En los últimos años, el debate sobre la conquista de América ha vuelto con fuerza a la esfera pública. Presidentes que exigen disculpas oficiales, monumentos derribados, estatuas vandalizadas —desde Colón hasta incluso Cervantes— y discursos que presentan el pasado como un “genocidio” perpetrado por España. Lo que está en juego ya no es únicamente la interpretación de la historia, sino la construcción de identidades colectivas y la relación entre países hermanos.
Una conquista violenta, pero no de exterminio
Es innegable que la llegada de los españoles a América supuso violencia, guerras y sometimiento de pueblos enteros. Pero el mayor impacto fue demográfico: las epidemias de viruela, sarampión y gripe arrasaron poblaciones sin defensas inmunológicas. Algunos cálculos hablan de caídas del 70% al 90% en ciertas regiones, especialmente en las Antillas, donde las comunidades indígenas desaparecieron en pocas generaciones.
Sin embargo, sería injusto reducir todo a una lógica de exterminio planificado. La Corona española no concibió su expansión como eliminación total del indígena, sino como incorporación —forzosa, sí— a la estructura imperial. El mestizaje, la evangelización, las encomiendas y las reducciones son prueba de un modelo paternalista, a menudo abusivo, que veía a los indígenas como “menores de edad” pero nunca como seres a eliminar. No por casualidad, hoy en países como México, Bolivia, Perú o Guatemala la mayoría de la población es mestiza o indígena, y conserva vivas lenguas, tradiciones y formas de vida ancestrales.
Hispanoamérica frente al modelo anglosajón
El contraste es claro si se compara con la colonización anglosajona en Norteamérica. Allí la lógica fue distinta: expulsión, segregación y confinamiento en reservas. El mestizaje fue mínimo, y los pueblos originarios quedaron marginados hasta convertirse en minorías residuales.
La herencia española, con todas sus luces y sombras, dio lugar a sociedades mestizas, con una identidad híbrida que hoy constituye una riqueza cultural sin parangón. En cambio, en Estados Unidos y Canadá los pueblos indígenas apenas participan en la construcción de la identidad nacional.
El indigenismo radical y la memoria en disputa
En este contexto, los discursos indigenistas que se han reavivado en América Latina buscan releer la historia en clave de “genocidio”. Se trata de un relato cargado de resonancias políticas: exaltar el resentimiento frente a España, proyectar en el pasado la causa de problemas presentes y ganar legitimidad en el terreno ideológico.
Los gestos simbólicos no son menores: derribar estatuas de Colón, de Cortés o incluso de Cervantes (que nada tuvo que ver con la conquista), es un modo de “reescribir” la historia desde una perspectiva que simplifica los hechos y olvida la complejidad. La polémica entre España y México por la petición de perdón de López Obrador ilustra hasta qué punto la historia sigue siendo terreno de disputa diplomática.
Juzgar el pasado sin anacronismos
Esto no significa idealizar el pasado. Hubo explotación, abusos y violencia. Pero también hubo un marco jurídico —las Leyes de Indias— que reconocía derechos a los indígenas, y voces proféticas como Bartolomé de las Casas o Francisco de Vitoria, que alzaron la palabra en defensa de la dignidad humana. España fue el único imperio que, en pleno siglo XVI, debatió públicamente sobre la legitimidad de su propia conquista.
El riesgo de las lecturas simplistas es juzgar con categorías actuales procesos históricos complejos. La historia no puede convertirse en arma política ni en campo de batalla para sembrar divisiones. Lo verdaderamente fecundo es reconocer que la identidad iberoamericana es fruto de un mestizaje profundo, que ni niega las heridas ni desprecia los logros.
Conclusión: una memoria compartida
Ni glorificación acrítica ni demonización radical. Lo que hoy necesitamos es una memoria reconciliada, capaz de reconocer los errores, valorar los aportes y, sobre todo, mirar hacia adelante desde una herencia común. España y América Latina están unidas por lazos de lengua, cultura, fe e historia que no se pueden borrar derribando estatuas.
El verdadero desafío no está en reabrir heridas con discursos indigenistas de resentimiento, sino en hacer de esa historia compartida una oportunidad para construir juntos un futuro de cooperación y fraternidad.
Twitter: @lluciapou
Lo verdaderamente fecundo es reconocer que la identidad iberoamericana es fruto de un mestizaje profundo, que ni niega las heridas ni desprecia los logros Compartir en X









