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Ser distinto, ser carne de cañón

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El bien y el mal se entremezclan en el corazón de los hombres y las mujeres que en todas las épocas pueblan este planeta, sean niñas, niños o adultos. Todos queremos ser vistos y reconocidos como lo que somos. Es justo que así sea, puesto que el primero que lo conserva es Dios Creador nuestro al crearnos y mantenernos en vida. Él nos respeta la libertad, incluso con su vida (lo ha demostrado Jesús en su Cruz), y nos la respetará hasta nuestra muerte.

El precio de ser distinto en un mundo de guirlache es ser señalado. Está bien que todos seamos distintos. El problema surge cuando uno se cree que es el único (él y los suyos) que merece serlo. En rigor, sería carne de psicólogo, pero son pocos hoy los que se dirigen a una terapia con corazón ansioso de verdad, y los más se escaquean del cometido al que los cita la vida de poner orden y solución en sus mentes y en sus vidas.

Eso sí, son todos esos piltrafas muy prontos a difamar al humano de bien que se pone en manos de un profesional para reordenar su mundo personal, familiar y social, muchas veces en desorden a causa precisamente de aquellos intocables seres “perfectos” que lo señalan. Es aquello que rezaba un tuit un día en el anterior Twitter (actual X), y que me parece que cité aquí un día de hará dos años: “−Papá, ¿los que tienen problemas van al psicólogo? −No, hijo, no. Problemas tenemos todos. Al psicólogo van los que quieren arreglarlos”.

No te rías, hermano, mi hermana del alma. Son muchos hoy día los que pretenden sin ascendencia ni aptitud arreglar el mundo del hermano cuando deberían empezar por arreglar el suyo. La epidemia de las separaciones y divorcios es un buen termómetro que nos indica el estado de salud del mundo en que vivimos, en el cual pareciera que el amor ha desaparecido del mapa. Y sin amor, el mundo se sume y se sumirá más en el caos. Ese caos que generan esos “iluminados” que se creen en posesión del derecho de imponer su estrecho punto de mira al prójimo que ya tiene suficiente con salir adelante como todo hijo de vecino, que solo le falta tener que justificar su actitud ante el impostor que insiste en robarle el alma.

Ser o no ser

Empecemos por el principio. ¿Quién es el enfermo? ¿El que trata de vivir como puede, o el que obliga a vivir como se le antoja? ¿Está en posesión de la Verdad el que busca con rigor y benignidad salir de su laberinto, o el que encierra al desdichado en la cárcel que el carcelero se inventa, solo por sentirse “carcelero”? Resultará que el andrajo que trata de someter al hermano es, por derecho propio, el psicólogo social, familiar e individual, solo porque “siente” que lo que deberías hacer es lo que él te dice, te satiriza y te impone, como si por ser distinto de lo que él ve ya fueras carne de cañón para todas sus correrías.

Basta que abras los ojos con la mano en el corazón, hermano, mi hermana del alma, para que lo que ves sea lo que es, o al menos, para que no le vomites a tu vecino esas pullas sarcásticas que sientes que, enredado en tus propias neuras, te corroen el corazón, y por ello las proyectas en tu hermano. ¡Eres un manipulador, que pretendes prevalecer sobre todo el orbe! ¿No te das cuenta de que te renombras “profesional cárnico” solo por ser carnicero? Eso es, como aquel que es contable, y proclama que es economista. ¿Eres tú más que el psicólogo que con mano sabia guía a tu hermano, mientras tú lo que haces es clavarle −con tu mano− la espada? ¡Te cargas, así, su mundo y el tuyo!

Los hay muy cucos ellos, y para todos los gustos. Esos pretenciosos que se creen Superman van por el mundo reclamando “¡quiero nivel!”, cuando no han hecho más que salir del huevo y quedarse fritos. Como ese carnicero que aducimos, no han movido en su vida más que cuchillos y mazos, ¡y me vienen ahora con que quieren ser… hasta políticos! Quieren el mundo a sus pies, y, si no les dejas ponérselo, te clavan el dardo, ya no eres de los suyos. Ese es el precio a pagar por ser distinto, y más si eres íntegro.

En realidad, les sucede como rezaba esa publicidad convertida en pretendido artículo de fondo: “La mayoría de suplementos no mejoran tu estado de ánimo, pero este podría hacerlo”. ¡Y muchos se lo tragan como artículo, primero, y como suplemento, después! ¿No advierten cómo el titular les está vendiendo humo? Solo falta que te vengan con esos prejuicios de clase (alta, media o baja), de envidias (el “tener o no tener” que priva hoy, además del ser) y de superioridad fingida a golpe del cincel con que a todos nos abren en canal cuando se nos acercan a modo de aquellos especialistas suicidas que admiran en las producciones de Hollywood. ¡Pero cuanto pollo anda hoy suelto, pretenciosos y pretenciosas de fajín!

Para acabar concretando, recalquemos cómo, de hecho, siendo tú un hombre muy hombre, esa mujer que te pretende, después de tratar de seducirte durante años, cuando acaba por abandonar el intento, para tranquilizarse se dice y hasta pavonea en público: “La vida es dejar lo que para ti ya no es importante para ser”. ¿Por qué? ¡Porque no puede ser! ¡Para ella eres más importante que nunca, pero no puede poseerte, y ahora así pretende ignorarte! Así acabarás tú, hermano, mi hermana del alma, si sigues proyectando tus fantasmas en todo aquel que se niega a ponerse en tu punto de mira… para evitar ser tu carne de cañón. ¿No haces tú lo mismo? ¿Por qué él, y no tú?

Twitter: @jordimariada

−Papá, ¿los que tienen problemas van al psicólogo? −No, hijo, no. Problemas tenemos todos. Al psicólogo van los que quieren arreglarlos @jordimariada Compartir en X

 

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