Esto va de tres historias trágicas que se dieron a conocer en las mismas fechas, y sobre el distinto valor de estas muertes y de su instrumentalización u olvido, según convenga a la ideología dominante. La primera es el asesinato de una mujer joven, Laura Luelmo, que iba a ejercer de maestra, y de la detención y confesión veloz de su presunto asesino. De las otras dos ni tan siquiera conocemos sus nombres. Una se refiere a la muerte de un matrimonio de ancianos en su propia casa, presuntamente asaltada para robar. La otra es la detención de un hombre acusado de dejar morir a su mujer incapacitada y enferma en unas condiciones de desatención terribles. El presunto homicida fue rápidamente liberado con cargos.
La primera historia ha desatado una vorágine mediática que aún dura. La segunda mereció un micro espacio en algunos periódicos, la tercera fue una pequeña noticia en dos ocasiones, y solo en algunos medios. Estoy convencido de que estas dos últimas muy pocos lectores las tienen presentes.
¿Por qué esta gran diferencia de atención mediática, y no digamos repercusión política, a pesar de que el segundo caso cuestiona la indefensión de la gente mayor y el aumento de los asaltos a los hogares, y el tercero es un ejemplo extremo de incapacidad de los servicios sociales que conocían de la enfermedad y situación de la víctima?
¿Cómo explicar una curiosidad tan radicalmente diferente? Los tres fueron hechos crueles, afectaron a mujeres, y en uno, además, los muertos fueron dos. Claro que el otro era un hombre. ¿Acaso no son iguales todos los muertos, dos no son más que uno? ¿Cuándo ha habido la declaración de un solo político, artículos de opinión, concentraciones a las puertas del ayuntamiento por el homicidio o agresión violenta a un anciano, o la desatención mortal a un discapacitado? Nunca, no existen.
¿Pero cuáles son las diferencias entre estos casos? Dos decisivas. El sexo, sí el sexo, y la instrumentalización del asesinato de Laura por el feminismo de género.
Ha jugado el morbo de la agresión sexual que suscita la atención mediática. Todas las informaciones repetían hasta la saciedad, una palabra clave, que debía herir a quienes querían a Laura: “semidesnuda”, ese es el vocablo fetiche que da lectores y viralidad en la red. Cuando la mujer es agredida sexualmente el éxito está asegurado en una sociedad hipersexualizada. Pero cuando se trata de ancianos y marginados ¿a quién le interesa? No es solo del delito de lo que informan sino del imaginario sexual que lo acompaña. He aquí una clave decisiva de la cuestión. Las agresiones sexuales son propias de una cultura que es continuamente excitada por llamadas e incentivos sexuales. Eso lo sabe el más lerdo: la noticia viral más fácil es la imagen de alguien en pelotas. Y al mismo tiempo, los valores y virtudes que ayudan a embridar el impulso sexual, a canalizarlo por la senda del respeto, son menospreciados y ridiculizados. Se aceptan impunemente las mayores violencias presenciales y virtuales contra la mujer, como la prostitución y la pornografía, y después las fariseas y algún fariseo, se rasgan las vestiduras. Prenden la hoguera y se extrañan del incendio. Y esto no es justificar sino diagnosticar.
Existe otra diferencia radical, y es ideológica, y política. Se trata de la instrumentalización de aquel tipo de asesinatos por parte del feminismo de género.Los asesinatos de mujeres, si son cometidos por hombres, y poseen una connotación sexual o de pareja, son ampliamente instrumentalizados y transformados en una especie de epidemia cuyo portador son los genes XY, “El Macho”. Si la agresión es otra, como las apuntadas al principio, el feminismo de género calla porque no le sirven, a pesar de que abunden mucho más. En esta línea Pilar Llop, delegada del Gobierno para la Violencia de Género, declaraba algo tan absurdo como que “El urbanismo tiene un claro impacto de género; hay que hacer zonas seguras”, como si hubiera zonas seguras para hombres e inseguras para mujeres. Lo que se ha de erradicar del espacio público, no es eso a lo que llaman “machismo” sino algo más concreto que se llama violencia. Crean una cosmovisión que expresa bien esta frase de la periodista María Sánchez Díez de una pretensión inaudita “el caminar femenino suele ser entendido como una exhibición más que como el traslado de un lugar a otro”, que parte del supuesto de que los hombres viven permanentemente atentos de las mujeres, y que el andar de todas ellas necesariamente ha de atraer sus miradas. Eso va de preciosas ridículas.
El cruel asesinato de Laura Luelmo ha desencadenado una hiperventilada campaña que intenta convencer a las mujeres de que su vida está en peligro, porque los hombres las acechan para asesinarlas. Han montado una vez más una algarabía social y política por un asesinato concreto, cometido por un culpable concreto: un delincuente que cumplió condena por asesinato, y que tenía antecedentes por la agresión durante un permiso penitenciario a una peluquera y a su perro en abril del 2008 en el propio pueblo de Campillo, que anduvo huido 10 meses en el 2009, y que además cumplió condena por robos. Uno de sus hermanos es otro asesino que aún permanece en la cárcel, y saldrá un día de estos. Bernardo, que así se llama, no es una persona cualquiera, y no podía ser tratado con sus antecedentes de la forma en que lo hizo el sistema penitenciario y la Guardia Civil, porque era un delincuente violento no reinsertado. Esa es la realidad del problema y no “los hombres”.
El escándalo generado por la muerte de Laura Luelmo no radicaba en que fuera un prototipo de violencia sexual. Fue un ejemplo sí, pero de reincidencia y de fracaso rotundo del sistema penitenciario, de su capacidad de reinserción y de previsión de nuevos delitos. Pero esto, que es la causa real, al feminismo de género no le interesa, porque no conviene a su imaginario político.
Sí, ciertamente los muertos no valen lo mismo, porque si así fuera, daríamos mayor importancia al hecho de que en España la posibilidad de que un hombre sufra un homicidio es 8,6 veces mayor que si se trata de una mujer. Las tasas de este delito cometidos en España son de las más bajas de Europa, que a su vez son de las menores del mundo. Pero es que, en el caso de las mujeres, son, gracias a Dios, todavía notoriamente más reducidas. Si hay una sociedad segura para la mujer es esta, tanto es así que es el quinto mejor país del mundo para nacer mujer.
La tasa de homicidios de mujeres en España es de solo 0,15 (2017). La de los hombres es mucho mayor 1,29. La mujer comete menos violencia, pero también es mucho menos víctima de ella, de la misma manera que ellas se suicidan mucho menos. Solo 1 de cada 4 de estas muertes corresponde una mujer. El riesgo para la vida radica en ser hombre y no en ser mujer.
Tampoco vale lo mismo la muerte violenta de 22 menores, que sobre un total de 15 millones de ellos, significa 0,14 muertes por cada cien mil. Las muertes por violencia de género (mayores de 15 años) son el 0,22, de las mujeres mayores de edad. Pero esta dimensión de la violencia cuenta con una legislación especial, juzgados específicos, 105 de especializados y 355 de compatibles, muchos recursos, e incluso uno de los escasos pactos de estado logrados (lo que no se da ni en educación, ni en pensiones). Para la violencia infantil no hay nada. ¿No mueve a reflexión tanta diferencia e indiferencia?
Ningún dato avala el discurso de las feministas de género sobre la abundancia de asesinatos de mujeres. Es un montaje, una fake news a gran escala, que encierra una gran miseria moral por el uso de la victimización como método y constituye un grave peligro social porque entraña la criminalización de los hombres, jóvenes y adultos, y la construcción de una sociedad dividida entre hombres y mujeres.
Artículo publicado en La Vanguardia
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[…] esta atención constituye en muchos casos una manipulación, y resulta escandalosa como en el asesinato de Laura Luelmo, que solo aflojó cuando la familia dijo […]