La visita del Papa Benedicto XVI a Barcelona para dedicar el Templo de la Sagrada Familia va a proyectar (más) la obra del arquitecto Antoni Gaudí a todo el mundo. Este hecho que puede verse como algo positivo será utilizado a partir de ahora por ciertos sectores que dirigirán sus iras laicistas hacia el genial edificio.
Los protagonistas de este discurso anticlerical, que ya han colocado el Templo expiatorio en el punto de su mira, no se sienten más reconfortados al saber que el arquitecto y proyector de tan magna obra, el catalán Antoni Gaudí, está en proceso de beatificación por la Santa Sede. La Sagrada Familia fue para Gaudí la expresión en piedra de su fe, una catequesis arquitectónica construida en piedra que quiere elevar toda la fuerza del creyente hacia la mayor honra de Dios. Todo ello a la manera de las más antiguas catedrales.
Es evidente que se tata de un edificio inigualable, como no hay en el mundo, y que es de admiración y reconocimiento internacional. De hecho, compite con otros monumentos nacionales que traspasan fronteras como es la Alhambra de Granada. Por lo tanto, empecemos a inventariar las ‘imperfecciones’ a las que se va a enfrentar la Sagrada Familia:
Pecado número 1 de la Sagrada Familia: es de admiración universal.
El acabóse para los sectores laicistas que sufren sarpullidos cada vez que ven una expresión católica en el ámbito público ha sido la visita de nada más y nada menos que el Santo Padre para elevar a la consideración de Basílica el Templo y oficiar personalmente la primera misa que acogerá el edificio. Un edificio que, una vez acabado, será el más grande en dimensiones de su familia y pasará a ser punta de lanza de la arquitectura religiosa en el mundo, más alta incluso que las catedrales de Ulm, Rouen o Colonia.
Una de esas voces discordantes, a modo de ejemplo, la ha protagonizado el periodista Joaquim Coll, que en su columna publicada este 3 de noviembre en un diario tan ‘poco’ sospechoso de anticlerical como El Periódico se preguntaba escandalizado si la sociedad catalana quería “consentir que el skyline de la ciudad” fuera “redibujado por una torre de 170 metros de altura, coronada con una colosal cruz, que se verá desde cualquier punto de la metrópoli”.
El periodista no duda en afirmar que con la excusa de proseguir con la obra de Gaudí y “consiguiendo tan solo una pobre imitación” no se pretende más que “la hegemonía simbólica del catolicismo”. Además, Coll, por si alguien no se había dado cuenta, constata que “no se trata de un templo cualquiera, sino que está proyectado para ser en diez años la iglesia cristiana más alta del mundo”. Proseguimos:
Pecado número 2 de la Sagrada Familia: se verá mucho.
Coll se pregunta si es lógico que, “en el siglo XXI, en una sociedad regida por el principio de laicidad, señoree una iglesia redentora”. “Treinta años atrás –explica el periodista- nadie creía posible culminar esta obra hoy, en cambio, la novedad es que la basílica, gracias a los ingresos de los turistas, ya está acabada”.
Gracias a su singularidad, la Sagrada Familia es uno de los principales referentes turísticos de la ciudad y el turismo deviene fuente fundamental de la financiación del edificio. La solvencia de las obras del Templo contrasta, por ejemplo, con instituciones como el Liceo de Barcelona o el Real de Madrid que viven a golpe de subvención. Seguimos:
Pecado número 3 de la Sagrada Familia: se visita mucho.
Un argumento formal que utilizan estos foros para desmenuzar el inmenso trabajo arquitectónico que se ha venido realizando desde el deceso de Gaudí, es que la Sagrada Familia no la acabará el genial arquitecto. El pasado 19 de octubre el diario (¡sorpresa!) El Periódico de Cataluña ofrecía la opinión de seis reputados especialistas que aportaban la suya sobre el edificio bajo el título ‘Un monumento sin control’. Desde una célebre afirmación que tildaba la obra de “marranada arquitectónica” del arquitecto Oriol Bohigas hasta una valoración como “es lo peor de la arquitectura y una vergüenza que se haya continuado” del urbanista Jordi Borja los opinantes deslabazaban lo que, a juicio de unos, es una obra “sin control” y una construcción que debería estar bajo control del Ayuntamento, según otros.
Borja afirma que desde que vio “aquella cosa” no le gustó: “Lo que había hecho Gaudí tenía un cierto aire mágico, ahora es un error”. Y añade: “He encontrado muy pocas personas serias que defiendan lo que se está haciendo en la Sagrada Familia.
Esta perspectiva de ‘autoría’ sólo puede nacer de visiones egocéntricas cuando se está tratando de uno de los posibles últimos grandes templos a la manera de las antiguas construcciones catedralicias. Se olvida una de las características fundamentales de las grandes catedrales cristianas: que estaban construidas por diferentes generaciones de arquitectos y artesanos debido a la extensión en el tiempo de su construcción.
Además, esa construcción ad tempore Gaudí la previno al saberse incapaz de acabar en vida tan magna construcción. El mismo arquitecto se preocupó de dejar maquetas para su continuación, algunas de las cuales se quemaron en el famoso incendio del estudio del arquitecto en 1936.
Gaudí sostuvo que en el futuro las nuevas generaciones deberían aportar a la obra la tecnología arquitectónica del momento, eso es evidente en la proyección de la gran torre central en el ábside del Templo de 170 metros de altura que en aquella época era imposible de construir por las limitaciones técnicas del momento.
Otro aspecto a tener en cuenta es que el propio arquitecto concibió la construcción a través de la financiación realizada exclusivamente a través de donaciones. Al tratarse de un templo expiatorio era la forma de que los creyentes pudieran expiar sus culpas. Ese hecho, que ha venido llevándose a cabo a rajatabla por la Junta constructora del Templo (que no admite donaciones de empresas o gobiernos sino solamente de privados) ha condicionado enormemente el crédito de la empresa. Gaudí, consciente de ello, sabía que ese aspecto ralentizaba la construcción de la obra y ni si quiera imaginaba ser él el que la concluyera.
Un libro que aborda la construcción de las grandes catedrales de la antigua Europa documentaba una anécdota que refleja a la perfección el sentido de esas construcciones. Aunque a nuestra perspectiva relativista e individualista le vaya a costar entenderlo, vale la pena hacer el esfuerzo: al parecer un carpintero estaba tallando una pequeña ave en el interior de una viga que iba a ser cubierta por un techo y alguien se le acercó y le preguntó: “¿por qué empleas tanto tiempo en realizar algo que nadie verá?”, está registrado que el artesano respondió: “porque Dios lo ve”. A pesar de ello:
Pecado número 4 de la Sagrada Familia: no la va a acabar Gaudí.