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¿Hasta dónde llega la manipulación genética?

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Cada cierto tiempo, la manipulación genética vuelve a ocupar titulares: el cambio, no natural, de esa diminuta, pero fundamental parte del ser humano llamada ADN. Para algunos entusiastas de la tecnología y la biomedicina, representa la gran promesa capaz de librarnos de todas las enfermedades. Y no solo eso: aseguran que esa salvación está a la vuelta de la esquina. En el extremo opuesto, hay quienes demonizan estos avances, tachándolos de peligrosos y contrarios a la dignidad humana.

Pero la realidad, como casi siempre, es más compleja. Ni es tan negra como la pintan unos, ni tan rosa como la pintan otros. La manipulación genética exige una mirada amplia, abierta al progreso, pero sin renunciar a un sano espíritu crítico.

El cuerpo humano está formado por miles de millones de células. En el núcleo de cada una de ellas se encuentra el ADN, organizado en 23 pares de cromosomas. Un gen es simplemente un fragmento específico de ese ADN. En las últimas dos décadas, la genética ha avanzado a pasos de gigante, pero aún quedan muchas incógnitas por resolver. No es sencillo comprender un sistema donde interactúan miles de genes y millones de letras (nucleótidos) que conforman el genoma humano. Modificar un solo gen puede alterar múltiples interacciones celulares, con consecuencias difíciles de prever.

Es cierto que algunas enfermedades o síndromes se deben a la alteración de un solo gen. Pero muchas otras tienen un origen multifactorial, donde intervienen varios genes y factores ambientales. El síndrome de Down, por ejemplo, está causado por la presencia de cromosoma adicional —tienen tres cromosomas en lugar de dos—. Pero no todas las personas con síndrome de Down tienen esta alteración en todas sus células. ¿Qué ocurriría si, hipotéticamente, pudiéramos eliminar ese cromosoma extra? Podríamos generar errores: células que pierden el cromosoma equivocado, o consecuencias aún más graves. Este tipo de intervenciones no pueden tomarse a la ligera.

Además, es importante diferenciar entre enfermedades genéticas —con una base claramente identificable— y predisposiciones genéticas, que solo aumentan la probabilidad de desarrollar una enfermedad en determinadas circunstancias. Estas últimas dependen también del ambiente, del estilo de vida, del metabolismo… En definitiva, de un sinfín de variables que nos obligan a ser prudentes. Avanzar, sí, pero siempre guiados por el principio de precaución. El progreso científico no debe estar reñido con la ética.

Otro aspecto clave es el tipo de células sobre las que se actúa.

Existen dos grandes categorías: las células somáticas y las células germinales. Las primeras constituyen la mayor parte del cuerpo humano (piel, músculos, huesos, etc.) y su modificación afecta solo al individuo tratado. Las segundas —óvulos y espermatozoides— son las responsables de la herencia genética. Modificar una célula germinal implica alterar no solo a una persona, sino a sus futuros descendientes. Por eso, la intervención sobre estas células es considerada una “línea roja” por la mayoría de la comunidad científica y bioética. No es simplemente una cuestión técnica: es un dilema que afecta al núcleo mismo de lo que somos como especie.

Y, sin embargo, todo esto ya no pertenece al terreno de la ciencia ficción. Hoy contamos con herramientas como CRISPR-Cas9, una especie de “copia y pega” genético que permite modificar el ADN con gran precisión. Se trata de una tecnología revolucionaria, con enorme potencial terapéutico. Pero también es un poder que debe manejarse con sumo cuidado.

Como bien dijo el tío Ben a Peter Parker (más conocido como Spider-Man): «Un gran poder conlleva una gran responsabilidad».

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