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Sobre Dios y el estado

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En ocasiones hay que resaltar lo obvio, y esta es una de ellas: nuestra sociedad no es laica sino plural, y el estado no es ateo, es decir, no excluye a Dios ni a las confesiones religiosas, sino que es aconfesional, neutro, laico, como se quiera llamarlo. La Constitución Española lo define bien en su art. 16 que establece la libertad de culto, sin otro limite que el orden público, la neutralidad confesional del estado,  la consideración obligada por su parte de  las creencias religiosas de la sociedad española y “las consiguientes relaciones de cooperación con la Iglesia Católica y las demás confesiones”. Estos derechos constitucionales tienen evidentes consecuencias prácticas.

A pesar de ello el discurso gubernamental, y más allá de él el político, actúa de manera contraria a aquellos derechos. Argumenta como si el laicismo fuese la condición común de la sociedad, las confesiones religiosas solo tuvieran cabida en la intimidad, como Aznar con el catalán, y Dios estuviera excluido de toda referencia en las instituciones y ámbitos públicos, es decir, como si fuera un estado ateo.

Esta acción del estado y de la política ha empujado al cristianismo, y de manera específica al catolicismo, hacia los márgenes de la sociedad hasta convertirlos en una realidad subalterna. Incluso una parte de los cristianos, haciendo bueno el síndrome de Estocolmo, han asumido como propio el laicismo social y el ateísmo de estado, y no han hecho valer sus derechos como ciudadanos.

Todo esto entraña profundas consecuencias negativas que ya son muy evidentes porque impide utilizar un recurso colectivo de un valor extraordinario como es el cristianismo, como fe religiosa y  como  marco de referencia moral y cultural, que Tom Holland muestra de manera magnifica en Dominio.

Dos pensadores, muy conocidos de la izquierda, nada sospechosos de confesionalidad, y muy distintos entre sí, Jürgen Habermas y Antonio Negri, exponen por caminos distintos  la importancia del hecho cristiano en nuestra sociedad.

El segundo lo hace con un gran texto conjunto con Michael Hardt, Imperio, que evidencia la necesidad de recurrir al pensamiento de San Agustín (y de San Francisco de Asís) y a La Ciudad de Dios en una lectura secular, para disponer de los recursos expresivos y conceptuales apropiados para construir su alternativa actual al “Imperio”; al “sistema”. Para organizar un nuevo sujeto histórico y confrontar con el sistema, el Negri del siglo XXI, fiel a sus principios, pero muy distinto del revolucionario italiano de los años sesenta, no acude a Lenin ni a Trotsky, sino a San Agustin.

Habermas es seguramente uno de los filósofos vivos de mayor prestigio, y el mas destacado representante del republicanismo kantiano. Como Negri, y en situaciones y posiciones muy distintas, también ha evolucionado, en su caso hacia un pleno reconocimiento de la religión en nuestra sociedades democráticas.

Uno de sus textos más trabajados es Las bases morales pre políticas del Estado liberal, su conferencia del 19 de enero de 2004, en la llamada “Tarde de discusión” organizada por la Academia Católica de Baviera en Múnich, y cuyo otro ponente fue el cardenal Ratzinger, después Benedicto XVI.

Habermas señala que la expresión post secular, que corresponde a nuestra época, devuelve a las comunidades religiosas el reconocimiento público que se merecen por la contribución funcional que hacen a los motivos y actitudes deseadas, es decir, a motivos y actitudes que vienen bien a todos, y sostiene que “la modernización de la conciencia pública” acaba abrazando por igual a las mentalidades religiosas y a las mentalidades mundanas y cambia a ambas reflexivamente. “Pues ambas partes pueden hacer su contribución a temas controvertidos en el espacio público, y entonces también tomarse mutuamente en serio por razones cognitivas.”

Y advierte que “no puede reducirse a una adaptación del hecho religioso a las normas impuestas por la sociedad secular, en términos tales que el ethos religioso renunciase a toda clase de pretensión”.

Subraya una dinámica que demasiados cristianos en España han olvidado: “Esta expectativa normativa con la que el Estado liberal confronta a las comunidades religiosas, concuerda con los propios intereses de estas, en el sentido de que con ello les queda abierta la posibilidad de, a través del espacio público-político, ejercer su influencia sobre la sociedad en conjunto”. Y esta posibilidad es a la que ha renunciado en gran medida el cristianismo en España. El abandono de los cristianos en cuanto presentar su concepción y propuestas   en las instituciones y  en la vida pública, su deserción en hacer valer sus derechos, no solo es una causa principal de su marginación, sino de la gran dificultad de la sociedad española para salir de la crisis política, que significa también una crisis moral, en la que ha caído, porque esta ausente el recurso cristiano.

Habermas “admite para las convicciones religiosas un estatus epistémico que no quede calificado simplemente de irracional (por ese saber secular)”. De esta manera- sostiene- en el espacio público-político las cosmovisiones naturalistas que se deben a una elaboración especulativa de informaciones científicas, de ninguna manera gozan prima facie de ningún privilegio frente a las concepciones de tipo cosmovisional o religioso que están en competencia con ellas. Y de ello se sigue según el filósofo alemán, que   la neutralidad cosmovisional del poder del Estado que garantiza iguales libertades éticas para cada ciudadano (como hace la Constitución Española) es incompatible con cualquier intento de generalizar políticamente una visión secularística del mundo, que es precisamente lo que viene haciendo el gobierno español.

Habermas formula una advertencia: los ciudadanos secularizados, cuando se presentan y actúan en su papel de ciudadanos, ni pueden negar a las cosmovisiones religiosas un potencial de verdad, ni tampoco pueden discutir a sus conciudadanos creyentes el derecho a hacer contribuciones en su lenguaje religioso a las discusiones públicas. Esto dicho por un hacedor destacado del republicanismo kantiano, es mucho mas de lo que nunca se atrevido, no ya un político de este país, sino la mayoría de voces autorizadas de la institución eclesial.

Y al hilo de aquella consideración señala una tarea: la  cultura política liberal puede esperar incluso de los ciudadanos secularizados que arrimen el hombro a los esfuerzos de traducir del lenguaje religioso a un lenguaje públicamente accesible aquellas aportaciones (del lenguaje religioso) que puedan resultar relevantes.

Hay que decir basta a la política de la cancelación religiosa de unos, y el temor escénico y electoral de otros. España debe recuperar todo su potencial democrático incorporando de acuerdo con la Constitución, y en los términos que desarrolla Habermas, la aportación cristiana a la vida pública, y el reconocimiento de Dios en la vida institucional.

Artículo publicado en La Vanguardia


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1 Comentario. Dejar nuevo

  • «El abandono de los cristianos en cuanto a presentar sus propuestas…»
    A raíz del desastre descomunal de la muerte en España de tantos ancianos en la primera ola de la pandemia de Covid-19, hace casi tres meses escribí una carta larga, muy ponderada y razonada a más de cincuenta rectorados de universidades españolas: porque, decía, «esto también concierne a la Universidad».
    Carta de la que no he recibido ninguna contestación y solo un acuse de recibo.
    Hay, ciertamente, mucho cristiano que no da nunca la cara; y hay en general muy pocas ganas de escuchar a quien se expresa desde la reflexión y la compasión, porque ello implicaría adherirse al esfuerzo de renunciar a prejuicios y al propio espacio confortable. Lo más difícil de la vida es aumentar el número de personas que descabalguen de sus prejuicios. A demasiados dirigentes políticos, bancarios, sindicales, empresariales, universitarios… el estudio les repele o lo utilizan no como terreno de cultivo y mejora personal y social sino como un paso previo a lucir un currículum. «Nunca imaginé en mis años universitarios que mi país pudiera llegar a caer tan bajo», expresaba a propósito de la mortandad por coronavirus, ese «récord mundial».

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