No, no se trata del fin del mundo. Cuando este acaezca será una sorpresa. Ni tan siquiera se trata de un mal diluvio. Es una más de las trágicas epidemias que nuestra civilización ha vivido, y que puede ser terriblemente dañina, como la de la viruela en el Imperio Romano, que al mismo tiempo contribuyó a la expansión del cristianismo por el comportamiento ejemplar de sus miembros. Mucho más cerca en el tiempo, la mal llamada gripe española de 1918, que probablemente tuvo su origen en Estados Unidos, o en 1914 la epidemia de tifus diezmó a la población de Barcelona.
Pero que no sea el momento final no significa que no resulte una excelente ocasión para pensar en nuestro propio juicio final. De hecho, el tiempo de Cuaresma ya debía propiciar esta reflexión por sí solo. El juicio al fin de la vida parece fuera de lugar en nuestro tiempo. Tanto, que incluso la referencia y explicación del mismo, escasea en la palabra oral de la Iglesia, a pesar de que es el punto culminante de la vida cristiana. En buena medida esta situación obedece a una mala interpretación de su significado.
En las parábolas que acompañan la parte de los evangelios donde de una u otra manera Jesús presenta el fin de los tiempos, se utilizan muchas referencias a la vida cotidiana (Mateo 24, 45-51; 25, 1-13; 26, 43-44). Romano Guardini en El Señor explica que también seremos examinados en razón del cumplimiento del deber cotidiano, que tendrá una especial vigilancia los que están revestidos de responsabilidades, que seremos juzgados por la fidelidad con la que administramos los bienes confiados; los materiales ciertamente, pero también los intangibles. Todo esto, dice Guardini, será juzgado según las normas de la verdad y de la justicia, pero sobre todo, y aquí el subrayado es necesario, será juzgado en nombre de la caridad para con el prójimo. Caridad, he aquí otra palabra menospreciada cuando en realidad es una forma precisa para designar una manifestación del amor. Aquel que es desinteresado, el amor de donación, es el que da sin esperar nada cambio.
En el juicio, y por lo tanto en el transcurso de nuestras vidas, lo que será verificado también por parte de nosotros mismos, será nuestra capacidad de ser caritativos, de dar sin esperar nada a cambio. San Pablo lo dice cuando afirma que toda la ley se resume en este punto: amarás a tu prójimo como a ti mismo. San Juan viene a decir lo mismo en su primera epístola: amaos los unos a los otros, esta es la ley. Pues bien, este mandato rige para todos los campos. Obviamente para nuestra vida cotidiana, pero también cuando trabajamos, hacemos negocios, dirigimos una empresa o cualquier organización, y especialmente cuando hacemos y hablamos de política, porque está de acuerdo con la concepción cristiana. Ella es una de las más altas manifestaciones del amor; debería de serlo.
Se cree que el amor es incompatible con un determinado nivel de eficiencia y eficacia, no sirve para alcanzar el poder, y ejercerlo, para gobernar en definitiva. Es un error. Su aplicación presenta dificultades, claro que sí, pero no mayores que aquellas que presenta toda acción cuando ha de estar guiada por una determinada idea, la que sea, y ser fiel a ella. En este caso ser fiel a este gesto de amor cotidiano, en la política consiste en buscar el bien común, los bienes comunes y tratar a los demás, amigos y adversarios, en los mismos términos
Una sociedad regida por estos criterios sería mucho mejor y mucho más humana y el crédito dañado de la democracia se vería recompensada, pero no solo por la democracia en sí, que solo es un medio, sino porque las personas que la dirigen se guiarían por el amor. Ese es el modelo político cristiano; su esencia.
Ahora que vivimos un tiempo difícil e incierto, vale la pena vivir de acuerdo con esta exigencia cristiana. Vividla todos, en todo momento y en toda tarea y responsabilidad. Recordando también que el amor significa compromiso, cumplimiento del deber, responsabilidad de las consecuencias de los propios actos, capacidad de entrega. Si de esta experiencia salimos con estas actitudes y prácticas, con estas virtudes fortalecidas, seremos como el acero que se forja. Pasaremos por el fuego para salir transformados; mejores.