Este pasado octubre el Papa Francisco recibió en audiencia al presidente estadounidense Joe Biden, que, como es sabido, propugna el aborto.
A raíz de ello algunos periódicos, mal informados, titulaban: “El Papa permite a Biden comulgar, pese a consentir el aborto”.
Para ver que están mal informados, no hay más que repasar las recientes e insistentes manifestaciones del Papa condenando el aborto sin paliativos: Lo califica de asesinato (añadiendo que eso no sólo lo dice la Fe, sino también la propia razón y la ciencia). Manifestó Francisco que tratar de solucionar un problema segando una vida inocente, equivale a contratar a un sicario para salir de un apuro. La solución no puede ser nunca matar. En cuanto al aborto selectivo (de disminuidos) equivale a actuar como hicieron los nazis, aunque con guante blanco, afirma el Papa. Y ya en la “Laudatio si” nos señalaba que el aborto es incompatible con un recto cuidado de la Naturaleza.
Y en el viaje de vuelta, no hace mucho, de Hungría y Eslovaquia, dijo que se ha de negar la comunión a quien está fuera de la comunidad de la Iglesia, bien por ser de otra religión, p.e. de religión judía, o por haber sido excomulgado. Y en el nº 2272 del Catecismo leemos: “La cooperación formal a un aborto constituye una falta grave. La Iglesia sanciona con pena canónica de excomunión este delito contra la vida humana” “Quien procura el aborto, si éste se produce, incurre en excomunión “latae sententiae”, es decir incurre “ipso facto” en ella” (automáticamente, no se precisa sentencia expresa).
Ahora bien, el político que eleva a derecho este crimen, o apoya con dinero público su comisión es un “cooperador formal” del aborto, y por tanto incurre en excomunión automáticamente. Por lo que el Papa afirma que se le debe negar, como excomulgado, la Eucaristía.
Por otra parte, si se aduce que por motivos pastorales no hay que negar la Eucaristía al que comete o coopera esencialmente con el aborto, habrá que observar que el criterio pastoral por excelencia es administrar la misericordia infinita de Dios. Y aquí hay que salir al paso de un gravísimo error:
Si un médico, que atiende a un paciente al que, con diagnóstico seguro, se le declara un grave cáncer, llevado de una falsa compasión le dice que está muy bien, lo está condenando a muerte, a que no ponga los medios, duros y necesarios, para salvar su vida. Y, aunque no podemos juzgar la culpabilidad interior de nadie, el defensor activo del aborto está en estado objetivo de grave pecado. Y, si es consciente y tiene suficiente formación, él mismo pensará que está pecando gravemente.
Y, si se le permite y anima a comulgar con tal conciencia, estaríamos animándole a añadir a su cooperación con el aborto, otro pecado más grave, el sacrilegio de recibir al Señor sin estar en gracia de Dios. Y lejos de curarlo espiritualmente, estaríamos agravando su situación, alejándolo de su conversión, de su salud espiritual. De modo, que también por misericordia habrá que negar la Eucaristía a quienes cooperen formalmente con el aborto. Esto, además de por reverencia al Señor sacramentado, y de respeto, pastoral, a los fieles, que no deben ser escandalizados.