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Monseñor Luis Argüello, claridad ante «el complejo momento católico» y esperanza para la Iglesia

Iglesia

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El discurso inaugural de Mons. Luis Argüello en la CXXVIII Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal Española merece una lectura detenida. No porque vaya a cambiar el rumbo de la Iglesia ni porque inaugure una nueva etapa —sería exagerado decirlo—, sino porque ofrece lo que hoy escasea:

una palabra bien fundada, lúcida y valiente, capaz de iluminar el momento cultural que vivimos y de recordar al mismo tiempo el corazón del Evangelio.

En un clima social marcado por la polarización, la confusión moral y la aceleración tecnológica, es de agradecer que un responsable eclesial hable con serenidad, sin disfrazar la realidad y sin renunciar a la profundidad teológica que da sentido a la misión de la Iglesia.

Una Iglesia que se sabe unida a Pedro

Uno de los primeros aciertos del discurso es la claridad con la que sitúa a la Iglesia española en su ámbito natural: la comunión con Pedro. Ni complejos ni cálculos políticos, sino conciencia de que la unidad eclesial es siempre un punto de partida, nunca una concesión. En ese marco, Argüello recoge con acierto el magisterio reciente mostrando continuidad y no ruptura: la renovación cristiana pasa por la conversión misionera y la centralidad de Cristo.

Fueron varias las alusiones implementadas sobre la marcha su discurso leído, a las palabras que el Papa León XIV dirigió en el día de ayer a los miembros de la Comisión Ejecutiva en su encuentro con el Santo Padre en Roma.

El “momento católico”: moda, búsqueda o signo de los tiempos

El arzobispo aborda con inteligencia lo que algunos han llamado el “giro católico” presente en ciertos ámbitos culturales y mediáticos. No se deja llevar ni por el entusiasmo ingenuo ni por la reacción defensiva. Constata el fenómeno, señala sus ambigüedades y advierte de su posible superficialidad. Pero también reconoce que es un terreno fértil para la evangelización si se sabe leer con ojos creyentes.

En lugar de despreciar estas manifestaciones, invita a discernirlas y acompañarlas, recordando que la fe no se reduce a estética ni a sensibilidad, sino que se funda en la verdad de Cristo proclamada desde Nicea hasta hoy.

Una defensa de la vida sin disfraces ideológicos

El análisis dedicado al aborto es uno de los pasajes más sólidos del discurso. No se basa en consignas partidistas ni en una moralina previa, sino en argumentos antropológicos, científicos y, finalmente, evangélicos. Argüello recuerda que el embrión es un ser humano desde la fecundación —algo que la ciencia afirma con claridad— y que la defensa de la vida no es un residuo confesional, sino un principio de justicia elemental.

Pero lo más valioso quizá no es su claridad moral, sino su sensibilidad pastoral: mirar también a las madres, a las condiciones que las rodean, a la precariedad que muchas sufren y a las barreras estructurales que dificultan la natalidad en España. No hay condena, sino una invitación a acompañar, a apoyar, a ofrecer soluciones reales. Es un enfoque completo, que no renuncia a la verdad ni abandona la compasión.

Memoria, democracia y reconciliación

En un contexto donde la memoria histórica se utiliza con frecuencia como arma arrojadiza, el arzobispo ofrece un análisis ponderado. Reconoce luces y sombras de la relación Iglesia-Estado durante el franquismo, recuerda los pasos decisivos hacia la reconciliación durante la Transición y propone una reflexión serena ante los cincuenta años de la Constitución.
Sin nostalgias ni simplificaciones, subraya que una sociedad democrática necesita un humus moral compartido, y que los católicos tienen responsabilidad en su construcción.

Tareas para una Iglesia en salida

El discurso culmina con realismo: la Iglesia no se sostiene por grandes gestos, sino por la fidelidad cotidiana. La acción de los laicos en la vida pública, la atención a los pobres, el cuidado de las víctimas de abusos, el fortalecimiento de la familia, la evangelización de los jóvenes y el compromiso con la verdad son caminos que requieren perseverancia más que declaraciones solemnes.

En un tiempo donde se multiplican las palabras y escasean los criterios, es justo reconocer que este discurso ofrece uno valioso: la Iglesia tiene mucho que decir si permanece arraigada en la fe y cercana a la realidad, sin complejos y sin agresividad, con la firmeza de la verdad y la humildad del servicio.

No es un discurso que marque un antes y un después. Pero sí es un buen discurso, bien pensado y bien dicho, que aporta claridad, hondura y esperanza. Y eso, en la España de hoy, no es poco.

Discurso completo aquí.

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