En marzo de 2001, el mundo entero fue sorprendido por la destrucción, por parte del régimen talibán afgano, de los Budas de Bamiyán. Con dinamita y artillería, estos salvajes -no tienen otro calificativo más suave- destruyeron unas estatuas milenarias de entre cuarenta y sesenta metros de altura, por considerarlas contrarias al Corán. El hecho causó conmoción mundial, independientemente de profesar o no la filosofía budista, al considerarlo como un gravísimo atentado contra el patrimonio cultural de la humanidad.
Casi veinticinco años después, en España, tenemos a nuestros propios talibanes, que con la excusa de la memoria democrática y de una falsa reconciliación, con un proyecto cargado de mentiras y de odio, pretenden profanar y destruir el monumental Valle de los Caídos.
A primeros de noviembre de este año conocimos el proyecto ganador de un concurso para, así lo han llamado, resignificar el Valle. Para ello se basan, insisto, en una sarta de mentiras y manipulaciones de la historia, la cual pretenden reescribir.
Sería largo entrar en detalles, por lo que me limitaré a presentar de forma resumida algunos datos históricos y mi opinión al respecto de lo que se pretende llevar a cabo en el Valle de los Caídos.
Por un lado, y esto no es nuevo, los enemigos del espacio sagrado que nos ocupa, que fue concebido para el descanso de los caídos en ambos bandos de la guerra civil española y, por tanto, para la reconciliación de las dos Españas, han creado su propio relato de la historia, su propia leyenda negra contra el Valle (y contra Franco y todo lo relacionado con el Generalísimo).
Pretenden hacer creer que el Valle de los Caídos (al que han despojado de su nombre, como parte de sus siniestras maniobras, llamándolo ahora Valle de Cuelgamuros) es una suerte de lugar siniestro concebido por la egolatría del dictador para humillación de los vencidos en la guerra.
También han mentido sobre los trabajadores que levantaron el monumental complejo, diciendo que trabajaban en condiciones de esclavitud y que morían como chinches debido a las precarias condiciones laborales. Cuando la realidad es que trabajar en el Valle era voluntario y solo lo hacía aquel que lo solicitaba. Los presos que así lo hacían, recibían a cambio numerosos beneficios, para ellos y para sus familias. Redenciones importantes de condena, beneficios educativos y de vivienda (vivían, junto a sus familias, en el poblado que se construyó metros más arriba de donde están ahora el monasterio y la basílica), por nombrar algunas de las más importantes.
Todo esto no me lo estoy inventando. Vayan a los archivos históricos, que es donde se conserva la historia, lo que en realidad ocurrió, y no crean cualquier cosa que les cuentan nuestros talibanes de ahora, que pretenden reescribir la historia por motivos puramente políticos e ideológicos. Ni la historia ni la memoria son democráticas, porque lo que ocurrió no depende de ninguna mayoría ni tampoco de nuestros deseos. Lo que ocurrió ocurrió, independientemente de que nos guste más o menos o no nos guste nada. Reescribirlo años después solo sirve para reabrir heridas y generar nuevas divisiones, que en el fondo es lo que pretenden nuestros talibanes.
El Valle de los Caídos fue concebido por el entonces jefe del Estado, Francisco Franco, para la reconciliación de los dos bandos enfrentados en la guerra y para la oración por ellos. Allí se encuentran enterrados caídos de los dos bandos, más de treinta mil, y para ello se tuvieron en cuenta los deseos de las familias, pues las que prefirieron llevarse los restos de sus familiares a otros lugares lo hicieron sin problema alguno.
Por otro lado, la comunidad benedictina, que vive en el monasterio del Valle desde julio de 1958, tiene como una de sus principales misiones rezar por los allí enterrados, sin importar el color del bando por el que lucharon. Lo hacen a diario desde que allí se establecieron, y cualquiera que acuda a la misa diaria puede comprobar que esto es así.
La mal llamada ley de Memoria Democrática no pretende reconciliar nada, sino todo lo contrario. Busca, como ya he dicho, reescribir la historia y con ello reabrir heridas, generar odio y división que les arroje calculados beneficios políticos. Se convierte así a la historia en un arma política, en lugar de un instrumento que nos ayude a conocer lo que en realidad ocurrió, incluidos los errores, para, en la medida de lo posible, impedir que se vuelvan a cometer.
Esta ley, por cierto, es una modificación de la ley de Memoria Histórica que se aprobó durante el gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero, y que Mariano Rajoy, lejos de cumplir lo que había prometido, no derogó durante su gobierno de mayoría absoluta. Tampoco ahora el principal partido de la oposición está moviendo un dedo por defender nuestra historia, ni por defender un complejo monumental que, aunque no se haya definido como tal, forma parte del patrimonio cultural e histórico de nuestro país. No están moviendo un dedo ahora, ni tampoco lo moverán si llegan a gobernar con una mayoría suficiente para hacerlo.
La basílica excavada en la roca y la monumental cruz, la más grande del mundo, convierten al Valle de los Caídos en uno de los mayores símbolos de reconciliación del siglo XX. Símbolo que ahora los talibanes de nuestro gobierno socialcomunista, con la connivencia del Partido Popular y el silencio cobarde y traidor de una parte importante de la jerarquía eclesiástica, española y vaticana, pretenden destruir.
Mientras, la comunidad monástica que custodia el Valle reza a diario, los prebostes de la jerarquía han optado por el silencio, por ponerse de lado, cuando no por la colaboración directa al permitir la profanación de un espacio sagrado. Ya permitieron la profanación de las tumbas de Francisco Franco y José Antonio Primo de Rivera, ya entregaron la cabeza de fray Santiago Cantera en una bandeja de plata, quizá llevadas por el miedo a crear un conflicto, quizá pensando, ingenuamente, que poniendo la otra mejilla los talibanes enemigos de Dios y de España se calmarían. Cosa que, lejos de ocurrir, lo que hace es alentar aún más su sed de destrucción.
Lejos de reconciliar, como pretenden hacer creer, nuestros talibanes huelen la debilidad y, como fieras sedientas de sangre, se lanzan a por su presa hasta destrozarla por completo. Nuestras autoridades eclesiásticas, en lugar de contribuir a la reconciliación con su silencio, lo que hacen es permitir los actos sacrílegos de los talibanes, generando escándalo en no pocos fieles que se sienten -nos sentimos- desamparados por nuestros pastores.
No pretendo llamar desde aquí a la confrontación ni al odio, pero sí exigir una postura valiente que defienda nuestros símbolos, símbolos que forman parte de nuestra memoria espiritual. Pretendo, simple y llanamente, que se defienda una de las principales cosas que Nuestro Señor vino a traer a la tierra con su nacimiento, que se defienda la Verdad. Y que se defiendan nuestra historia y nuestros espacios sagrados, como Él defendió en su día el templo, plagado de mercaderes, cambistas y demás mercachifles.
Vayan a los archivos históricos, que es donde se conserva la historia, lo que en realidad ocurrió, y no crean cualquier cosa que les cuentan nuestros talibanes de ahora Compartir en X









