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Libertad, más que una idea

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“¡Para qué tengo que cambiar, si así estoy bien y me da dinero para vivir? ¿No estás peor tú, que sigues esa que llamas ética racional, tú, que dices que vas apretujao para llegar a fin de mes? ¿O es que tengo que hacer lo que a ti te pase por la cabeza en cada momento? ¡Si quieres vivir amargado, amárgate tú, déjame en paz, soy libre!”.

Empezamos y seguimos con una salida que oímos a menudo en nuestra época, porque parece que hoy más que nunca todos sentimos en piel propia y ajena la libertad que sentimos cuando la vida que creemos plena nos provoca una consecuente exudación por los poros. Pero, ¿sabemos qué es la libertad?, ¿o resultará que la encerramos únicamente en el hacer “lo que nos sale”? Eso sería propinar una encerrona a nuestro futuro personal y colectivo, porque por ese camino, llegaremos a ser todos muy individualistas, sí, pero meras islas flotantes sobre un tsunami de rumbo zarandeado e imprevisibles consecuencias. ¿O será más bien, para hablar clarito, que por ser tsunami nos asegura la hecatombe?

Efectivamente, el ser humano es un ser libre, pero precisamente por eso es responsable de sus decisiones, que comportan unos derechos y unos deberes. Hasta aquí hemos llegado. Pero ¿no nos está pidiendo –ya– la vida, en todas sus manifestaciones “poliédricas”, por usar una expresión que le gusta al Papa Francisco y me gusta a mí, que atendamos a esa ecología integral de la que él habla? ¿Sería posible imaginar una ecología individual que perteneciendo exclusivamente a cada individuo respetara todas las otras ecologías individuales que han existido, existen y existirán? ¿O un mundo tan compartimentado hasta el extremo en libertades individuales más bien las abocará a todas a la extinción por contraposición? Más aún, ¿no sería esa pretendida libertad individual un silogismo mal entendido?

Por un lado, tenemos el imperativo de respetar y respetarnos nuestras libertades, pues de otro modo, dejan de ser libertad; pero no olvidemos que ninguna libertad es totalmente independiente de las otras (ni como idea, ni de facto), de la misma manera que la propiedad privada está destinada a un uso universal (el “destino universal de los bienes” de la doctrina social de la Iglesia), porque tu libertad termina donde empieza la mía; y eso, sin colaboración, nos impide el desarrollo humano y desemboca en la parálisis y posterior explosión. Esta constatación nos abre la puerta a estudiar si no habrá una facultad que, sin negar la indispensable libertad primigenia, más aún, llevándola a plenitud, la supera porque nos sobrepasa y nos articula.

Por otro lado, ciertamente, la palabra “extinción” que hemos usado, en este contexto como en casi todos, asusta. Una buena noticia sería que extinguiéramos el coronavirus, pero ¿lo sería también que nos extinguiéramos a nosotros? “Si es para ir al cielo, sí”, podríamos pensar en el plan comodón del típico rico epulón que hoy somos todos y que esboza el comentario con el que hemos comenzado. Pero ¿y si resulta que el Cielo nos cierra las puertas debido a nuestra actitud? ¿No sería más bien que nos las habríamos cerrado nosotros, precisamente ejerciendo, ufanos, nuestra libertad?

Es solo una idea. Pero, efectivamente, las ideas mueven o paran el mundo, sean ideas o no, porque las ideas, especialmente si son puestas en práctica, tienen consecuencias, y además el mundo no hay quien lo pare hasta que Dios no quiera pararlo. Por eso tu libertad también tiene consecuencias. Y da miedo. De manera que llegamos a barruntar ya –quién más, quién menos- que debemos ejercer también la responsabilidad social: esa que hemos dicho que nos sobrepasa, nos protege y nos articula cuando colaboramos como seres sociales que somos y que deberíamos poner en práctica con urgencia, o dejará de ser urgente: la habremos malogrado finiquitando el cotarro. Con Cielo o sin Cielo. Y unos con un Cielo más grande y otros más pequeño. Y otros al horno encendido, también a la propia medida. Eso ya es más que una idea… -¿Verdad?

¿Sería posible imaginar una ecología individual que perteneciendo exclusivamente a cada individuo respetara todas las otras ecologías individuales que han existido, existen y existirán? Clic para tuitear

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1 Comentario. Dejar nuevo

  • Juan Messerschmidt
    25 junio, 2021 19:43

    Esta inteligente reflexión trata de varios temas y muestra exactamente la estrecha relación que los vincula. Debería ser evidente (para muchos por desgracia no lo es) que el ejercicio de la libertad tiene y debe tener fronteras claras y bien definidas. De hecho, no hay manera más radical de hacer uso de la libertad que renunciar voluntariamente a una buena parte de ella. Eso es lo que han hecho tantísimos santos y ascetas a lo largo de siglos y es lo que hace Cristo al encarnarse y someterse a los límites de la naturaleza humana. Quien no es capaz de poner coto a su libertad por sí mismo, no es verdaderamente libre. Aparente paradoja, la libertad debe estar sometida para no convertirse en tiránica arbitrariedad, en capricho, en despotismo, tanto respecto a los demás como a uno mismo. Seguir el impulso de modo irreflexivo no es libertad, es sumisión. Más libre es quien resiste a la tentación de comer, que el que se deja llevar por el apetito. Más libre es el abstemio en su renuncia que el alcohólico en su aparente uso de la libertad. Del mismo modo, la individualidad que se manifiesta sin tener en cuenta a la colectividad en que está inmersa, acaba debilitada por su propia soledad y fundida en una masa anónima de la que apenas es un átomo sin voluntad propia, espectáculo lamentable que vemos todos los días. Esa colectividad no es sólo la inmediata y próxima, ni siquiera el conjunto de la humanidad, sino la comunidad de todo lo creado. Para entablar una relación justa y armónica con esa comunidad hace falta esa ecología íntima a la que muy acertadamente se refiere el artículo, una ecología del espíritu de la que habló ya a menudo Benedicto XVI. En realidad, la terrible, sacrílega catástrofe ecológica que vivimos (destrucción de la obra de Dios) es la consecuencia de esa falta de ecología interior, es el resultado más trágico de nuestra falta de libertad, de nuestro dejarnos dominar por apetitos desbocados y esclavizar por el materialismo, la soberbia, la codicia, la indolencia… En resumen, por el mal. La ecología nos muestra la implacable dependencia de todos los seres vivos y su medio ambiente, la irrenunciable solidaridad que debe regir entre todos para mantener habitable la casa común: todo lo contrario del egoísmo. La «ecología espiritual» y moral, tanto individual como colectiva, es una parte inseparable de la «ecología total», que no es otra cosa que el orden querido por Dios. Si nuestra interpretación de la libertad entra en conflicto con este orden, es que no se trata de verdadera libertad. La palabra libertad es objeto de muchos abusos e interpretaciones erróneas, con frecuencia malintencionadas. En todo caso nunca se debería olvidar que la auténtica libertad tiene muy poco que ver con conceptos muy diversos que se sirven falazmente de ella, como por ejemplo liberalismo, libertinaje, etc. con los cuales jamás hay que confundirla.

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