En un panorama pop dominado por fórmulas repetidas, Rosalía irrumpe de nuevo como una fuerza creadora que desborda categorías. Su nuevo sencillo, Berghain —lanzado el 27 de octubre de 2025 como adelanto de su cuarto álbum LUX—, es mucho más que una canción: es un artefacto cultural total, una ópera techno-barroca que une lo místico y lo carnal, lo clásico y lo experimental, en una liturgia sonora de muerte y redención.
Acompañada por la etérea Björk y el provocador Yves Tumor, Rosalía construye un ritual audiovisual donde la espiritualidad se mezcla con el éxtasis físico, en una narrativa que evoca la tragedia redentora de Dancer in the Dark de Lars von Trier, en la que la enfermedad y la muerte se transforman en un camino hacia la trascendencia. El videoclip, dirigido por Nicolás Méndez y rodado en Varsovia, convierte el club berlinés Berghain en una catedral del exceso y la liberación: una viuda, interpretada por Rosalía, es acosada por una orquesta vestida de negro, símbolo de sus pensamientos de muerte, mientras repite gestos domésticos —hacer la cama, planchar, ir al médico— que revelan su encierro interior. La paloma en la que finalmente se convierte representa el alma liberada, una metáfora visual de la salvación.
El terrón de Azúcar: La vida que se disuelve
Entre los elementos simbólicos del videoclip destaca el terrón de azúcar, que aparece derritiéndose lentamente, metáfora barroca por excelencia. Como en los bodegones de Zurbarán, lo cotidiano se carga de eternidad: la dulzura efímera del azúcar se convierte en imagen de la vida que se gasta y se disuelve. La enfermedad implícita en la historia —una entropía silenciosa que consume a la protagonista— se expresa aquí en lo mínimo, en ese deshacerse material que recuerda al paso del tiempo.
Este símbolo, además, contrasta con la aspereza del techno industrial y con la sensualidad que atraviesa el videoclip: la dulzura del azúcar se enfrenta al deseo y al dolor, como si el placer mismo fuera una forma de despedida. En esa tensión, Berghain se sitúa entre la fragilidad barroca y la intensidad romántica: lo efímero se hace trascendente precisamente porque está condenado a desaparecer.
El falsete celestial: Rosalía como soprano cósmica
El falsete de Rosalía no es solo un alarde técnico: es la médula emocional de la pieza. Formada en el cante jondo, su voz conserva la profundidad del lamento flamenco, pero aquí se eleva a un registro casi celestial. En los pasajes en alemán, el falsete alcanza un tono etéreo que recuerda a las sopranos barrocas —como Cecilia Bartoli en Handel—, mientras la percusión de Yves Tumor y los coros de Björk crean una atmósfera donde lo humano y lo divino se confunden.
Esa elevación vocal tiene una función simbólica: es un grito de resistencia frente a la muerte, una ascensión espiritual que dialoga con la ópera rock de Bohemian Rhapsody. Si Freddie Mercury hizo de su voz un puente entre lo terrenal y lo inmortal, Rosalía lo hace desde la vulnerabilidad contemporánea, con una voz que tiembla y se eleva al mismo tiempo. En Berghain, el falsete no busca la perfección, sino la redención: un intento de sobrevivir cantando.
Referencias barrocas y románticas: De Vivaldi a Stravinsky
Desde El Mal Querer, Rosalía ha mostrado afinidad por la música “antigua”. En Berghain esa influencia alcanza su punto culminante. La London Symphony Orchestra, dirigida por Daníel Bjarnason, abre el tema con un torbellino de cuerdas reminiscentes del Invierno de Vivaldi. Esa energía barroca, estructurada y exuberante, se entrelaza con la pasión romántica: la orquesta estalla como en Mahler o Wagner, mientras los coros resuenan como en una catedral sumergida en techno.
Críticos como Walden Green (Pitchfork) han descrito esta fusión como “el mayor despliegue clásico de Rosalía hasta la fecha”, comparándola con La Consagración de la Primavera de Stravinsky por su caos controlado. El resultado es una experiencia total: un barroco del siglo XXI que se atreve a mezclar los violines con los sintetizadores, el éxtasis religioso con el éxtasis corporal.
El guion: Enfermedad, empatía y liberación
El libreto multilingüe —en español, inglés y alemán— (como solía hacerse en la ópera de época) profundiza en la temática del sacrificio y la fusión de identidades. Rosalía canta:
“Su miedo es mi miedo / Su ira es mi ira / Su amor es mi amor / Su sangre es mi sangre.”
Es una empatía que devora, una identificación radical con el otro que termina consumiendo a quien ama. En los foros de fans se ha interpretado como una alegoría de la ansiedad contemporánea: Rosalía encarna la saturación emocional de una era hiperconectada. Björk, con su tono maternal y etéreo, actúa como un bálsamo, mientras Yves Tumor introduce el caos y la tentación. Todo el conjunto recuerda a Dancer in the Dark: una coreografía de dolor y liberación donde la muerte no es final, sino tránsito.
Lo sublime religioso y lo sensual: Un Techno espiritual
Rosalía ya había explorado lo sagrado en Motomami, pero en Berghain eleva ese juego simbólico al terreno de lo sublime kantiano. Crucifijos, rosarios, coros eclesiásticos y tacones de Alexander McQueen forman un universo visual donde la fe y el deseo se confunden. El club se convierte en templo; la pista, en altar. Yves Tumor aporta el pulso carnal, Björk el aliento divino, y Rosalía se mueve entre ambos, encarnando la tensión barroca entre culpa y placer, entre cuerpo y alma.
Resonancias con Bohemian Rhapsody: Hacia la inmortalidad
El paralelismo con Bohemian Rhapsody no es casual. Ambas obras combinan estilos aparentemente incompatibles —ópera, rock o techno— para hablar de lo mismo: la muerte, la culpa, la redención. Mientras Mercury construyó una misa profana, Rosalía levanta una catedral techno. En ambas, la voz principal desafía el tiempo, transformando el sufrimiento en arte inmortal. La paloma final de Berghain es el equivalente al “nothing really matters” de Queen: la aceptación de lo inevitable como forma suprema de libertad.
¿Por qué Berghain será legendaria?
Berghain no es solo una canción: es un manifiesto estético. Como Bohemian Rhapsody hace 50 años, redefine los límites del pop. Rolling Stone la ha descrito como “uno de los lanzamientos más teatrales de Rosalía”, y en r/popheads ya la llaman “un musical clásico experimental que deja sin aliento”.
El terrón de azúcar, el falsete celestial, la paloma y el techno litúrgico conforman un mosaico que dialoga con Vivaldi, Wagner, Stravinsky y Mercury, pero también con la Björk de Dancer in the Dark. Si LUX mantiene este nivel, no estaremos ante un simple álbum, sino ante una obra mayor: una ópera total del siglo XXI donde el pop se hace trascendencia.
Escúchala. Mírala. Deja que el azúcar se disuelva, que la voz se eleve, que la oscuridad baile hacia la luz. Porque Berghain, como la vida misma, ya está destinada a ser eterna.
Twitter: @lluciapou
Formada en el cante jondo, su voz conserva la profundidad del lamento flamenco, pero aquí se eleva a un registro casi celestial Compartir en X






1 Comentario. Dejar nuevo
En una primera lectura del artículo me ha dado por captarlo en modo irónico, como si se tratase de un ditirambo hiperbólico sobre algo, Berghain, que no es más que una parodia posmoderna que si tiene algún valor es el de su absoluta vacuidad.
Sin embargo, también puedo tomarme el artículo en serio, en cuyo caso solo coincido en reconocer que marca un hito en el mundo de la música Pop, aunque solo sea por su exhibicionismo, sonoro y visual.
Sea como sea, me parece un plagio burdo y de mal gusto de estilos y procedimientos que en la llamada “música clásica o culta” son la substancia sonora de obras de tal excelsitud y profundidad que hacen de este condimento de Rosalía una bazofia de repugnante deglución auditiva.
Musicalmente, y a parte de las cursilerías barroquizantes, como mucho se le podrían atribuir remedos de los Carmina Burana de Carl Orff, que no son gran cosa pero le dan cien vueltas a lo de Rosalía. Ahora, traer a colación a Stravinsky y su Consagración de la Primavera, me parece fuera de lugar, como escanciar un buen vino fuera de la copa. Basta escuchar la Sinfonía de los Salmos, también de Stravinsky, para apercibirse de la escualidez material y espiritual del producto de Rosalía. Por no hablar de J. S. Bach, por supuesto.
Desde luego que ésta es solo mi valoración, que por lo que voy leyendo no es más que una paja en la viga del oído mediático, pero por eso mismo la pongo de manifiesto, por si me cae la breva de coincidir con alguien.