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Una reflexión sobre la sociedad de la desvinculación y la necesidad de un nuevo comienzo

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Introducción

Es una evidencia que muchos países atraviesan por graves crisis que se manifiestan en la pérdida, abrumadoramente mayoritaria, de la confianza en los políticos. Esta es la norma en la Unión Europea, pero también en Estados Unidos, y en muchos lugares de América Latina. La idea de Europa como horizonte de sentido que ha permitido la construcción de mayor sistema democrático y de bienestar del mundo anda hecho añicos, como malparado se encuentra el ideal americano basado en el buen resultado del propio esfuerzo. Algo muy grave falla, aunque queramos mirar hacia otro lado, cuando quienes nos representan como pueblo, es el grupo que inspira menos confianza a la sociedad. Es una crisis política general, que adopta las variaciones propias de la especificidad de cada país, de tal manera que hoy es casi más fácil ganar unas elecciones, incluso por mayoría absoluta, que gobernar. Aquella frase de Andreotti que gobernar desgasta, pero estar en la oposición desgasta mucho más, resulta muy inexacta. Hoy políticamente desgasta todo, aunque resulte más cómodo sufrirlo estando en el coche oficial. Y todo esto no es fruto de unos pocos años. Es tan generalizado y profundo, que es irracional pensar que comenzó con la crisis del 2008. El mal viene de mucho antes, como nos han anunciado las encuestas hace años, a pesar del impasible ademán de la mayoría de ciudadanos. La única diferencia es que en la buena época, el oropel de la abundancia hacía más tolerable la situación. Y es que en realidad es la democracia liberal la que está en crisis, la que parece naufragar en una tormenta de descontento. Así de rotundas y de mal están las cosas.

Y todo esto es así porque no existe una buena correspondencia entre políticos, es decir entre la política que se practica, y los ciudadanos. No confiamos nada en quienes gestionan o aspiran a hacerlo, aquello que nos afecta a todos, la vida común de la polis. Por su parte las redes sociales, las republicas del Twitter, Facebook, y otras más, multiplican las consecuencias de aquella desvinculación entre políticos y pueblo. Hoy todo invento, camelo, mixtificación crítica, de los políticos goza de credibilidad asegurada. ¿Hemos reparado que este es un proceso autodestructivo? Claro que existen razones. Demasiados gobiernos parecen condenados al fracaso o al desencanto a los pocos meses de estar formados, porque nadie es capaz de abordar las grandes crisis que sufrimos. Evidentemente la económica, la Gran Recesión y sus secuelas, que serán como llagas abiertas a la inclemencia durante mucho tiempo. Pero esta, junto con la política no son los únicos desastres sociales que sufrimos, claro que no. Son los más actuales, que es muy distinto. Simplemente ayudan a olvidar las otras crisis, como si al desocuparnos de ellas no hiciéramos otra cosa que empeorarlas. Ahí está intocada la crisis ambiental, fagocitando el clima, y los recursos naturales. Y ahí sigue la emergencia educativa que está mal construyendo personas y destruyendo el futuro, y continúa, con el entusiasmo de demasiada gente, el agujero negro de la falta de natalidad y el sobre envejecimiento de la población. Lo que nos apuntaba el film “Soylent Green”, “Hasta que el Destino nos Alcance” puede estar a la vuelta de la esquina.

A derecha e izquierda, los discursos parecen agotados, cuando no simplemente resultan ridículos. Todo está sometido a la incapacidad para encontrar respuestas. ¿Entonces, ante estas reiteradas y dañinas evidencias, no ha llegado el momento que nos preguntemos sin autoengaños, ni fáciles indulgencias para los nuestros y para con nosotros mismos, el porqué de tanta incapacidad en tantas cuestiones vitales y en tantos lugares distintos? Es una pregunta de sentido común, una exigencia vital. ¿A dónde vamos acumulando crisis tras crisis?

Todo gobierno resulta insatisfactorio, lo es la política, la economía. Más incluso, lo son con carácter general los diagnósticos. A veces parece como si se intentara describir un elefante con los ojos vendados, a base de palparlo, o pronosticar el tiempo mirando por la cerradura.

Estos interrogantes son el punto de arrancada de esta ponencia. Responder a por qué nos pasa todo lo que nos pasa. Como sociedades ciertamente, pero también como personas, porque el abstracto universal es un engañabobos, y una, la sociedad, no existe sin los otros, las personas concretas.

Pero para poder responder y salir de la confusión, es necesario que seamos capaces de dar un paso atrás, salirnos del bosque embrollado, de los marcos de ideas que nos esclavizan, para pensar con mayor libertad, y adoptar una nueva perspectiva, que solo será valida si une en el diagnostico y la respuesta, a la persona con la sociedad. Es preciso un nuevo comienzo que pasa por afirmar que todos nuestros males surgen de la naturaleza de la sociedad en que habitamos. La sociedad desvinculada.

I. QUÉ ES LA DESVINCULACIÓN

1. La sociedad de la desvinculación

La raíz de los problemas que viven las sociedades occidentales, lo que daña a personas y a instituciones, es la desvinculación. Su lógica ha transformado la sociedad, construyendo nuevos marcos referenciales que configuran nuestra forma de pensar, nuestras opiniones, juicios, y actos, rompiendo la naturaleza profunda de las relaciones humanas, basadas en los vínculos. Partiendo de este diagnóstico, de la teoría de la desvinculación social, podemos interpretar de forma más completa y coherente los problemas que nos acucian, y dotar así de mayor eficacia a las respuestas.

El fundamento de la desvinculación radica en la creencia que la autodeterminación y la realización personal, solo se logran mediante la satisfacción del deseo individual. Este es el híper bien al que deben subordinarse todos los otros bienes humanos. El deseo es una dimensión humana, y puede ser hermoso, pero por su naturaleza es voluble, breve, influido por la circunstancia. Termina cuando se satisface, es por definición inestable. La persona debe abordar sus deseos, pero no pueden convertirse en la única guía de su conducta, ni su satisfacción indiscriminada en el fin de la vida. En la cultura desvinculada el deseo ya no es una componente más de las dimensiones humanas guiadas por la razón y encauzadas por las virtudes, sino que constituye el máximo bien, al que tienen que supeditarse todos los demás bienes morales, personales y colectivos, que se impone a todo compromiso, sea institucional o personal, a toda tradición, norma, ley, religión.

El deseo se sitúa en el centro del Yo, impulsado por la cultura mediática y el mercado, y en el centro de la sociedad, servido por las políticas específicas dirigidas a satisfacerlo. Nunca como hoy las políticas públicas se han dirigido a favorecer deseos que pertenecían al ámbito de lo privado. La relación homosexual, el cambio de sexo sufragado con recursos públicos, el aborto subvencionado, o la maternidad a cualquier precio, son algunos casos que ocupan las agendas políticas. La avaricia, por su parte se ha convertido en un motor fundamental de la economía financiera, donde la única obra bien hecha es ganar dinero.

El ser humano de la sociedad desvinculada tiende a ser distinto de aquel que ha configurado nuestra civilización. Es un sujeto que por definición considera que lo bueno es estar libre de todo compromiso fuerte. Libre de todo aquello que contraríe la satisfacción de su deseo. Lo que se oponga a ello debe ser rechazado, removido, transformado, o suprimido, sin reparar en las consecuencias. Bajo este punto de vista los vínculos fuertes son intrínsecamente negativos, y como tales rechazables. No deben existir ni tan siquiera entre la madre y el hijo engendrado. La autodeterminación y realización personal lo exigen.

Libertad y desvinculación

Cuando el deseo y su satisfacción son el hiper bien, o en todo caso un bien superior, la libertad solo se concibe como medio para satisfacerlo. Se valora solo como el conjunto de condiciones que facilitan su satisfacción.

A partir del momento en que la libertad se concibe en estos términos resulta difícil que pueda articularse con la responsabilidad. Porque en este marco de referencia la única consecuencia valorada como la libertad sirve al deseo mientras que la tasación de las consecuencias se convierte en algo secundario. La libertad así entendida se desvincula de la responsabilidad.

El cambio radical que todo esto comporta no ha sido valorado en todas sus consecuencias, en la natalidad y la educación, en el matrimonio, en las relaciones laborales, la economía, la política, y la religión. En todas las dimensiones de nuestra vida, personal y colectiva.

Otra consecuencia básica de la cultura desvinculada es la transformación del sentido de la autenticidad. En nuestra época la autenticidad se concibe cada vez más como acto espontáneo liberado de toda obligación. De ahí que la sinceridad no se entienda tanto en términos de servicio a la verdad, como de obediencia al impulso. La obligación se convierte así en lo contrario a lo autentico, y constituye un acto insincero que como tal merece ser evitado porque constituye una forma de hipocresía. Esta concepción contamina todo nuestro sistema moral y nuestra capacidad para discernir. De esta manera el “deber-ser”, resulta un engaño, mientras es bueno a priori todo acto espontáneo. Estos cambios individuales poseen potentes desarrollos sociales. ¿Cómo es posible educar si el deber-ser es como mínimo sospechoso, cuando en realidad es el fundamento del acto educativo? Si desaparece el “deber ser”, solo existe lo apetecible, lo inmediatamente gratificante, y el resultado es la incapacidad para asumir el esfuerzo, la escasa resistencia al sufrimiento y a la frustración. Es decir, la imposibilidad para afrontar la vida tal y como es.

La forma como se entiende la libertad también daña la búsqueda de la verdad. Al concebir la libertad como elección, y no como condición necesaria para poder indagar la verdad, y al dejar de ser la veracidad condición necesaria para vivir lo autentico, la verdad deja de tener un papel primordial en la sociedad. El resultado es la acumulación de graves problemas que se asumen como irresueltos, y que se abordan bajo políticas de conllevancia y de imagen pública. Pero para la verdadera realización personal y colectiva la búsqueda de la verdad es vital, porque de ella depende que podamos reconocer adecuadamente los demás bienes, y su jerarquía, e interrelación. Y cuando desaparece el sentido de la verdad, en su lugar funciona aquello que el deseo genera con facilidad: el subjetivismo de los sentimientos.

Relativismo y trivialidad

La indeterminación colectiva sobre el bien, y de la verdad, y su substitución por las preferencias personales, determina el relativismo, que es proclamada bien superior porque se aduce que garantiza la convivencia y la libertad. Así una carencia tan básica como es la idea compartida de bien como vínculo común, se convierte para la sociedad desvinculada en algo sumamente valioso. La cuestión es como pueden encontrarse respuestas basadas en el bien colectivo basándose en preferencias individuales.

2. Las causas que han conducido y desarrollan la sociedad de la desvinculación

Las causas que han conducido y desarrollan la sociedad de la desvinculación se han producido en una secuencia de grandes rupturas con el orden moral y cultural que tienen su origen en la Ilustración, y se desarrollan a lo largo de la Modernidad. Esta ha dado lugar a un periodo histórico especialmente conflictivo social y políticamente. Baste recordar lo que escribía Zygmunt Bauman en “Modernidad y Holocausto” (Ediciones Sequitur. 1997, Madrid): “El holocausto no fue un acontecimiento singular, ni una manifestación terrible pero puntual de un “barbarismo” persistente. Fue un fenómeno estrechamente relacionado con las características de la modernidad”. Y esta violencia y conflictividad se produce porque la Modernidad es un periodo histórico de gran inestabilidad cultural y moral que se produce básicamente por tres razones estrechamente relacionadas. Se trata de (1) la substitución de la razón objetiva por la razón instrumental, (2) la progresiva fragmentación de la concepción moral y su pérdida de sentido, y (3) el desequilibrio extraordinario entre la capacidad crítica de la modernidad hacia las ideas precedentes, y la dificultad para construir una alternativa sólida, como señaló ya en 1993 Alain Touraine, en “Crítica de la modernitad”.

La insatisfacción con ella desencadena poderosas reacciones que conducen a la inestabilidad. Se trata del Romanticismo, la Genealogía de Nietzsche. También intentos de restablecer algún tipo de razón objetiva, como sucede con las dos mayores manifestaciones que se dan en esa heterogénea reacción a la Modernidad que es el Modernismo. Me refiero al fascismo, y al comunismo. La lectura de un libro imprescindible de Roger Griffin “Modernismo y Facismo”, que tiene un subtítulo clarividente: “La sensación de comienzo bajo Mussolini y Hitler”, resulta ilustrativa de este intento de construir un nuevo orden dotado de una razón objetiva propia. Hay muchas más confrontaciones culturales que no son evidentemente tan totalizadoras como las apuntadas, pero sí muy reactivas y destructoras de aspectos de la Modernidad. Solo para señalar su abundancia e intensidad, les recuerdo las que se dan en el siglo XX: el futurismo de Marinetti, la revolución dadaísta, el surrealismo, la revolución letrista, la cultura del hapenning, la revuelta beat, el situacionismo, la revolución psicológica y el nuevo papel de la droga, el conjunto contracultural y el tercermundismo, que culmina en el radicalismo revolucionario de las revueltas del sesenta y ocho, para llegar al estadio actual de la ideología de género, y la cultura entendida como transgresión sistemática. Una especie de vanguardias sucesivas sin canon con el que romper, guiadas solo por el mercado, una cultura de la trasgresión. Son demasiadas alteraciones en tan poco tiempo. El resultado de esta dinámica histórica es la sociedad de la desvinculación.

Me he referido a la razón objetiva. Es necesario que nos detengamos en ella y en su conflicto con la razón instrumental.

Porque esta fue la primera y decisiva ruptura que provocó el hundimiento de la gran bóveda del pensamiento occidental construida sobre las columnas de la razón objetiva.

La bóveda es una solución imprescindible en la construcción, profusamente desde el tiempo de los romanos. Quien no haya visto la basílica de la Sagrada Familia en Barcelona no puede imaginarse la capacidad que ofrece este instrumento arquitectónico para simultanear belleza y solución técnica, sobre todo cuando es manejada por un genio como Gaudí. Su variante esférica, la cúpula es el tipo de obra que se elige para culminar edificios queridos como monumentales. Es una técnica que tiene por objeto cubrir; albergar, proteger, según el caso, el espacio que existe entre dos muros, o series de pilares. Su problema constructivo radica en una sola cuestión, que teóricamente no fue bien comprendida hasta el siglo XIX, aunque en un aparente desafió a una determinada racionalidad, todas las grandes cúpulas son muy anteriores. El punto crucial de la bóveda es la capacidad de las paredes laterales para soportar su carga de compresión. La debilidad en uno solo de sus pilares desencadena la catástrofe.

Toda la civilización occidental se ha desarrollado bajo una bóveda que articulaba y aportaba sentido a su forma de razonar y actuar. Uno de los sistemas de pilares que soporta la carga es la concepción helénica en toda su evolución desde los tiempos homéricos. El otro, es el gran relato bíblico. El cristianismo articulo dando forma aquellas dos grandes cosmovisiones que parecían en principio inconmensurables, incompatibles entre si. A partir de ellos y con el paso del tiempo, los materiales y formas de la cúpula fueron modificándose pero siempre se mantuvo el equilibrio sobre las cargas laterales. Hubo grandes derrumbes parciales como la implosión del Imperio Romano de Occidente, y la desarticulación cultural y política de todo su espacio, pero surgieron arquitectos que levantaron magníficas soluciones reparadoras. El elemento que aseguraba todas las cargas era la razón objetiva, que en su naturaleza es universal. Se da en las civilizaciones originarias de América; las sínicas, e hindú en Asia; en el Islam. No ha existido ninguna gran civilización histórica que no se haya construido sobre el soporte de un tipo de razón objetiva.

De la razón objetiva surge toda nuestra comprensión, de hecho aun vivimos de sus rentas, aun que cada vez menos. Esta forma de entender la vida y el mundo consideraba la conciencia individual como formando parte de una gran red, un sistema de relaciones entre los seres humanos, sus grupos e instituciones sociales, que se extendía a la naturaleza, con la que articulaba un orden cósmico, donde el hombre tenía un lugar portador de sentido. La vida humana estaba dotada de un fin que le era propio que realizaba mediante una práctica, lo que definimos como virtudes. Esta razón era objetiva porque situaba su reflexión más allá de la conciencia individual, ejercía una reflexión metafísica.

El hombre conocía cual era el fin de su existencia, y por consiguiente el sentido de la misma. La acción humana tomaba en consideración la totalidad, y no solo sus propios fines. En este marco de referencia el sujeto necesariamente solo podía ser relacional, trascedente, vinculado a los demás, a su comunidad.

Pero con la ilustración surge otro tipo de razón, la razón instrumental, cuyos fundamentos se encuentran en los pensadores ingleses previos a la Revolución Francesa como Hobbes, y sobre todo John Locke. La Ilustración no significa la entrada de la razón en la historia humana, sino la substitución de un tipo de razón, la objetiva, por otra, la instrumental que niega la existencia de la metafísica Los fines humanos ya no nacen en relación a la relación de armonía con el todo, sino solo, exclusivamente del individuo, de cada individuo. Ahora se trata de razonar en otros términos. Primero considerar que lo relacional es solo lo útil o lo deseable para mí. Segundo, defino los fines que me convengan de acuerdo con su utilidad y deseabilidad, y asigno a la razón que determine los medios para conseguirlos. En este orden el papel del estado es evitar con medios procedimentales el conflicto entre las múltiples individualidades, los innumerables deseos, a los que denominamos intereses. A ello se dedican cada vez más esfuerzos y recursos y por ello crecen, como veremos más adelante, lo que en lenguaje económico llamamos costes de transacción, y costes sociales. El resultado práctico ha revelado que se trata de una tarea imposible. El procedimiento sin razón objetiva, solo funciona, precisamente, cuando no hay conflicto.

La transformación es radical. Significa el predominio creciente de la subjetividad. Los ilustrados pensaron que era posible, mediante razonamientos basados en la utilidad, alcanzar acuerdos. Ese fue el gran error. La subjetividad sin encauzamiento objetivo solo ha conducido a crecientes desacuerdos, a debates interminables. Y así en nuestros tiempos se produce una gran paradoja. A pesar que en política ya no hay grandes metas, relatos enfrentados, y sería dado esperar una mayor facilidad para llegar a acuerdos, impera más que nunca en desacuerdo institucionalizado, una especie de cainismo político.

La subjetividad que desarrolla la razón instrumental ha conducido a asignar al bien el sentido de una preferencia. Me he referido antes a ello. El bien es lo que yo prefiero. ¿Quién me lo puede discutir? El único límite será en todo caso la ley, que convengamos que es poca cosa cuando existe un deseo masivo de incumplirla, o simplemente la ley no puede ordenarlo. No es posible una norma que establezca “Todo el mundo será bueno”.

A su vez las preferencias se convierten en la manifestación de actitudes o sentimientos: esto me gusta, significa esto es bueno. No me gusta, quiere decir que es malo.

Quizás todo lo dicho hasta aquí puede hacer pensar que la cuestión de la razón objetiva es una forma de dar entrada al cristianismo como referente. Obviamente no es así. Ya he advertido antes que una razón objetiva con relatos propios existe en todas las grandes culturas.

No se trata de una exclusiva cristiana. La conciencia de la necesidad de un gran relato, de una razón superior a nuestra subjetividad pero en armonía con ella ha aflorado en otros planteamientos a causa de la insatisfacción que genera la razón subjetiva. El potente idealismo objetivo de Leibniz, Hegel, Bolzano, es un ejemplo, como lo es el marxismo, el mayor esfuerzo en este sentido, y también con un especial relieve, el revisionismo de la Escuela de Frankfurt. Baste citar la obra Horkheimer, “Critica de la Razón Instrumental” en la que postula construir una metafísica que expulse a la religión y permita pensar en el bien supremo y el designio humano, es decir en una razón objetiva sin religión.

La crisis moral

Que duda cabe que el significado de la gran recesión que vive gran parte de Europa, y que se originó en EUA, y amenaza al mundo tiene una causa moral. El financiero Warren Buffet decía en el 2009: “Pienso que todas las personas relacionadas con el mundo financiero están relacionadas con ella, con la crisis en parte por avaricia, en parte por estupidez, y en parte porque había gente que decía que era otro el que estaba haciendo aquello que no tocaba hacer”. Este hombre que trabaja para ganar dinero, mucho dinero, nos está diciendo que la causa radica en tres vicios que ni siquiera son originales: la avaricia, la ignorancia, y la mentira, el engaño.

¿Qué ha sucedido para que vicios privados se transformen en un estrago público de tanta dimensión? Porque avaros, ignorantes y mentirosos ha habido siempre, pero no es habitual que sean ellos los que marquen el paso a la sociedad. ¿Qué ha sucedido? La economía, como la política, es una antropología y responde por lo tanto, a la concepción que tengamos del ser humano, y a la vez con el paso del tiempo también lo configura. La economía depende absolutamente del sistema de valores morales predominantes. Esta es la razón por la que el régimen socialista soviético implosionó, dado que el hombre que engendraba era un ser económicamente irresponsable. Cómo decía aquel ex ministro checo: “comunismo significa que los trabajadores hacían ver que trabajaban, y el estado hacía ver que pagaba”. Pues bien, el capitalismo, la economía de mercado, responde en unos fundamentos morales específicos que son contrarios a la codicia desatada, y necesitan de la responsabilidad. Las razones son evidentes: un exceso de codicia exige un exceso de regulación, y la carencia de responsabilidad genera desconfianza. Ambas cuestiones se traducen en costes de transacción y costes sociales más grandes, en pérdida de capital social y deterioro del capital humano, como tendremos ocasión de observar mas adelante. Lenin, el gran forjador del comunismo, decía: “la confianza es buena, el control es mejor”. Y a base de control el régimen soviético se colapsó, porque los costes de transacción eran desmesurados, y porque sin confianza el capital social y el capital humano menguan hasta impedir el crecimiento. Hablar de crisis moral, requiere preguntarnos por su significado.

Para que exista una moral es necesario disponer de una determinada concepción del ser humano y de lo qué es una vida buena y realizada, es decir, de cuál es nuestro fin. Aquello que los griegos antiguos llamaban “Telos”. Moral, por lo tanto, significa en primer término, no lo que tengo de hacer, sino lo que debo ser. Y es entonces, sabiéndolo que puedo tener una norma para mi comportamiento; es entonces que puedo saber qué es bueno, qué es justo y qué es necesario. Es decir, disponer de una moral. Por lo tanto, una crisis moral quiere decir que nuestra sociedad no sabe proponernos cuál es nuestro fin en la vida para que esta sea buena y realizada. Y si no sabemos identificar colectivamente lo qué es bueno, lo qué es justo, diferenciar lo necesario de lo superfluo, entonces difícilmente podremos encontrar buenas, justas y necesarias soluciones por nuestros problemas colectivos, y las gentes se sentirán inermes, desorientadas, frustradas, airadas. Y esta es -pienso- la situación en la que nos encontramos y a la que denominamos crisis.

Y es que el fracaso de la razón instrumental se salda con la fragmentación de los recursos morales, porque como escribe MacIntyre: “Poseemos, en efecto simulacros de moral, continuamos usando muchas expresiones clave pero hemos perdido -en gran parte sino enteramente- nuestra compresión tanto teórica como practica, de la moral” .

II. CONSECUENCIAS DE LA DESVINCULACIÓN

1. Importancia del vínculo

La desvinculación genera graves consecuencias sociales y económicas que no son percibidas en toda su dimensión por razones de naturaleza ideológica.

Por qué es tan importante el vínculo.

Pero antes de introducirnos en los efectos de la desvinculación, es necesario detenernos unos instantes en la naturaleza del vínculo para dejar establecido el porqué de su importancia.

Una definición posible del mismo es esta: La interacción estable entre los seres humanos y sus instituciones, individual y colectivamente, que se establece en el presente, pero también con el pasado mediante la historia, la lengua, la tradición cultural, y el derecho, especialmente consuetudinario, y con el futuro mediante el vínculo intergeneracional, en el que es decisivo el sentido dinástico.

El componente fundamental del vínculo es el compromiso en todas sus gradaciones. El estadio superior del compromiso es el amor de donación. Existe además otro factor relacionado: el deber. Su papel es decisivo porque es el recurso de la voluntad ordenada por la razón cuando la vinculación emotiva, la empatía, no es posible. Compromiso, amor, y deber, se encuentran en los cimientos de la cultura occidental, y esta es la causa de que formen parte de nuestro relato común. El vínculo es percibido hoy como sacrificio pero en realidad entraña recompensa. La dificultad radica en que necesita de un “telos”; de un sentido apropiado de la vida para poder valorarla, algo que la cultura desvinculada no proporciona. Si la vida, su “telos” no es percibida en todas sus dimensiones humanas, de las que lo material es una faceta importante pero no la única, solo asumiremos los vínculos que nos aporten dinero, porque esa será la única recompensa que entenderemos.

El vínculo es decisivo porque él es lo que nos hace trascender de nosotros mismos, estableciendo una relación con los demás. Es la condición necesaria de la socialización. Su debilidad conduce a la proliferación legal que caracteriza nuestra época, y a la dificultad para hacer cumplir las leyes. Nunca han existido tantas, ni tantos policías, fiscales, y jueces.

Charles Taylor escribe en su monumental “Los Orígenes del Yo, la Formación de la Personalidad Moderna”: “No es posible ser un yo en solitario. Soy un yo sólo en relación con ciertos interlocutores (…). La cultura moderna ha desarrollado concepciones del individualismo que presentan a la persona humana, al menos potencialmente, ensimismada, declarando su independencia de la urdimbre de interlocución que originalmente la formó, o, por lo menos, neutralizándola. Es como si la dimensión de interlocución sólo fuera significativa en la génesis de la individualidad”.

Saint-Exupéry cantaba la grandeza del mandar responsable; de los vínculos con la comunidad, con los otros y con las cosas que identifican nuestra vida. Lo explica muy bien en “El Principito”, este cuento para niños y lección para adultos. Les recuerdo el pasaje: El Principito se muestra desolado cuando descubre que la Tierra hay multitud de rosas como la suya, él que pensaba, porque así era en su pequeño planeta, que su rosa era excepcional porque era única, pero ante su desolación, el Zorro, su nueva amigo, lo consuela haciéndole ver la realidad. Y al descubrirla el Pequeño Príncipe dice a las muchas rosas de la Tierra: "Sois muy bellas, pero no puedo morir por vosotras. Sin duda, quien pase junto a mi rosa creerá que todas sois iguales, pero para mí la mía es más importante que todas vosotras juntas, porque es a ella a la cual he regado y abrigado, se la que he cuidado, porque es mi rosa". Esto es en definitiva el vínculo. Lo que hace posible, y volvemos a Saint-Éxupery, "salvar el nudo invisible que convierte aquellas cosas -la rosa, el campo de trigo, la catedral- en dominio, patria, rostro familiar”.

2. Los efectos de la desvinculación.

Adentrémonos en los efectos económicos, sociales y políticos de la desvinculación. Para ello es conveniente recordar la evidencia de que la economía es una antropología. La cultura y el sistema moral hacen a la economía y esta a su vez realimenta el sistema moral. Detrás de todos los hechos económicos, existe una distinta concepción del ser humano y de sus fines. De ahí que el hombre que construyó el socialismo real fuera irresponsable económicamente, y de ahí también la diferencia entre el capitalismo social de mercado de Alemania y Austria, y el de EUA.

Rubio de Urquía un nombre de referencia en antropología económica señala que “la clave general para acceder a la naturaleza fundamental de la teoría económica es la investigación de las relaciones estructurales existentes entre enunciados antropológicos y enunciados teórico–económicos”.

Enunciado general de los efectos.

Y en esta relación estructural cobra un interés decisivo el capital social y el capital humano. Porque la sociedad desvinculada se caracteriza precisamente por su dificultad en generar ambos.

Veamos como sucede.

El Banco Mundial tipifica cuatro formas básicas de capital; el natural; el producido por la actividad humana que podemos clasificar en capital público y capital privado; el capital humano, y el capital social. Estos dos últimos se revelan, cada vez más, como decisivos.

El concepto de ksocial apareció por primera vez en 1916, y lo utilizo Lydia Judson Hanifan, en unos términos que son hoy perfectamente válidos, en los que enfatizaba los vínculos entre individuos y familias (Lyda Judson Hanifan, 1916; en Woolcock 2000). Pero el concepto instrumental no cuajó, y no volvió aparecer hasta décadas después. En los ochenta y noventa surgen nombres y trabajos de referencia. Bourdieu en el año 1985. James Coleman en 1988 en su sociología de la educación, que abre el camino para mostrar la relación entre capital social y capital humano. Robert Putman desde 1993 es una referencia obligada. Podríamos añadir otros nombres como el de Francis Fukuyama, junto con aportaciones posteriores muy interesantes como la categorización que hace Uphoff de capital social cognitivo vinculado los valores culturales e ideologías, y de capital social estructural. También es importante el concepto que propone Anirudh Krishna, porque considera que el ksocial sí puede ser incrementado a corto plazo mediante la creación o reforzamiento de un adecuado marco institucional. Todo esto conduce a un reconocimiento generalizado y uso más habitual. Desde finales de los noventa el Banco Mundial primero (1998) y la OCDE después (2001) introducen y aplican el concepto.

No es este el momento para tratar con detalle las diversas definiciones y aplicaciones del ksocial, pero sí deseo subrayar la que estableció Narayan y Pritchett que, posee un gran interés, en la que presenta el capital social de una sociedad como una agregación de conexiones direccionales que expresan vínculos de parentesco, o adoptados voluntariamente entre nodos que pueden ser hogares u otro tipo de instituciones.

En esta concepción que he resumido mucho nos permite introducir la de la Teoría de redes sociales, los grafos, una rama de la Microeconomía que busca predecir el resultado del comportamiento de un grupo de personas por las relaciones entre sus miembros. Pero sobre todo nos interesa porque muestra que la esencia del capital social son los vínculos y las ideas que los mueven. En definitiva el capital social está en función de (1) que existan vínculos estables que formen redes familiares y sociales (2) dotados de externalidades positivas (3) generadores de confianza entre sus miembros y portadores de capacidad de cooperación (4) dotados de normas compartidas sobre lo bueno, lo justo y lo necesario acordes con la vinculación fuerte.

La cultura desvinculada destruye los componentes primarios del capital social e impide su formación. Intenta suplirlos por leyes y mecanismos coercitivos y de regulación más ineficaces y mucho más costosas.

Capital humano

Pero además el capital social localizado en la familia y el de la comunidad tienen un papel determinante en la formación del capital humano de la siguiente generación, si uno se destruye o crece poco el otro seguirá por el mismo camino. Pero su importancia es decisiva. El aumento de un año en el nivel de estudios de la población para una muestra de países de la OCDE comporta un incremento de la productividad medible directamente del 6,2%, y un aumento de la tasa de progreso técnico del 3,1%, lo que a su vez incide en la productividad total de los factores (PTF). La rentabilidad en términos monetarios del capital humano para el conjunto de la UE es del 9,7% y es superior en todos los casos a la rentabilidad de inversiones equivalentes en infraestructuras.

3. Dónde se genera y en qué jerarquía lo hace el capital social y capital humano

El capital social se genera en las instituciones socialmente valiosas que podemos agrupar de acuerdo con su jerarquía y función en tres niveles distintos. Las insubstituibles porque desempeñan una función que nadie más puede llevar a cabo, las necesarias, y aquellas que siendo substituibles o intercambiables posen un gran valor social.

Las insubstituibles corresponden a la familia. Se trata del matrimonio, la paternidad, y maternidad, la filiación y fraternidad, el parentesco, y la dinastía. Son necesarias porque son las fuentes primarias de capital humano y capital social. La maternidad y paternidad son su único origen primario. Esta evidencia ha sido increíblemente olvidad por la política.

¿Cómo consigue desempeñar esta función? Cumpliendo siete condiciones:

– Primera, la condición necesaria, la capacidad de generar descendencia como potencial general.

– Segunda, la capacidad educadora y de socialización. Tanto esta como la función anterior se fundamentan en una condición biológica: la complementariedad genotípica y fenotípica que posee la unión entre el hombre y la mujer. Y esta es la razón objetiva para rechazar el matrimonio entre personas del mismo sexo.

– Tercera la existencia de normas compartidas que estimulen la cooperación entre sus miembros y con el conjunto de la sociedad.

– Cuarta el mantenimiento y desarrollo de la confianza.

– Quinta la compresión y capacidad para comprometerse, para crear vínculos estables.

– Sexta, la disponibilidad inmediata e incondicional de la primera red social, la familiar, gracias al parentesco.

– Y séptima, la responsabilidad intergeneracional, causada y educada por el efecto dinástico.

Si no cumplen con este papel en términos de cantidad y calidad, las restantes instituciones sociales, pueden paliar en el mejor de los casos pero no reparar completamente las consecuencias del déficit.

La desvinculación al hacer inestables y frágiles estas instituciones sociales, ciega la fuente primaria del capital social y humano.

La desvinculación afecta a la natalidad. De ella dependen muchos factores desde el sistema del bienestar, a la dinámica económica a largo plazo, desde el punto de vista del desarrollo económico endógeno. Lo hace por distintas vías. Una es la de su incidencia positiva en la productividad total de los factores, que puede moverse entre el 0,5% y el 2% PTF (Kremer) (Kosai, Yutaka; Jun Saito and Naohiro Yashiro) en función de la natalidad. Esta es la explicación en un análisis de ciclo largo, de la ventaja de Estados Unidos sobre Japón y Europa. Incluso en periodos temporales más breves, podemos observarlo. Así, para los años de 1980 a 2005, constaté la correlación positiva entre natalidad y productividad comparando Alemania, Francia, España, Irlanda y Estados Unidos. Naturalmente no estoy afirmando algo tan simple como que a más hijos más productividad. Lo que digo es que a largo plazo en condiciones económicas semejantes la natalidad posee un efecto económico que se traduce en la productividad, como resultado de un efecto en cascada. Ello es debido a diversas causas. Una relacionada con el tamaño absoluto de las poblaciones y el carácter constante, entre el 2 y el 3%, de personas dotadas de una gran capacidad de innovar. Otra cosa es si esta capacidad potencial se consigue hacer efectiva. También la edad juega, dado que aquella capacidad empieza a decaer a partir de los 40 años. Una población más joven posee un potencial innovador superior a otra en las mismas condiciones pero de mayor edad. La tercera observación es más reciente. Los jóvenes son hoy el principal vector de progreso tecnológico de los hogares, son dinamizadores del mercado (Reddaway).

Por otra parte Marshall constató que una de las razones de la explosión de iniciativas empresariales que caracterizó el siglo XIX se debió a las familias numerosas donde los hijos aprendían a competir entre ellos para atraer la atención de los padres.

Otros economistas como Fisher han señalado la importancia decisiva que posee el efecto dinástico en las inversiones que tienen un ciclo de retorno muy largo, que no resulta atractiva si es pensada en estrictos términos individuales. La insolidaridad y ausencia de responsabilidad intergeneracional, explican también la dificultad para enfrentarse a los problemas medioambientales, y el exceso de deuda pública.

La desvinculación en el ámbito familiar es la clave del aumento de los divorcios que daña gravemente el capital social y también el humano.

Escuchemos a Gary S. Becker premio Nobel de Economía sobre todo por sus trabajos sobre el khumano: “Si cuando están casados pudieran seguir buscando información sobre otros cónyuges de una manera tan barata como cuando están solteros y si el matrimonio pudiera disolverse sin costes significativamente elevados, los participantes en los mercados matrimoniales se casarían con el primer cónyuge mínimamente adecuado que encontrarán, a sabiendas de que ganarían aun que el matrimonio no fuera óptimo. Además continuaría la búsqueda mientras permanezcan casados” (Tratado sobre la Familia). Becker que estudió el matrimonio desde el punto de vista del capital humano, y no desde ninguna perspectiva filosófica o moral, también dejo establecido que este tipo de unión, genera un beneficio común, fruto de la mejor división del trabajo, de las sinergias y economías de escala, y el aumento de la red de relaciones sociales, entre otras causas. Pero cuando el vínculo se rompe aquel capital no solo se reduce sino que en determinados capítulos desaparece totalmente.

Becker nos dice que el matrimonio genera un beneficio económico, y también que las condiciones que lo regulan determinan el crecimiento o no de los divorcios. La nueva legislación española sobre el divorció establecida por Rodríguez Zapatero es una demostración de ello. España ha pasado de la banda baja a las posiciones de cabeza en cuanto a la tasa europea de divorcios. La facilidad para romper también establece una menor exigencia para casarse, y continuar la búsqueda. De ahí que una combinación de legislación y educación adecuada dotarían de estabilidad a la institución. No hay ningún fatalismo en el crecimiento de los divorcios o abortos, sino legislaciones y condiciones educacionales favorables.

Becker, a diferencia de la teoría neoclásica del capital humano, consideró que el tiempo de la tarea doméstica, también es productivo. Escribe: “Algunas inversiones, como es el caso de la formación y aprendizaje en el propio puesto de trabajo, aumentan sobre todo, la productividad del tiempo asignado al mercado; otras inversiones, como las realizadas en la crianza y educación de los hijos, artes culinarias y gestión aumentan principalmente la productividad del tiempo asignado al hogar” (Becker,1987: 27). Y esto significa generar externalidades futuras positivas, en el caso de los hijos, y menores costes familiares, vidas más saludables, especialmente por lo que se refiere a los hombres.

Hablemos ahora del efecto sobre los hijos. Desde los estudios de Coleman en la segunda mitad de los ochenta sabemos que el rendimiento escolar está en función de las características de la familia, una vez eliminados los sesgos propios de los ingresos. El khumano del alumno y su futuro es una variable muy dependiente el primer lugar del ksocial localizado en la familia, y en segundo término de la capacidad educativa del aula y del ksocial de la escuela escolar. Demostró que la dedicación de un tiempo superior a los hijos favorece los mejores resultados. También explicó que los resultados eran claramente superiores en las escuelas religiosas que las públicas, y también que en las mucho más elitistas escuelas privadas. La respuesta hay que buscarla en un doble marco de referencia; el del ideario del centro escolar más o menos favorable a las condiciones que favorecen los vínculos del capital social, y al tipo de familia que elegía uno u otro tipo de escuela. Y es que el capital social en la familia que da acceso al capital humano depende de la atención que prestan a los niños. Y esto es tan decisivo que estudios mucho más recientes lo confirman en términos insospechados. Así el sociólogo Javier Elzo al estudiar la capacidad educativa de las familias de Cataluña, observaba que padres y madres con elevados ingresos y mayor nivel de conocimientos obtenían unos pobres resultados de socialización positiva de los hijos, más próximos al tipo de familia conflictiva, a causa de su carácter muy permisiva, sin prácticamente reglas de comportamiento, y escasa dedicación de los padres, que daban prioridad a compromisos externos, políticos, o de otro tipo.

Paradoja educativa.

En realidad todo Occidente vive la paradoja educativa de los rendimientos decrecientes en educación en relación con el aumento del gasto. Vivimos una quiebra profunda de la capacidad educadora que se manifiesta de formas distintas.

Naturalmente hay más cuestiones en relación a la educación como la confusión en la enseñanza universitaria entre especialización y fragmentación de la educación, en las que no entraré por razones de tiempo.

Me he referido hasta ahora al primer tipo de Instituciones sociales valiosas, a las necesarias, a cuyo conjunto calificamos de familia pero es necesario considerar aquellas otras que he mencionado para observar las consecuencias de la sociedad desvinculada.

El siguiente grupo son instituciones necesarias. Ya me he referido a un tipo de ellas, las que actúan en el ámbito educativo. Pero es necesario abordar las referidas al trabajo y también a las religiosas. Me detendré sobre todo en las primeras. El trabajo humano, y su organización. Las empresas, la economía, generan o destruyen capital social recogiendo el de otras procedencias, especialmente de las familias y de las instituciones educativas. Las empresas maximizarán estos recursos de capital en la medida que construyan una comunidad de trabajo, de la vinculación interna entre sus miembros; trabajadores de todos los niveles, propietarios y cada vez más proveedores, así con el resto de la comunidad al generar externalidades positivas en términos de margen bruto, responsabilidad social y ambiental, y calidad de producto y servicio.

La sociedad desvinculada comporta el dominio de la economía financiera sobre la productiva. Lo que era un medio para facilitar la producción de bienes y servicios se ha convertido en un fin al que deben servir las actividades productivas. De hecho se impone cada vez más una ideología que concibe el beneficio sin ataduras de ningún tipo: sin fuertes vínculos laborales, sin patria que reclame bondades nacionales, sin religión que apele a inservibles comuniones, sin moral que proclame trasnochados imperativos. A esta forma de entender la economía que pasea su avaricia por el planeta le basta con manejar el sismógrafo de las cotizaciones, de los productos derivados, el juego de las primas de riesgo, y las posibilidades del mercado monetario, jugando con grandes recursos que ni tan solo son suyas, sin reparar en ninguna otra referencia que no sea el dinero cuanto mas rápido mejor.

Y el político ha de entender esto y saber si esta forma de actuar en la economía es compatible con un sistema democrático mínimamente decente, con una sociedad que posea una cierta cohesión, y un estado de derecho.

En una sociedad desvinculada la productividad es más difícil excepto si se recurre a la reducción en términos reales de los salarios, algo que se logra por dos vías y en función de las características de cada país, mediante la devaluación monetaria, o la devaluación interior, o bien la medida de efectos mas rápidos, el paro. Por esta causa el paro estructural tiende a ser mayor en la sociedad desvinculada, y la participación de los salarios en la formación de la renta nacional a decrecer, y a aumentar la desigualdad social.

Existe un tercer grupo de consecuencias, y es el del incremento de costes que son básicamente de tres tipos. Los de transacción, aquel conjunto de medidas directas o indirectas para garantizar el buen fin de la transacción. Los costes sociales fruto de la mayor fragilidad del sujeto y las familias desestructuradas, la violencia.

El tercer grupo de instituciones socialmente valiosas son las de carácter voluntario que pertenecen al mundo asociativo con los partidos políticos y los sindicatos en un lugar destacado, y en general de todo aquel tipo de asociacionismo capaz de generar una externalidad positiva. La cultura de la desvinculación la política también sufre y de una manera muy grave sus consecuencias.

Y es que la modernidad ha significado la progresiva destrucción del sentido de la política que ella misma contribuyo a crear. En la concepción actual, fuertemente influenciada por el pensamiento weberiano (y antecesores lejanos, como Maquiavelo, y sobre todo Hobbes), ha conseguido disociar radicalmente la ciencia política y su práctica de la procuración del bien del ser humano. Hoy consiste en “gestionar” en lugar de buscar el bien supremo para la “polis”, las familias, y cada persona, como explica Aristóteles; el concepto de bien común. El resultado es el debilitamiento de la confianza que afecta a las instituciones políticas y sindicales, donde la crítica y rechazo a lo institucionalizado va ocupando el terreno a lo que antes era el compromiso con un partido o un sindicato. Se produce una disociación entre los políticos profesionales y los ciudadanos, porque la lógica del teórico contrato social del liberalismo es incapaz por si solo de tener la fuerza centrípeta necesaria para mantener la cohesión entre aquellos dos grupos, cuando desaparecen los vínculos colectivos de la comunidad, la idea de un bien compartido, y la actuación pública es incapaz de expresar, porque no cuentan, las virtudes personales.

Y es que como escribió Hanna Harent: “Lo que hace que la sociedad de masas sea difícilmente soportable no es o al menos no es principalmente, el elevado número de personas que la componen, sino el hecho de que el mundo que media entre ellas ha perdido el poder que tenía de reunirlas, de relacionarlas“ es decir el crecimiento de la desvinculación.

La crisis nos conduce a preguntarnos cuál puede ser la respuesta, a reflexionar en términos prácticos sobre ella. Y para ello deseo arrancar de un concepto que desarrolla un liberal perfeccionista. Joseph Raz en “The Morality of Freedom” (Clarendos Press. 1988): “Apoyar formas valiosas de vida no es una cuestión individual sino social”.

III. ALTERNATIVAS: CONSTRUIR UNA SOCIEDAD QUE SUPERE LA PROPUESTA DE AUTONOMÍA ABSOLUTA DEL HOMBRE

Las respuestas a la desvinculación creo que son más difíciles de realizar que de concebir. Es evidente que no hay soluciones taumatúrgicas y sí un camino preñado de dificultades, pero creo que se debe compartir la idea de MacIntyre: cuando las cosas están tan mal, el pesimismo es un lujo que no podemos permitirnos.

La respuesta, se sitúa en dos ejes distintos y complementarios y se fundamenta en una estrategia. Uno de los ejes es el del proyecto cultural. El otro la práctica política y la recuperación de su verdadero sentido.

La estrategia radica en partir de un proyecto abierto e integrador de naturaleza revolucionaria en el sentido etimológico del término, revolveré, dar la vuelta. Una revolución que en realidad es un renacimiento, una reapropiación de lo clásico en la perspectiva del progreso humano. Un renacimiento concretado en reformas parciales bien articuladas, coherentes con el todo. Una acción transformadora que atañe tanto a las personas, como a sus instituciones y leyes. Un nuevo comienzo, en definitiva.

No entraré en medidas concretas, no procede por razones de tiempo ni de marco expositivo, pero quizás el diálogo posterior pueda dar pie a que hablemos de ella.

Sí deseo señalar unas líneas de acción:

1. La construcción de un proyecto cultural que tiene una expresión política plural, aunque no ilimitada, basado en la recuperación de la idea de un orden objetivo, de un relato común que da mayor y mejor sentido a nuestros relatos personales, y que significa en el orden cultural más especifico la revitalización de la filosofía y en ella de la metafísica. Un proyecto cultural que revitaliza el enlace con las fuentes de nuestra cultura y con la tradición cultural, porque tradición y progreso, forman parte del mismo entramado histórico (Pieper). Charles Taylor nos dice en “Los Orígenes del Yo”, que ninguna época puede afrontar sus propios problemas con los únicos recursos de su tiempo. La tradición cultural es un recurso de inteligencia acumulado en el disco duro de nuestro ordenador colectivo. No todo lo que conservamos es lo adecuado, pero peor es borrarlo todo. La tradición y no solo la cultural, aporta sentido al tiempo, de manera como dice Saint -Exupéry, que "el tiempo que corre no es algo que nos gasta y nos pierde, sino algo que nos realiza y madura". La estructura y orden de la casa paterna en cuanto al espacio le corresponde al rito en el tiempo, acudiendo una vez más a Saint-Exupéry:

“- ¿Qué es un rito? -pregunta el Pequeño Príncipe-.

– Es algo muy olvidado -le contesta el Zorro sabio-. Es lo que hace que un día sea diferente de otros días, una hora de las otras horas. Hay un rito por ejemplo en mi país de los que me cazan. Bailan los domingos con las mozas del pueblo, entonces para mí el domingo es un día maravilloso… me paseo hasta la misma viña. Si mis cazadores bailasen cualquier día, los días serían todos semejantes y yo no tendría vacaciones.” Y cuando estas evidencias se olvidan, sucede lo que escribió Allan Bloom refiriéndose a los jóvenes universitarios norteamericanos un par de décadas atrás, y que está vivo en nuestros jóvenes: "Este futuro indeterminado o abierto y la carencia de un pasado vinculante significan que las almas de los jóvenes se encuentran en un estado parecido al de los primeros hombres en estado natural: espiritualmente desnudos, desconectados, aislados, sin relaciones heredadas o incondicionales con nada ni con nadie. Pueden ser el que quieran ser, pero no tienen ninguna razón particular para querer ser nada en especial. No tan sólo son libres también para decidir su lugar de residencia, sino que son libres también para decidir si creerán en Dios, si serán ateos o si dejarán abiertas sus opciones inclinándose por el agnosticismo; si serán heterosexuales u homosexuales o si, también en este caso, dejarán abiertas sus opciones, si se casarán y se divorciarán o si permanecerán casados; si tendrán hijos…; y así indefinidamente”. No hay ninguna exigencia, ninguna moralidad, ninguna presión social, ningún sacrificio a realizar que se oponga al seguimiento o al alejamiento de cualquiera de estas direcciones; y hay deseos que apuntan a cada una de ellas, amparados por argumentos mutuamente contradictorios, ante ellos solo se encuentra el vacío.

2. La virtud como fundamento de la sociedad. Educar y promover en el reconocimiento social de la excelencia virtuosa. Esto tropieza con una serie de obstáculos a vencer apuntados ya por Aristóteles. En efecto, la justificación racional de la vida de virtud en la polis, solo es disponible para quienes participen ya de algún modo en este sentido de vida. Y ello debería impulsar a una alianza de los amantes de la virtud.

3. La educación en las virtudes significa ir construyendo un marco de referencia basado en el dominio, la disciplina y la transformación de los deseos bajo criterios de bien. No se trata solo de ser educado en ellas, sino de llevar a la comprensión que el equilibrio, la felicidad personal y colectiva, se encuentra en su ejercicio.

4. En la sociedad actual, donde la idea de bien compartido existe en una escasa medida, y ha sido suplido por las leyes, en una confusión indeseable, es necesario introducir en la acción de gobierno criterios para el bien, que en este caso no se inspiran tanto en el Aristóteles y MacIntyre, como en un liberal perfeccionista como Raz:

El bien tiene prioridad sobre el derecho, porque el fin del derecho es procurar el bien. Es una obligación política considerar qué es lo que le favorece o perjudica al bien, incluyendo el bien moral, y la realización humana, que son bienes intrínsecos.

Favorecer el bien no entraña sacrificar la libertad y la autonomía personal porque está, junto con la integridad y dignidad personal, son bienes necesarios. Lo que sucede es que la libertad debe ser entendida como dotada de sentido cuando se eligen entre diversas opciones moralmente buenas, y carece de valor cuando se eligen fines malos o vacíos.

Por consiguiente los poderes públicos deben proteger y fomentar los sistemas de valores, virtudes y las instituciones insubstituibles socialmente valiosas, como la familia, en primer término y premiar su capacidad educadora, los centros educativos que cumplan con sus fines, las empresas que satisfacen sus responsabilidades sociales. Todo ello lejos de disminuir la libertad, la promueve al favorecer opciones moralmente valiosas para la elección. También deben ayudar a que las opciones moralmente valiosas estén a disposición de las personas, para que puedan ser conocidas y asumidas con facilidad. La neutralidad de los poderes públicos ante las opciones de bien no es deseable, incluso en la práctica es dudoso que resulte posible que un gobierno sea realmente neutral.

El debate sobre las distintas opciones de bien es el debate político por excelencia, y debe ser recuperado, si deseamos superar la actual degradación de la práctica política. Si a los ciudadanos se les llama a pronunciarse sobre temas muy complejos como los programas electorales, carece de razón que no puedan pronunciarse con mayor propiedad sobre opciones éticas que están en la base de su vida cotidiana.

La autonomía personal exige el pluralismo moral. Esto no significa en ningún caso, asumir el escepticismo, el subjetivismo y el relativismo moral. No significa aceptar que no se pueden identificar formas de vida indignas, ni actos malos. Significa que existen más de una manera incompatible entre si de ejercer el bien. Optar por la universidad o por la formación profesional son dos formas de bien personal y social incompatibles. Esto es pluralismo moral. Abandonar los estudios obligatorios constituye por el contrario una opción moralmente rechazable, que no forma parte del pluralismo.

Para que puedan existir opciones valiosas es necesario que exista una cultura que las apoye en la sociedad, en las leyes y en la acción de los poderes públicos.

Es decisivo dejar sentado que la política de fomento del bien no se basa en la coerción, la discriminación, ni la penalización de las malas acciones sin víctimas, sino en el fomento de las acciones buenas. Toda esta política debe concebirse y aplicarse de acuerdo con el principio del daño. Sin daño a terceros no hay limitación.

5. La construcción o reconstrucción de las comunidades que dan vida a las instituciones socialmente valiosas, empezando por la familia, y desde la perspectiva de las virtudes.

6. La justicia ocupa un papel decisivo, y para ello es necesario afirmar siempre un principio general. No puede haber justicia sin hombres justos, al igual que no existe buena política sin políticos buenos, al igual que nadie corre una maratón sin estar entrenado para este fin. Creo que se han olvidado, ignorado o alienado principios básicos muy evidentes como el que acabo de formular.

7. De la mano de Aristóteles y de Alasdair MacIntyre, es necesario recordar que el enemigo fundamental de la injusticia es la avaricia, el deseo de obtener más de lo que te pertenece, de adquirir dinero sin límites, como fin o como medio para satisfacer otros deseos. La clave de la crisis actual está tan concentrada como pueda serlo este solo concepto: la avaricia. Cuando se legisla o actúa para establecer lo justo se producen constreñimientos y reacciones a los mismos. Pero si la acción emprendida es realmente justa esta reacción contraria solo nace de hombres poco virtuosos.

8. Porque solo nos hacemos justos como en todas las demás virtudes, realizando actos justos. La justicia requiere en gran medida de la inteligencia práctica, la phrónesis, a la que también conocemos como prudencia, que caracteriza al hombre político. Quien lo posee es capaz de apreciar cómo actuar rectamente en cada situación. La formación política debería fundamentarse antes que nada en el desarrollo de esta capacidad práctica.

9. En el contexto apuntado creo que puede resultar útil apuntar algunas políticas públicas generales.

a. El fomento y reforzamiento de la familia para conseguir la ecuación áurea de progreso económico y del bienestar a largo plazo está determinada por: (1) el matrimonio estable, como mínimo hasta el fin del periodo educativo del último hijo, con un óptimo situado en la muerte de uno de los dos cónyuges para maximizar el periodo de asistencia mutua. (2) La descendencia, con un promedio de 2,2 hijos por pareja. (3) La capacidad educadora de los padres, dependiente el capital social que a su vez es función de la estabilidad, la dedicación a los hijos, el capital cultural, y las creencias compartidas. (4) La capacidad de las restantes instituciones sociales para potenciar y realizar el capital humano aportado por las familias.

b. La construcción y reforzamiento de todo tipo de comunidades con el uso de políticas aplicadas del capital social, y del uso sistemático del principio de subsidiariedad.

c. La libertad y la calidad educativa. Toda iniciativa social debería poder realizar su proyecto educativo bajo condiciones de calidad y de acuerdo con unas obligaciones comunes, sin que ello estuviera condicionado por los mayores o menores ingresos. El cheque escolar, o el concierto, la práctica de la libertad de elección del modelo como en el sueco, son vías practicas para tal fin. Estimular las iniciativas de las comunidades, en forma de cooperativas, fundaciones, asociaciones de padres son fundamentales para obtener mejores resultados.

10. La regeneración democrática

Requiere de la educación del ciudadano en la práctica de las virtudes cívicas, sobre todo de la amistad civil. La amistad que tiene lugar entre los conciudadanos cuando éstos están de acuerdo sobre lo que les conviene y lo eligen, y llevan a la práctica. Como provengo del mundo político no se me escapa que tal afirmación puede resultar un tanto utópica, pero su significado es muy práctico. Se trata que la conciencia ciudadana empuje a que los partidos políticos busquen caminos de cooperación en lo necesario y de emulación en la propuesta y que los marcos institucionales y políticos favorezcan esta tendencia. Porque la amistad civil es un horizonte de sentido, un tensor de exigencia cotidiana, más que un estado final sólido y consolidado.

11. Una economía al servicio de las personas y sus comunidades, y esto obliga a políticas que se planteen la existencia de concepciones incompatibles de la justicia, como las ideas de “jornal justo” y “jornada justa”, y los argumentos a favor de que sea el mercado quien fije estas y otras cuestiones. También el papel de la economía en relación a los fines del ser humano, los límites de la pobreza, y desigualdad en la sociedad, y en el mundo. Y como una cuestión de máxima gravedad y urgencia, la supeditación de la economía financiera a la economía real y a las necesidades de las personas. Todo esto comporta cuestiones muy concretas y articuladas del tipo de como queremos el sistema de bienestar, sobre todo la sanidad y la educación, las pensiones y la atención a las personas dependientes y esto se relaciona a su vez con el sistema fiscal que tiene que sufragarlo de manera estable. Cuál es la recaudación necesaria y por qué vías, y eso admite diversas orientaciones, imposición directa o indirecta, tipos marginales máximos y escala de tipos, pero también el actual modelo sueco que implica preguntarse sobre la regulación o no, de los salarios mínimos y máximos, incluido todo tipo de bonos. Todo esto nos conducirá a considerar la solidaridad intergeneracional en términos de deuda pública, y en general de toda transferencia de costos o descapitalización hacia las generaciones futuras, así como la inversión a largo plazo, y lógicamente la sostenibilidad ambiental y la protección de la naturaleza.

Y esto es todo, una hora y media de intervención es mucho tiempo, y no soy especialmente ameno. Acepten mis excusas por ello, y permitan que termine con una breve poesía de Albrecht Haushofer, resistente alemán contra el régimen nazi, escrita en la prisión a la espera de ser fusilado en julio de 1944 y que forma parte de los Sonetos a Moabit.

“No me cuesta sufrir inculpación

por mi empeño en el plan preconcebido:

al mañana del pueblo he proveído

y no hay crimen: cumplí mi obligación

Mis culpas verdaderas otras son:

Tardanza en conocer mi cometido,

Y no llamar perdición a lo perdido

Me acusa el corazón de negligente

Por haberme dormido la conciencia

de engañarme a mi mismo y a la gente;

por sentir la avalancha de inclemencia

y no dar la voz de alarma claramente.

Todo eso si exige penitencia”

Muchas gracias por su atención.

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2 Comentarios. Dejar nuevo

  • Muy buena reflexión. Gracias!

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