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¡Si Dios te lo da, puedes!

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Te da miedo emprender el camino de tu vocación. Es normal, ¿a quién no?; pero no debes preocuparte por nada en absoluto. Deberías hacerlo si contaras solo con tus fuerzas. No obstante, si es cierto que lo tuyo es de Dios, será Él quien actúe a través de tus acciones. Está actuando ya, inspirándote, forjándote, guiándote. Él jamás te encargaría un imposible. Y, suponiendo que no sea de Dios, si le sigues fiel con una sincera disposición de intenciones, no dejará jamás de ayudarte. Aunque sea en el último momento, como suele hacer normalmente… o formándote para otra ocasión. Mentalízate bien, lucha y confía: Cuando no puedas más, te mandará a tu ángel de la guarda para que te abra camino.

Al andar tu camino hacia el éxito (eso es, tu meta), podrás elegir siempre entre el bien y el mal, ser fiel a Dios o desertar. Serle fiel será (es ya), tu Cielo prometido. Si desertas, no obstante, empezarás a cavar tu propia tumba, al construir tu castillo sobre la arena del infierno anticipado. Créeme: Al permanecerle fiel, lloverán sobre ti todo tipo de bendiciones. Todas ellas (al menos, la mayoría) no osarías esperarlas ni soñarlas tan solo, jamás. Traerás tu “suerte”.

Así descubrirás que tu artífice eres tú mismo, que de ti depende todo: “caminar” o “bloquear” tu crecimiento espiritual y hasta físico. “¿Físico?”, te sorprendes. Así es, porque tu físico es en buena parte lo que es tu espíritu, de él emana todo, proveniente de la fuente del Dios omnisciente. Por eso un positivista budista tibetano como el médico Eduard Castellarnau puede parecer voluntarista, pero en eso sintoniza con Jesucristo.

Afirma el doctor: “La mejor medicina de mi botiquín es que mi paciente entienda que si quieres ser feliz, sé feliz”. No avisa (el budismo lo atrapa) que para ser feliz debes serle fiel a Dios. Dios es tu Cielo prometido. Dice un proverbio francés: “La gente feliz no tiene historia”. La alegría, y con ella la felicidad, es cuestión de actitud. ¡Puedes ser  feliz! La actitud alegre es aquella que sabe aplicar toda la fuerza al presente, sin lastrar el pasado (lecciones) y sin preocuparse por el futuro (imaginación). Es la proactividad, el llevar el timón, dirigir tú mismo tu vida. Por eso ese doctor apostilla: “No dejes que los demás te lo impidan”. Sabe que el mundo, sus fuerzas y su gente, van a ponerte bastones entre las ruedas. Pero, como él mismo advierte, cuidado: “Somos nuestro propio palo en nuestra propia rueda”.

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