Cada 18 de octubre, la Iglesia Católica celebra con gozo la fiesta de San Lucas, evangelista y autor del tercer Evangelio y del libro de los Hechos de los Apóstoles.
Discípulo y compañero de San Pablo, Lucas ha pasado a la historia como el “médico amado” (cf. Col 4,14), el cronista de la ternura de Dios y el evangelista que más destacó la misericordia divina reflejada en Cristo. Sin embargo, pocos saben que este santo también es considerado patrono de los carniceros. ¿Cómo se explica esta sorprendente relación entre un médico, escritor sagrado y un oficio tan terrenal como el de la carnicería?
La clave se encuentra en un símbolo: el buey alado.
Desde los primeros siglos del cristianismo, la tradición ha asociado a cada uno de los cuatro evangelistas con una figura particular: Mateo con un hombre alado, Marcos con un león, Lucas con un buey, y Juan con un águila. Estas imágenes se inspiran en la visión profética de Ezequiel (Ez 1,10) y en el Apocalipsis (Ap 4,7), donde aparecen cuatro seres vivientes que representan las dimensiones del misterio de Cristo.
El buey, símbolo del sacrificio y la fidelidad
¿Por qué un buey para San Lucas? Según los Padres de la Iglesia, como San Ireneo de Lyon, el Evangelio de Lucas inicia con la escena del sacerdote Zacarías ofreciendo un sacrificio en el templo (Lc 1,8-9). En la mentalidad judía, el buey —animal fuerte y paciente— estaba íntimamente ligado al culto y al sacrificio. Además, en el Evangelio de Lucas aparece la parábola del hijo pródigo, en la que el padre manda sacrificar el ternero cebado para celebrar el regreso del hijo (Lc 15,23).
De este modo, el buey se convierte en símbolo de Cristo sacerdote y víctima, aquel que se entrega por amor en sacrificio por la salvación del mundo.
En ese contexto, la relación entre San Lucas y los carniceros cobra un nuevo sentido: si estos trabajan con el sacrificio del animal, Lucas narró con profundidad el sacrificio redentor de Cristo, el Cordero de Dios.
El buey no solo representa el aspecto sacrificial de la obra de Lucas, sino también el trabajo en equipo y la fidelidad. Los bueyes suelen trabajar unidos bajo un mismo yugo, y Lucas, junto a San Pablo, formaron un tándem inseparable en la misión evangelizadora.
Hay algo profundamente apropiado en este simbolismo del yugo aplicado a San Lucas, el compañero y querido médico de San Pablo. Ser ‘yugado’ a Pablo no debió de ser fácil, con naufragios, persecuciones y fatigas; sin embargo, su amor y lealtad se reflejan en el cuidado con que relató la vida del apóstol en los Hechos.
El evangelista de la misericordia y la humanidad de Cristo
San Lucas no solo fue un cronista fiel, sino un teólogo de la misericordia. A él debemos parábolas tan entrañables como la del Buen Samaritano, el Hijo Pródigo o el rico Epulón y el pobre Lázaro. Su pluma nos muestra el rostro humano y compasivo de Jesús, aquel que se acerca a los pecadores, a los enfermos, a las mujeres y a los pobres. No en vano, la tradición sostiene que Lucas escuchó directamente los testimonios de la Virgen María, y que gracias a él conocemos episodios tan íntimos como la Anunciación o la visita de María a Isabel.
Más que un patrono: un modelo de servicio
Aunque no existen pruebas de que San Lucas haya ejercido como carnicero, su asociación con el buey alado lo convirtió con el tiempo en patrono de los carniceros y ganaderos, junto a otros santos que comparten esta advocación. Sin embargo, detrás de este patronazgo hay una enseñanza espiritual más profunda:
Lucas nos invita a vivir la fe como un trabajo constante y sacrificado, como un servicio humilde pero lleno de amor, tal como el buey que ara sin descanso el campo del Señor.
San Lucas nos recuerda el valor del esfuerzo paciente, del compromiso silencioso y del amor fiel. Su vida y su Evangelio siguen siendo testimonio de que la verdadera grandeza está en servir y dar la vida por los demás, como lo hizo Cristo, el sacrificio perfecto.










