Acabamos de celebrar en la liturgia la festividad de la conversión de san Pablo, que aparece como paradigma de lo que significa la conversión cristiana: encuentro vivido con Cristo Jesús, cambio radical de vida, testimonio y apostolado. Es un encuentro que tiene consecuencias, que da un nuevo horizonte a la vida, y con ello una orientación decisiva.
La palabra conversión, metanoia en griego, tiene un sentido dinámico y significa cambio de mentalidad; en sentido espiritual es el volverse hacia Dios y caminar hacia Él. Para el cristianismo es encontrar el verdadero rostro de Dios revelado en Cristo, Camino, Verdad y Vida (Jn 14,6).
La conversión, como encuentro o llamada divina se produce en distintas situaciones que en la actualidad permiten una cierta clasificación en grupos: personas que llegan a la fe desde la increencia (materialismo ateo o agnóstico); católicos que recuperan la fe; conversiones morales que significan una llamada apremiante a seguir de cerca a Cristo (Francisco de Asís, Ignacio de Loyola …); la llamada “segunda conversión”, que es la decisión de vivir seriamente la vocación cristiana (como santa Teresa, que recibe esta llamada después de muchos años de ser monja); las que se producen en personas de otras religiones -principalmente en territorios de misión o en el judaísmo- y de otras confesiones cristianas (son ejemplos relevantes, Edith Stein -judía, aunque no religiosa- proclamada santa y doctora de la Iglesia o el beato John H. Newman -anglicano-). Estos grupos constituyen casos muy distintos, pero en todos ellos se da el fruto de la acción de Dios en lo más íntimo del corazón humano seguida de una respuesta personal en la que se implica la razón y toda la persona, y conlleva un cambio en la orientación de la vida.
Sin embargo, más allá de estas situaciones, la conversión es también una dimensión permanente y básica de la fe de todo cristiano. La conversión, como dimensión de la fe, no es un solo acto sino un proceso incesante de reorientación permanente de la vida hacia Dios, que implica modificación de la mentalidad y el cambio de actitud hacia el exterior. La conversión hace que la fe no sea algo estático, sino que pueda profundizarse en un proceso continuo, pues la respuesta humana a las pruebas (situaciones difíciles que requieren tomar decisiones difíciles constantemente) puede llevar a profundizar y dinamizar la fe, y a madurar conforme al Evangelio. Efectivamente, el proceso de conversión permanente debería conducir al cristiano al radicalismo evangélico, el mismo radicalismo de Pablo de Tarso a partir de su encuentro sobrenatural con Jesús.
El testimonio del apóstol Pablo sobre su conversión
En las Cartas del apóstol Pablo no hay un relato personal sobre el acontecimiento que le convirtió de perseguidor de los cristianos en discípulo y apóstol de Jesús. La óptica desde la que habla de su conversión es la de las consecuencias que tuvo para él ya que implicó una nueva orientación personal y objetiva de su vida. No se refiere en perspectiva histórica a lo ocurrido, sino que trata de exponer su significación presente, lo que es decisivo para él y para las comunidades desde entonces, y sólo al describir este presente se refiere también al acontecimiento pasado pero sin entrar en él.
Como es bien sabido, en el camino hacia Damasco al inicio de los años treinta, Saulo, según sus palabras, fue "alcanzado por Cristo Jesús" (Flp 3,12), pero no relata el modo en que la luz de Cristo resucitado le alcanzó cambiando radicalmente su vida. Él habla de una visión (1Co 9,1), pero también de una iluminación (2Co 4,6) y sobre todo de una revelación y una vocación en el encuentro con Cristo (Ga 1,15-16). Así, se define como "apóstol por vocación" (Rm 1,1; 1Co 1,1) o "apóstol por voluntad de Dios" (2Co 1,1; Ef 1,1; Col 1,1), como subrayando que su conversión no fue resultado de una reflexión o evolución espiritual, sino de una intervención divina, de una gracia divina imprevisible. A partir ahí, todo lo que antes tenía valor para él se convirtió, según sus palabras, en “pérdida y basura” (Flp 3,7-10), y dirigió todas sus energías al servicio de Cristo y de su Evangelio con una entrega total.
La gran dimensión de su apostolado es su carácter universal, ya que siente intensamente el problema del acceso de los gentiles a Dios, al comprender que en Jesucristo ofrece la salvación a todos los hombres sin excepción (Ga 1,16; 2,7-9; Rm 1,5; 15,15s; Ef, 3,2-3; 1Tm 2,4-7). Desde el primer momento entiende que esta realidad no estaba destinada sólo a los judíos e inicia de forma inmediata su intensa actividad misionera que le llevaría a Asia Menor y Europa.
Se refiere al acontecimiento de Damasco para facilitar su tarea misionera
Pablo utiliza su visión de Cristo para proclamarse auténtico testigo pascual y por ello apóstol. Trata de dotarse de autoridad ante las comunidades en su misión evangelizadora emprendida sin ninguna delegación, y en unas condiciones que provocaban reticencias y oposición entre los defensores de un cristianismo todavía fiel a la Ley de Moisés. Para superarlas, la garantía que ofrecía era precisamente haber participado de la experiencia de los que habían visto a Jesús vivo antes de la Pasión y después de ella. Él, Pablo, también ha visto a Jesús (1Co 9,1), y la expresión griega recuerda lo que se lee en Jn 20,18-25, se aplica la fórmula tradicional de las apariciones de Cristo resucitado, y más adelante se califica él mismo como “testigo pascual” (1Co 15,8); aunque los que le habían conocido le reconocieron, mientras no consta que Pablo le hubiese conocido durante su vida en la tierra.
Nunca se aplica a sí mismo el vocabulario de la conversión
Ni como cambio de religión ni como el acto de un pecador que renuncia a su vida de pecado. Su experiencia espiritual no le planteó un cambio de religión sino la aceptación de Jesús como Mesías de Israel, como lo era para los primeros judeo-cristianos, y más tarde definirá su misión como el anuncio a todos los pueblos de la extensión de las promesas hechas a Abraham (Ga 3,14-29; Rm 4,9-25). Tampoco, puede decirse que Pablo aplique a su experiencia la acepción de conversión en el sentido ético, bíblico y judío, aunque se acusa de haber perseguido en su ignorancia a los cristianos y se sitúa en cabeza de los pecadores (1Tm 1,15-16).
Contenido esencial de su conversión
El contenido esencial de la conversión de san Pablo estaría en la comprensión que alcanza del valor fundamental e insustituible de la fe en Jesucristo para ser justificado (Rm 3,28; Ga 2,16). Ser justificado significa ser hecho justo, ser acogido por la justicia misericordiosa de Dios y entrar en comunión con Él sobre la base de un perdón total de los pecados, y Pablo dice con toda claridad que esta condición de vida no depende de las obras sino solamente de la gracia de Dios en virtud de la redención realizada en Cristo Jesús (Rm 3, 24). Antes de la conversión Pablo no estaba alejado de Dios, era observante de la ley hasta rayar el fanatismo, sin embargo, es a la luz del encuentro con Cristo que comprende que con ello sólo buscaba construirse su propia justicia, y cambia radicalmente la orientación de su vida: ya no vive para sí mismo sino que vive en Cristo y para Cristo (Ga 2,20), haciéndose “todo a todos” (1Co 9,22).
En síntesis, según las Cartas del apóstol Pablo, en el origen de su cristianismo y de la vocación de apóstol se encuentra una experiencia súbita: su encuentro con Cristo Jesús, una visión sobrenatural, acompañada de una revelación y de la misión de convertirse en evangelizador de los paganos; tres aspectos que están indisolublemente unidos.
Bibliografía: M. Aroz (2008), El testimonio del apóstol Pablo sobre su conversión (Trabajo de Teología, Iscreb); J. Becker (2007), Pablo el apóstol de los paganos, E. Sígueme;T. Dajczer (1994), Meditaciones sobre la fe, E. San Pablo; S. Légasse (2005), Pablo apóstol, Desclée De Brouwer; J.L. Lorda (2009) Conversión: Importancia del testimonio, www.buzoncatolico.es; S.S. Benedicto XVI, A.G. 25-10-2006.