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La batalla de la verdad y la vida

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Muchos cristianos piensan que la verdadera batalla contra el mal se libra en el plano de la caridad («Amaos unos a otros como yo os he amado» Jn 15,12), y creo que esa afirmación es plenamente cierta y actual.

Algunos concretan esa lucha en las obras de misericordia, procurando alimento, alojamiento, cariño, vestido y cultura a quien se encuentra desprovisto de estos bienes básicos que toda persona necesita. Este planteamiento se ha visualizado en la feliz imagen del hospital de campaña, como símbolo de ese espíritu de misericordia que tanto recuerda a las noticias que tenemos de los primeros cristianos, una referencia que siempre suscita ese deseo reformador de volver a los orígenes para recuperar el camino. Considerar esta dimensión como indispensable para la comunidad cristiana actual es una de las claves para entender el pontificado de Francisco y los retos del mundo actual.

Pero la caridad no se agota en estas realizaciones.

El propio Francisco habla del amor imperado (Fratelli Tutti, n.186) como una necesaria realización de la caridad. Se trata de la caridad enfocada a «crear instituciones más sanas, regulaciones más justas, estructuras más solidarias». En el mismo texto, Francisco pone un ejemplo muy clarificador: «Es caridad acompañar a una persona que sufre, y también es caridad todo lo que se realiza, aun sin tener contacto directo con esa persona, para modificar las condiciones sociales que provocan su sufrimiento. Si alguien ayuda a un anciano a cruzar un río, y eso es exquisita caridad, el político le construye un puente, y eso también es caridad». Algunos proponen para esta dimensión la imagen de una fortaleza, como la construcción de una estructura que nos protege del sufrimiento y del mal, labor que nos reaviva el recuerdo de aquellos segundos cristianos, los que tuvieron posibilidad de influir en la sociedad antigua y medieval y construyeron un modelo de sociedad cristiana que duró no pocos siglos.

Ahora, muchos siglos después, nos enfrentamos a una singular batalla con el mundo en torno al valor de la verdad y de la vida, ¿cuáles deben ser nuestras armas? ¿Cuáles nuestros objetivos?

Es indispensable esforzarse en mostrar el rostro misericordioso de la Iglesia: atender a los que sufren, ayudar a las embarazadas en situación comprometida, a las familias sin recursos, a los profesionales acosados por defender su conciencia, a los emigrantes, a los enfermos, a las familias con niños con necesidades especiales, a los desempleados, a los acosados, a las personas con dificultades afectivas, a los que sienten un rechazo hacia su propio cuerpo…

También es ineludible el amor imperado, luchando por la justicia en las leyes y en las costumbres. Las últimas reformas legislativas y la actual oleada mediática contra la verdad del hombre y la mujer y contra el valor de la vida humana provocarán una cantidad ingente de sufrimiento en todos, especialmente en los más débiles de la sociedad.

No se trata de una disyuntiva, de si la Iglesia debe ser hospital de campaña o fortaleza de valores, como algunos plantean. No se puede elegir una u otra, son dos caras de la misma moneda, la moneda del amor. Ambas son apremiantes.

Desgraciadamente, las circunstancias políticas pueden llegar a impedir la manifestación pública de una o de ambas facetas, como ya ha ocurrido no pocas veces por la opresión de una dictadura, sea imperial (romana), marxista (soviética), fascista (nazi) o religiosa (islámica), y en ese caso lamentaremos no haber luchado públicamente cuando aún se podía. Mientras podamos hacerlo, rechazar el esfuerzo es rechazar la caridad.

Individualmente, cada uno se sentirá capacitado y llamado a una labor más específica en uno de estos dos frentes, pero como comunidad no podemos renunciar a ninguno y como hermanos no podemos dejar de apoyarnos y ayudarnos en todo lo posible.

Lamentaremos no haber luchado públicamente cuando aún se podía. Mientras podamos hacerlo, rechazar el esfuerzo es rechazar la caridad Share on X

 

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