia el destino”.

En el desierto devastado y devastador de hoy en día es realmente difícil imaginar que uno pueda moverse por menos de una pasión así por la belleza, por la justicia, por el sentido de la vida. Y encontrar a alguien con quien subir al Aconcagua ¡es una verdadera suerte!

[Publicado en “Il Sussidiario” del 17/7/2022: https://www.ilsussidiario.net/editoriale/2022/7/18/lamicizia-che-costruisce/2376218/ ]

O bien invertir en el único factor que siempre es capaz de resistir, porque es irreductible. El deseo Clic para tuitear

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