(Eugénie Bastié/Le Figaro) La delicada cuestión del «consentimiento» -título del libro de Vanesa Springora en el que revela los abusos sufridos a manos de Gabriel Matzneff a los 14 años- se ha convertido en un elemento central de la denuncia de la violencia sexual. El gran mito de la emancipación, que proyectaba el ideal ingenuo de una sexualidad sin límites, sin violencia, completamente satisfecha bajo el reino de la «libertad», se ha hecho añicos. Nos damos cuenta de que la ausencia de reglas consagra a menudo el triunfo del más fuerte. El consentimiento, ya de por sí complejo de definir cuando se trata de una relación entre adultos, se declara, con razón, imposible cuando se trata de niños.
Se ha presentado un proyecto de ley en el Senado para establecer un límite de edad de no-consentimiento a los 13 años. Este proyecto de ley aumentaría la pena en caso de relaciones sexuales entre un adulto y un menor de 13 años, que pasarían a ser un delito castigado con 20 años de cárcel (en lugar de una simple falta, como ahora, si se presupone el consentimiento). Cabe señalar que la protección penal de los menores de entre 13 y 15 años se mantendrá sin cambios. El proyecto de ley fue votado por unanimidad el pasado jueves.
Esta lucha contra la violencia sexual va acompañada de un saludable recordatorio de la vulnerabilidad física y psicológica de los niños y jóvenes adolescentes. Sin embargo, este discurso de protección de la infancia desaparece cuando se trata de la cuestión de los niños y adolescentes transexuales. Los documentales y testimonios que alaban la transición de género en los niños florecen por doquier. Télérama, que celebra la fuerza de la historia de Springora, que se atreve a enfrentarse al poderoso Matzneff, elogia al mismo tiempo el documental Little Girl, que protagoniza una niña transexual. Por supuesto, no se trata de declararse insensible al malestar de ciertos niños ni de comparar sufrimientos incomparables, sino de plantear una cuestión: incapaces de consentir una relación sexual, ¿cómo pueden los menores, sin embargo, tomar una decisión informada y razonable que cambiará su intimidad de modo irreversible? «¿Demasiado jóvenes para que su consentimiento a una relación sexual con un adulto sea posible, pero suficientemente maduros para hacer la transición de un sexo a otro?», se preguntaban los filósofos Olivier Rey y Jean-François Braunstein en nuestras columnas.
Señalar los errores del pasado también significa mirar lo que está ocurriendo ante nuestros ojos, profundizando en nuestra conciencia de los fenómenos contemporáneos. Esto es lo que está ocurriendo. Cada vez son más los psicólogos y médicos que se manifiestan en público. En un artículo de opinión publicado en Marianne, pediatras y psiquiatras criticaron el documental Little Girl, afirmando que “amar a un niño también significa hacerle aceptar el límite”. En el Reino Unido, el 1 de diciembre de 2020, el Tribunal Superior de Justicia (Inglaterra y Gales) dictaminó que “es altamente improbable que un niño de 13 años o menos esté capacitado para consentir la administración de inhibidores de la pubertad”, después de que una adolescente arrepentida denunciara a la clínica que realizó su transición.
La periodista del Wall Street Journal Abigail Shrier ha publicado un libro muy documentado, titulado Daño irreversible (Irreversible Damage), sobre el actual fenómeno de moda en Estados Unidos, que consiste en grupos de chicas adolescentes que solicitan una transición de género, que les es concedida sin discusión por una de las 50 clínicas especializadas del país. También ha entrevistado a «des-transicionistas» que, tras arrepentirse de la operación, quieren volver atrás. Abigail Shrier ha sufrido ataques atroces, un profesor de Berkeley incluso animó a «robar y quemar su libro». El más mínimo cuestionamiento de la legitimidad del carácter automático de la reasignación de sexo para los niños que lo desean es recibido con insultos y prohibiciones por parte de los activistas trans, que son muy activos en el tema de la reasignación de sexo.
A pesar de estas señales de alarma, la cuestión de los niños transexuales sigue siendo eminentemente política entre algunos progresistas. Por ejemplo, el primer día de su presidencia, Joe Biden emitió un decreto sobre «la prevención y la lucha contra la discriminación basada en la identidad de género o la orientación sexual». Para la nueva administración, los niños “deben poder aprender sin preocuparse de si se les negará el acceso a los aseos, a los vestuarios o a los deportes escolares”. Una referencia a la «guerra de los cuartos de baño» transgénero que dura desde hace varios años en Estados Unidos. Que la primera medida sobre desigualdad infantil del nuevo ocupante de la Casa Blanca sea sobre la disforia de género dice mucho del poder de estas teorías en Estados Unidos.
Nuestro tiempo es experto en la denuncia de los escándalos del pasado, pero es menos hábil para detectar las locuras del presente. Dentro de cuarenta años, ¿se denunciarán las libertades de hoy como algo sin sentido? Desde luego no podremos decir: “En aquellos tiempos, no se sabía…”.