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La verdadera historia de Balian de Ibelin

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Ridley Scott ha declarado en varias ocasiones que su película sobre la caída de Jeusalén, El Reino de los Cielos, no quiere ser un documental histórico. Pero cuando uno repasa un par de libros de Historia de las Cruzadas, asombra en especial lo que esta película ha hecho con el personaje principal, Balian de Ibelin, interpretado en la película por Orlando Bloom.

 

El film lo presenta como un hombre de orígenes humildes, soltero, que tiene un extraño affaire amoroso con Sibila, la hermana del “rey leproso” Balduino. La realidad es que conocemos mucho de este señor, que estaba muy felizmente casado y tuvo 4 hijos. Hemos querido entender mejor a Balian y su vida y comprobar qué ha cambiado Ridley Scott y preguntarnos por qué.

 

Una época de acero y guerra

 

Hacia el año 1175, en el trono del reino cristiano de Jerusalén se sentaba Balduino, el joven rey leproso, con trece años. Asumía funciones de regente el conde Raimundo de Trípoli, pariente cercano.

 

Con Raimundo de regente, se creaba un bloque de señores que miraban a su alrededor, a los pequeños estados cristianos de Tierra Santa (Trípoli, Antioquía, Edesa, Jerusalén) rodeados de un océano islámico  y pensaban cómo mantenerlos, como sobrevivir mediante fórmulas de coexistencia con los musulmanes, que se unificaban peligrosamente bajo el mando de Saladino. Así pensaban los barones nativos, los que habían nacido ya en Tierra Santa, herederos de los conquistadores de la Primera Cruzada. También en esta línea estaba la Orden de los Caballeros Hospitalarios.

 

En una estrategia distinta, buscando la lucha armada contra los musulmanes, estaban las distintas oleadas de señores guerreros recién llegados de Europa buscando fortuna o fama, así como la Orden del Temple.

 

Muy a menudo el odio y la rivalidad entre señores de ambas tendencias se remontaba a ofensas y agravios personales previos. Por ejemplo, Raimundo había prometido a un caballero flamenco llamado Gerardo de Ridfort que lo casaría con la primera heredera adecuada que hubiese en su condado. Pero cuando se presentó la ocasión –una joven llamada Lucía que acababa de heredar el señorío de Botrun- Raimundo la casó con un rico señor italiano de Pisa, olvidándose de Gerardo. El caballero flamenco, despechado y ofendido, entró en la Orden del Temple, donde llegó a ser Maestre, y desde allí alentó la línea de oposición a Raimundo, lo que sería causa de muchos males futuros. Rencores como estos se multiplicaban en la nobleza de ambas tendencias.

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Balian, casado con una reina y feliz

 

Quien sí estaba felizmente casado era Balian de Ibelin. No era un noble “de primera fila” (era el tercer hijo de Balian el Viejo señor de Ibelin y de Helvis de la casa de Ramleh), pero su esposa sí lo era: la reina María Comneno, viuda de Amalarico I, el rey de Jerusalén anterior al joven Rey Leproso (de quien era madrastra). Balian y su esposa la reina María militaban en el bando “conciliador”, el que buscaba evitar guerras innecesarias. Vivían básicamente de la ciudad de Nablús, que pertenecía a ella. Como vemos, el Balian de la película de Ridley Scott está muy lejos del histórico.

 

Otro Ibelin importante era Balduino, el hermano de nuestro Balian, dueño del señorío de Ramleh. Los hermanos Ibelin eran representantes de esta nobleza nativa interesada en mantener la paz con los musulmanes dentro de lo posible. En 1179, en una batalla contra las tropas de Saladino, Balduino de Ibelin había caído prisionero. Los musulmanes pedían por el hermano de Balian un rescate de rey, 150.000 denarios, porque lo consideraban un importantísimo líder. Al final lo liberaron a cambio de mil prisioneros musulmanes… y la promesa de pagar una gran cantidad.

 

Sibila, la “guapa” de la película

 

Por estas fechas, el joven rey leproso de Jerusalén buscaba aliados en el mundo cristiano –con poco éxito- mientras pactaba treguas con Saladino. Una baza era su hermana Sibila, cuya mano ofrecía. Esta es la mujer que Ridley Scott pone como protagonista femenino.

 

Sibila estuvo un tiempo enamorada de Balduino de Ibelin, e incluso le escribió cartas de amor a su prisión musulmana, pero cuando lo liberaron ella le trató con frialdad alegando que ella no podía casarse mientras él debiese tanto dinero (a los musulmanes, recordemos). Balduino de Ibelin fue a Constantinopla, contó sus desgracias al emperador Manuel, y éste, generoso, pagó la deuda.

 

Cuando Balduino volvió contento a Palestina en primavera de 1180 se encontró con que Sibila ya había anunciado su intención de casarse con otro hombre: un tal Guy (o Guido) de Lusignon, un alocado muchacho  francés recién llegado de Europa, que contaba con algunos apoyos en la corte de Jerusalén, como su hermano, un buen luchador que tenía el cargo de condestable, y sobre todo Inés, la madre del rey leproso.

 

El joven rey leproso y la nobleza local estaban espantados con que un advenedizo recién llegado se casase con la hermana del rey enfermo, pero finalmente así fue: se casaron en Pascua de 1180 y Guy de Lusignon (el “malo” de la película de Ridley Scott) recibió los condados de Jaffa y Ascalón. Como rival de los Ibelin, Guy se apuntó al bando de los “halcones” liderados por Reinaldo de Chatillon, el clan de los Courtenay (con Inés, la madre del rey) y los templarios. Este lobby fue quien ese mismo año consiguió colocar como patriarca latino de Jerusalén a Heraclio, un hombre joven y apuesto, a todas luces indigno, poco letrado y conocido por sus amantes cuando ya era arzobispo de Cesarea. Inés, la madre del rey, también muy dada a los amoríos, lo tomó como amante. Este Heraclio siempre se esforzó por mover sus piezas en Roma –y las de sus aliados- frente al resto de la indignada Iglesia de Tierra Santa.  

 

Una paz armada

 

En el año 1184, justo antes de morir el rey leproso, hay alborotos y batallas en las fronteras. La película recoge algunos de ellos, provocaciones del sector belicoso. Pero no afectan al día a día de comerciantes y labradores.

 

Tenemos escritos del viajero andaluz Ibn Jubayr, que visita Damasco ese año, y muestra su sorpresa al ver que a pesar de la guerra las caravanas van y vienen sin problemas de El Cairo a Damasco cruzando el territorio de los que los árabes llaman “los frany” (los francos, y por extensión los cristianos latinos):

“los cristianos cobran a los musulmanes una tasa que se cobra sin abusos. Los comerciantes cristianos pagan, a su vez, derechos por sus mercancías cuando cruzan el territorio de los musulmanes. Se entienden a la perfección y se respeta la equidad. Los guerreros se ocupan de la guerra pero el pueblo permanece en paz”.

 

Este es el estado de cosas que Saladino intenta mantener. Cuando muere en 1185 el rey leproso con 25 años, deja el trono a su sobrino Balduino V, un niño de 6 años, y la regencia a Raimundo, conde de Trípoli, que enseguida pacta una tregua de cuatro años con Saladino. Pero al año siguiente, en 1186 muere el pequeño rey.

 

Guido y Sibila, reyes de Jerusalén

 

Como hemos visto, la película cambia muchas cosas: ni Balian está solo, ni es un joven recién llegado, ni se acuesta con Sibila, ni ésta ha sido injustamente casada.

 

Cuando muere el niño rey, los dos bandos se mueven. Por un lado están los barones nativos: Gualterio de Cesarea, Reinaldo de Sidón, Raimundo conde de Trípoli, los hermanos Ibelin, la reina María y su hija Isabel con su esposo Hunfredo de Torón, de la familia del belicoso Reinaldo de Chatillon. Su único aliado en Jerusalén son los Caballeros Hospitalarios.

 

Por el otro bando están los Lusignon con Sibila, la Iglesia controlada por Heraclio, el nuevo gran Maestre del Temple (que no es Reinaldo de Chatillón, como parece en la película, sino Gerardo de Ridfort, aquel joven flamenco despechado), y el pueblo de Jerusalén, que odio a Guy de Lusignon pero apoya a su esposa Sibila. Con estos apoyos, el patriarca corona a Sibila… y ésta toma otra corona y la ciñe sobre la cabeza de su esposo Guy.

 

El bando de los barones nativos estaba dispuesto a rebelarse y postular por el joven Hunfredo… pero éste, aterrado, sin ganas de ser rey, se fuga de Nablus (el territorio de Balian y su esposa la reina María), acude a donde Sibila y se entrega al bando de Jerusalén. Esto hunde la resistencia de los barones nativos: Raimundo se retira a su ducado de Trípoli, Balduino de Ibelin se marcha a servir al rey Bohemundo de Antioquía y el resto, de mala gana, aceptan a Guy de Lusignan como rey de Jerusalén. 

 

Llega la guerra

 

Como recoge la película (excepto en que Guy no estaba presente) Reinaldo de Chatillon ataca una caravana musulmana, mata a todos los soldados y esclaviza y encierra a todos los civiles. Los musulmanes piden la libertad de los prisioneros y una gran indemnización. Guy no puede controlar a Reinaldo, que es quien le mantiene en el trono y se niega a pagar. Por lo tanto, llega la guerra con Saladino.

 

Los cristianos de otros reinos no quieren meterse en una guerra absurda provocada por un descontrolado: Bohemundo de Antioquía renueva la paz con Saladino. Raimundo desde Trípoli concierta con el líder musulmán una tregua para su condado y para Galilea (que pertenece a su esposa aunque es tributario feudal de Jerusalén). Guy y los suyos se enfurecen contra Raimundo, y quieren atacarlo, pero nuestro Balian de Ibelin intenta evitar la guerra civil y consigue que el rey le haga formar parte de una embajada para negociar con Raimundo.

 

Por esta embajada sabemos que Balian era un hombre religioso –no menos que la media de su época, al contrario de cómo nos lo presentan en la película-  porque los cronistas recogen que, recordando que era víspera de San Felipe y Santiago, desvió su camino hacia Trípoli para pasar la noche en casa del obispo de Sebastea (la antigua Samaria), con quien charló toda la noche y con quien celebró misa al alba.

 

Su embajada no llega a tiempo: mientras iba a Trípoli, un destacamento de 7.000 jinetes de caballería mameluca –que tenía permiso de Raimundo para atravesar Galilea- ha destruido una expedición templaria en tierras galileas, desencadenando definitivamente la guerra. Templarios y hospitalarios se movilizan apresuradamente (los segundos a regañadientes y empujados por los primeros) y son derrotados en otra masacre. Raimundo, que se siente culpable de que haya sucedido en su territorio, usa a Balian para reconciliarse con el rey Guy y volver a unir filas con Jerusalén.

 

Días después, llegará la desastrosa batalla de Hattin, provocada por impulso del gran maestre templario Gerardo, en la que las fuerzas cristianas fueron derrotadas abriendo el camino a Jerusalén. Allí los musulmanes capturaron la reliquia de la Vera Cruz, que llevaba el obispo de Acre (el cobarde Patriarca Heraclio no había querido ira  la batalla) y a casi toda la nobleza contendiente. Contrariamente a lo que dice la película, Balian estuvo allí dirigiendo la retaguardia, lucho valerosamente y con Reinaldo de Sidón y Raimundo de Trípoli fue de los pocos que pudo escapar, cada uno por su lado.

 

La película es bastante fiel al recoger el encuentro de Saladino con el rey Guy y Reinaldo: efectivamente Saladino ofrece agua fresca al rey, y según la hospitalidad oriental quien ofrece de beber a un huésped ya no puede hacerle daño. Éste ofrece agua a Reinaldo, pero Saladino hace matar a Reinaldo de Chatillon (“la perfidia de ese hombre y su insolencia habían ido demasiado lejos”, dice el líder musulmán) y a todos los caballeros templarios y hospitalarios, excepto al gran maestre Gerardo. A éste lo pondrá en libertad después de usarlo para ordenar a los templarios que entreguen su plaza en Gaza.

 

La batalla de Jerusalén

 

En la película vemos a Balian haciendo una arenga “laica” para defender la ciudad. Es una intrusión del siglo XXI que no encaja para nada con el siglo XII. Lo que en cambio sabemos es que Saladino convocó delegados de Jerusalén para negociar las condiciones de la rendición, pero estos se negaron a cualquier trato. No pensaban entregar la ciudad donde su Dios había muerto por ellos. Era cuestión de principios religiosos. La escena transcurrió durante un eclipse de sol y habría quedado bonita en la película.

 

Sucede entonces otra escena digna de ser filmada pero que a Ridley Scott no le pega con su guión ni su personaje. Tras la derrota de Hattin, Balian se había refugiado con muchos más guerreros que huían en Tiro. Se entera de que su mujer la reina María y sus hijos están asediados en Jerusalén. Entonces pide permiso a Saladino para entrar en la ciudad sin armas, jurando que no luchará, y llevarse a su familia. Saladino, siempre cortés, se lo permite. Pero una vez dentro, los ciudadanos piden a Balian que se quede y los dirija en la defensa. Balian se ve moralmente obligado a quedarse y escribe a Saladino explicándole, apenado, que no puede cumplir su juramento de no luchar. El magnánimo Saladino le dispensa de su juramento e incluso envía una escolta que acompañe a la reina María, sus hijos, séquito y todos sus bienes hasta Tiro. Dicen los cronistas que Saladino lloró al ver pasar a los niños y jóvenes sobrinos e hijos de Balian, herederos en el destierro de una nobleza en declive.

 

Como recoge la película, en la ciudad sólo había dos caballeros, así que Balian armó caballero a todo muchacho mayor de 16 años nacido de familia noble (repetimos, de familia noble, no a cualquier plebeyo como dice el film) y también a 30 miembros de la burguesía. Reunió tanto dinero como pudo, incluso la plata del tejado del Santo Sepulcro y entregó armas a cualquiera que pudiera esgrimirlas. Resistieron 10 días y, como recoge la película, en el último combate se mantuvieron firmes en una enorme brecha ya irreparable en las murallas.

 

Finalmente, el mismo Balian acude al campamento de Saladino a negociar la rendición. Saladino al principio no quiere hablar de rendición: él ya dio esa oportunidad, y ahora sólo piensa en entrar a sangre y fuego. Mientras hablan, la batalla continua, y los cristianos rechazan una vez más a los asaltantes.

 

Balian entonces negocia con firmeza: sí, la ciudad ya casi ha caído, pero si no se ofrecen condiciones dignas de rendición los defensores, desesperados, destruirán los edificios sagrados musulmanes y degollarán a  todos los prisioneros islámicos. Saladino entonces acepta condiciones: liberará a todo hombre que pague 10 denarios, 5 por mujer y uno por niño. Es muy caro para los 20.000 pobres de la ciudad y Balian regatea: Saladino está dispuesto a dejar libres a los 20.000 por 100.000 denarios. Balian sabe que nadie podrá reunir tanto dinero. Consigue que se liberen a 7.000 ciudadanos por 30.000 denarios. La guarnición entonces, siguiendo a Balian, depone las armas: es el viernes 2 de octubre.

 

Tras la conquista

 

Los musulmanes entraron en la ciudad con orden y sin pillaje, al contrario que los francos 88 años antes. Patrullas especiales impedían cualquier ultraje a los cristianos. Balian consiguió reunir los 30.000 denarios en parte tras una dura presión a las órdenes militares, especialmente con un dinero que Enrique II de Inglaterra había hecho llegar a los Hospitalarios de Jerusalén como penitencia por el asesinato de Santo Tomás Beckett. Los cronistas musulmanes recogen la vergüenza de ver al indigno patriarca Heraclio pagando sus diez denarios y saliendo de la ciudad con carros llenos de riquezas, sin pagar nada por los pobres esclavizados.

 

Dos hileras abandonaban la ciudad: los liberados hacia la costa, aún en manos cristianas. Los esclavos para ser vendidos y repartidos. Un hermano de Saladino, Al-Adil, viendo el espectáculo, le pide al vencedor mil esclavos de regalo. Éste se los entrega, y el entusiasta Al-Adil los libera inmediatamente como gesto de magnanimidad. El patriarca Heraclio lo ve y pide que le entreguen unos esclavos, que él los pondrá en libertad: se le conceden 700, que libera y así salva algo su conciencia. Balian consigue hacer que le regalen 500 y los libera. Saladino mismo, en racha generosa y entusiasta, libera él mismo a todas las ancianas y ancianos. También da donativos a viudas y huérfanos y libera algunos esposos cautivos conmovido por las lágrimas de damas francas que ya han pagado su rescate.

 

Como se ve en la película, los cristianos no pueden marchar hasta que se desmonta la cruz de la Cúpula del Peñasco y se eliminan los signos del culto cristiano. En la mezquita de Al-Aqsa se quita todo vestigio de sus anteriores ocupantes, los templarios. Ambos edificios, rociados con agua de rosas, son dedicados al culto islámico.

 

Los refugiados abandonan lentamente la ciudad en tres grupos, uno dirigido por los templarios, otro por los hospitalarios y otro por Balian y el patriarca. En Tiro, atestada, sólo aceptan combatientes. En Trípoli, también llena, les cierran las puertas. Sólo en Antioquía, y de mala gana, les dejan entrar.

   

En la película vemos a Sibila, su cabello rasurado como una penitente, aliviando a los heridos del asedio. Según Ernoul, un cronista de la casa de Ibelin que fue testigo de la mayoría de los hechos que hemos explicado, Sibila dejó Jerusalén justo antes del asedio y se dirigió a  Nablus, la sede que había sido de Balian. Otras fuentes dicen que sí estuvo en el asedio y que después fue a Nablus sólo en un viaje rápido.  Saladino liberó al rey Guy en marzo (o en julio, depende de la fuente) de 1188 y Sibila se le unió. 

 

A los cristianos sólo les quedan los puertos de Tiro, Trípoli, Antioquía y tres fortalezas aisladas, pero la caída de Jerusalén ha causado sensación en Europa y decenas de miles de peregrinos armados desembarcan continuamente en Tiro. Aunque prometió a Saladino no volver a luchar contra él, Guy toma las armas una vez más y ataca el puerto de Acre. Será una batalla larga, a la que llegarán en una nueva cruzada Ricardo Corazón de León y el rey de Francia Felipe Augusto. En ella participará una vez más Balian. Durante este asedio morirá Sibila.

 

Tras la victoria de Acre en 1191, Guy de Lusignon será nombrado por las nuevas potencias cruzadas rey de Chipre, en una especie de honroso exilio. Su dinastía, la del último rey de Jerusalén, reinará allí cuatro siglos. No era un buen estratega ni un gran caballero, y se dejaba llevar a desastres y aventuras por cualquiera que le hablase con suficiente entusiasmo, pero encaja mal con el personaje que han hecho de él en El reino de los cielos, y desde luego no fue desnudado y colocado en un burro como se ve en la película.

 

BIBLIOGRAFÍA:

 

Las cruzadas vistas por los árabes, de Amin Maalouf, Alianza Editorial, 1989

Historia de las Cruzadas II, Steven Runciman, Alianza Universidad, 1973

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