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Occidente necesita coraje: la propuesta de León XIV

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Occidente atraviesa una crisis que ya no puede maquillarse con reformas técnicas ni con discursos de conveniencia. Bajo la apariencia de prosperidad, late un profundo vacío espiritual que erosiona la confianza social, fragmenta las comunidades y reduce la política a mera y generalmente mala gestión de intereses; de luchas estrictas por el poder.

En este escenario, las palabras de León XIV en dos intervenciones recientes –ante la Red Internacional de Legisladores Católicos en Roma y ante una delegación de electos de la Diócesis Créteil– ofrecen un diagnóstico lúcido y una propuesta concreta: recuperar una política centrada en el florecimiento humano y el compromiso político cristiano.

Cuatro orientaciones para renovar la política

El Papa señaló, en su discurso del 23 de agosto, cuatro orientaciones esenciales para repensar la vida pública en un tiempo de permacrisis.
  1. Redefinir la prosperidad.
    El crecimiento económico no es sinónimo de vida buena. La riqueza material puede convivir con soledad, violencia o desesperanza. La auténtica prosperidad consiste en la realización integral de la persona: cuerpo, alma, cultura, moral y espíritu. Se trata de volver a medir el progreso no por el PIB, sino por la capacidad de cada sociedad de ofrecer un horizonte de sentido y comunidad.
  2. Recuperar la virtud.
    Una sociedad no florece por acumulación de bienes, sino porque reconoce la dignidad humana y crea un entorno donde sea posible buscar la verdad, formar familias, vivir en solidaridad y educar en libertad. Sin virtudes cívicas y morales, todo proyecto político se derrumba sobre arena.
  3. Subordinar el poder a la justicia.
    La política no puede convertirse en cálculo cínico o en reparto de cuotas. Sin justicia, advertía San Agustín, los estados no son más que “bandas de ladrones”. El poder necesita ser guiado por la conciencia y la ley moral; de lo contrario, degenera en abuso y corrupción.
  4. Practicar una política de la esperanza.
    El Papa advirtió contra el optimismo ingenuo, pero también contra el escepticismo paralizante. La esperanza cristiana reconoce que el Reino de Dios ya actúa como semilla en nuestra historia. Cada acto justo es un anticipo de la plenitud, y esa certeza permite afrontar incluso las crisis más profundas.

Llevar la fe al terreno político

Cinco días después, León XIV descendió aún más al terreno práctico al dirigirse a los electos de la Diócesis de Créteil. Reconoció la dificultad de ser coherente en sociedades marcadas por una laicidad malentendida, donde la fe se pretende recluir en lo privado. Frente a ello, afirmó con claridad: “La salvación que Jesús ha obtenido engloba todas las dimensiones de la vida humana… no puede reducirse a una simple devoción privada”.

El cristianismo, por tanto, no es una espiritualidad desencarnada ni un refugio intimista. Toca todas las esferas: cultura, economía, familia, educación, política. Y lo hace bajo la forma de una virtud decisiva: la caridad social y política, que convierte el amor al prójimo en leyes justas, en políticas que protegen a los débiles, en búsqueda efectiva del bien común.

El Papa también fue tajante respecto a la unidad de vida: no hay un político por un lado y un cristiano por otro. Hay una sola persona, llamada a la coherencia bajo la mirada de Dios. Ceder a la tentación de compartimentar identidades –ser creyente en privado y otra cosa en público– equivale a sucumbir al cinismo.

De ahí la centralidad del coraje. León XIV lo definió como la virtud indispensable frente a presiones ideológicas, consignas de partido o ridiculización mediática. El político cristiano no está llamado a la comodidad, sino al testimonio. Y ese testimonio exige fortaleza para nadar a contracorriente, sin ceder a la sumisa adaptación.

Una propuesta válida para todos

León XIV insistió en que la doctrina social de la Iglesia no es un programa confesional reservado a creyentes, sino una propuesta fundada en la ley natural y en la dignidad humana, accesible incluso a quienes no comparten la fe. Defenderla en la vida pública no significa imponer, sino proponer caminos de humanidad y reconciliación.

De hecho, el Papa la presentó como un horizonte universal: sociedades pacíficas, armoniosas, prósperas y reconciliadas. Ese ideal no se logra con ideologías de turno ni con la colonización cultural, sino recuperando fundamentos sólidos que toda persona puede reconocer.

Una política de fe encarnada

La enseñanza de León XIV converge con la gran tradición cristiana: San Agustín recordaba que “dos amores hicieron dos ciudades: el amor de Dios hasta el desprecio de sí mismo, y el amor de sí mismo hasta el desprecio de Dios”. Santo Tomás advertía que no puede haber buen gobierno sin gobernantes virtuosos. Y san Juan Pablo II exhortaba: “No tengáis miedo de vivir el Evangelio en la vida pública”.

El editorial que se desprende de estas intervenciones es claro: la política no es un terreno ajeno a la fe, sino una de sus expresiones más necesarias. En un Occidente desgastado por el nihilismo y el cortoplacismo, el testimonio cristiano ofrece una alternativa: una política que no administra el declive, sino que abre caminos de esperanza.

No se trata de restaurar cristiandades pasadas ni de imponer credos, sino de vivir con coherencia y coraje la convicción de que el hombre solo florece plenamente cuando se reconoce criatura de Dios. Solo así la ciudad terrena puede ser habitada por la luz de la Ciudad de Dios.

Twitter: @jmiroardevol

Facebook: josepmiroardevol

El coraje es la virtud política del cristiano: testimoniar sin miedo en un mundo hostil #LeónXIV #CristianosEnLaPolítica Compartir en X

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