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¿Podemos esperar que todos se salven? 

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¿Puede un cristiano esperar que todos los hombres se salven? ¿Existe tal esperanza sin caer en la presunción o la herejía? Hans Urs von Balthasar, uno de los grandes teólogos católicos del siglo XX, no solo se atrevió a formularla, sino que defendió —con temblor y reverencia— que esta esperanza es necesaria.

Su obra ¿Se puede esperar que todos se salven? (Dare We Hope That All Men Be Saved?), reeditada en los últimos años, aviva el debate. Porque lo que está en juego es el rostro de Dios que se nos presenta y el horizonte desde el cual entendemos el juicio final.

Esperanza sin presunción

Von Balthasar no afirma que todos se salvarán. No cae en el error de la certeza optimista.

Lo que plantea, con precisión, es si podemos esperar que todos se salven.

No por ingenuidad o sentimentalismo, sino porque nuestro juez es el mismo que ha cargado con los pecados del mundo. Es Cristo quien nos juzga, y su justicia está atravesada por la cruz.

La diferencia entre esperanza y presunción es clave. Esperar no es asegurar. Esperar no es trivializar el juicio.

Más bien, como señala Josef Pieper, tanto la desesperación como la presunción son formas torcidas de anticipar lo que no nos corresponde saber.

La desesperación cree saber que la condenación es inevitable; la presunción, que la salvación lo es. Ambas usurpan un conocimiento que solo pertenece a Dios.

Von Balthasar se mueve, en cambio, en ese espacio humano y cristiano del “ya pero todavía no”, del vivir bajo juicio y gracia. No desde la certeza, sino desde la oración.

Juicio y misericordia

La objeción más común a la propuesta de Von Balthasar viene desde una lectura literal y selectiva de los Evangelios: “El camino que lleva a la perdición es ancho, y muchos lo siguen” (Mt 7,13). ¿Acaso Jesús no habló con severidad del infierno, del fuego eterno, del llanto y el rechinar de dientes?

Sí, lo hizo. Y Von Balthasar no lo niega. Pero también señala que esas palabras pertenecen, en su mayoría, a la predicación del Jesús pre-pascual, mientras que los textos más universales —“Dios quiere que todos se salven” (1 Tim 2,4), “Cuando sea elevado, atraeré a todos hacia mí” (Jn 12,32)— aparecen en la plenitud del mensaje pascual, cuando el misterio de la cruz revela el sentido definitivo de la historia.

Esta distinción no busca degradar unas palabras en favor de otras, sino colocarlas en su lugar justo dentro de la revelación. El mismo Dios que presenta los “dos caminos” es quien, al final, envía a su Hijo a recorrer el de la perdición para abrir a todos el camino de la vida.

Entre dos fuegos

Von Balthasar fue criticado con dureza desde varios sectores. Acusado por algunos de modernista, y por otros de conservador disfrazado, fue tachado de “optimista irresponsable” y hasta de colaborador con la teología liberal.

San Pablo, San Juan, vislumbraron la posibilidad de una misericordia que no se agota, que puede llegar hasta los abismos más profundos del pecado. ¿No es esta también la lógica de la cruz? ¿No bajó Cristo a los infiernos precisamente para iluminar con su presencia incluso la oscuridad más radical?

La historia teológica ha oscilado entre dos polos: el miedo paralizante de la condenación universal y la ilusión ingenua de una salvación sin conversión.

Von Balthasar no cae en ninguno. Se sitúa en la grieta, en el filo cortante donde se encuentran el amor gratuito de Dios y la libertad terrible del hombre.

No sabemos… pero rezamos

La pregunta final es teológica, pero también existencial: ¿qué imagen de Dios nos hemos hecho?

Von Balthasar propone una visión donde el amor de Dios no se detiene ante la resistencia humana.

Al final, el misterio permanece. No podemos saber si todos se salvarán. No debemos afirmarlo como dogma.

Quizás la pregunta más honesta no es si todos se salvarán, sino: ¿me atrevo a esperar como espera Dios?

Está claro que sí podemos y debemos tener esperanza, orar, rogar por cada alma, incluso por las que parecen perdidas. Porque esa es la postura cristiana por excelencia: el no rendirse ante el mal, ni siquiera cuando parece definitivo.

Hans Urs von Balthasar no pretendía resolver el misterio. Solo nos invitó a vivirlo de rodillas. Con fe. Con temor. Y con una esperanza que no es ingenuidad, sino acto radical de confianza en un Dios que ha muerto por todos.

Quizás eso sea lo más católico de todo.

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