Coincidiendo con el 60º aniversario de la declaración conciliar Gravissimum Educationis y en el marco del Jubileo de la Iglesia de 2025, la semana pasada Roma se convirtió en el corazón del mundo educativo con la celebración del Jubileo del mundo educativo, bajo el lema “Constelaciones de esperanza”. Aquel documento del Concilio Vaticano II recordaba que la verdadera educación «tiene por objeto la formación de la persona humana en orden a su fin último», una afirmación que hoy recupera toda su fuerza.
En torno a esa idea se articularon los trabajos del Congreso Internacional que acompañó el Jubileo y, de modo muy especial, los discursos del Papa León XIV, quien invitó a los educadores a “diseñar nuevos mapas de esperanza”, título de la carta apostólica que el Papa presentó en el marco del Jubileo con ocasión del LX Aniversario de la Declaración Conciliar.
El Papa quiso ofrecer, en este contexto, una brújula para el futuro de la educación cristiana.
El Papa quiso ofrecer, en este contexto, una brújula para el futuro de la educación cristiana. En un momento histórico marcado por el desencanto y la fragmentación cultural, su magisterio ha propuesto un itinerario que no se mide en reformas curriculares o tecnológicas, sino en profundidad humana. La educación —dijo— está llamada a redescubrir la interioridad, a colocar nuevamente en el centro a la persona concreta, irrepetible, que aprende y enseña. No basta con mejorar los medios, si se pierde el sentido, insistió el Papa.
La novedad del mensaje pontificio: recuperar la interioridad
Entre los muchos acentos de su discurso, el que más novedoso puede resultar en la comunidad educativa ha sido el llamamiento a cultivar la interioridad. No se trata de una apelación espiritualista o intimista, sino de una convicción profundamente pedagógica: solo quien es capaz de habitar su propio interior puede aprender verdaderamente.
Vivimos en una sociedad hiperconectada, saturada de estímulos externos. Las pantallas, los teléfonos móviles, las notificaciones constantes y la avalancha de contenidos digitales han colonizado el espacio de la atención tanto en los alumnos como en los maestros, mutilando gravemente nuestra capacidad de profundización. Este entorno de ruido permanente impide el silencio, la reflexión y la escucha interior. Todo se vuelve reacción inmediata, consumo rápido, experiencia superficial.
Si las relaciones educativas entre las personas implicadas se terminan asemejando al flujo caótico de las redes, no habrá lugar para el asombro, ni para la contemplación, ni para ese diálogo interior
En estas condiciones, la educación corre el riesgo de perder su hondura. Si las relaciones educativas entre las personas implicadas se terminan asemejando al flujo caótico de las redes, no habrá lugar para el asombro, ni para la contemplación, ni para ese diálogo interior —de corazón a corazón— que constituye la esencia de toda relación educativa auténtica. La interioridad, por tanto, no es un lujo ni una cuestión secundaria: es el primer requisito para que pueda darse la verdadera educación, que consiste en una comunicación profunda, y en ese sentido interior, entre maestro y alumno.
El Papa recordó que el verdadero Maestro habita dentro. Esa afirmación encierra una de las claves más fecundas para repensar la educación contemporánea. El conocimiento no se transmite solo por medio de palabras o dispositivos; se comunica cuando dos interioridades se encuentran. Por eso, toda pedagogía del futuro deberá ser también una pedagogía del silencio, de la pausa, de la atención plena, donde la palabra recupere su peso y el encuentro humano su densidad. Una propuesta completamente contracultural.
La centralidad de la persona frente a la tecnocracia educativa
El discurso pontificio constituye también una crítica lúcida a la deriva tecnocrática de la educación actual. La obsesión por la medición, la estandarización y la burocracia ha desplazado al sujeto educativo de su propio centro. En nombre de la eficacia y la innovación, se corre el riesgo de reducir la enseñanza a procesos impersonales, en los que el estudiante es tratado como un producto y el docente como un ejecutor.
Frente a ello, León XIV, que recordó que él también ha tenido experiencia docente en el seno de la orden agustiniana, ha subrayado que toda auténtica renovación educativa debe comenzar por devolver a la persona su dignidad central. El ser humano no es un medio del sistema, sino su fin, afirmó el Papa. La educación no puede limitarse a producir competencias, sino que debe enseñar a vivir.
Educar para la paz: mapas de esperanza en un mundo dividido
La carta apostólica Diseñar nuevos mapas de esperanza desarrolla esta misma intuición desde una perspectiva global. León XIV presenta la educación como una auténtica obra de paz, una tarea civilizadora que no se agota en transmitir conocimientos, sino en reconciliar a las personas y a los pueblos. La paz no se construye en los tratados ni en las instituciones internacionales, sino en el interior del alma y en las aulas donde se aprende a mirar al otro como un hermano, escribió el Papa.
Educar para la paz significa enseñar a pensar sin odio, a dialogar sin miedo, a reconocer la dignidad del otro incluso cuando piensa distinto. En un contexto mundial dominado por la polarización, la violencia verbal y la desconfianza mutua, la enseñanza católica está llamada a ser un taller de fraternidad.
Interioridad, unidad, amor y alegría: los cuatro puntos cardinales de la brújula educativa
Además de la Carta Apostólica, el Papa León XIV dirigió personalmente a los educadores unas palabras durante la Audiencia celebrada en el marco del Jubileo del mundo educativo. En su alocución, el Santo Padre dibujó una nueva brújula para la educación, con cuatro puntos cardinales: “interioridad, unidad, amor y alegría”. En ellas quiso ofrecer un marco de trabajo práctico, un auténtico programa educativo que inspire a los docentes en su misión cotidiana y a las instituciones en su renovación profunda.
- “La interioridad”: insistía el Papa en que todo proceso formativo comienza en el reconocimiento de uno mismo; que aprender exige silencio interior, discernimiento y encuentro.
- “La unidad”: invita a superar la fragmentación del saber, de los equipos docentes, de las etapas educativas y de la propia vida interior del alumno. Educar es integrar, no dispersar.
- “El amor”: es la condición de posibilidad de todo acto educativo: sólo se enseña lo que se ama y sólo se aprende de quien ama lo que enseña. La educación es, ante todo, un acto de donación.
- “La alegría”: representa el fruto de ese proceso: la alegría del conocimiento compartido, del crecimiento personal, de la esperanza que nace cuando el alumno descubre que aprender es una forma de amar la vida.
Si la persona vuelve a ocupar el centro, todo lo demás encuentra su lugar.
Estos cuatro pilares no constituyen un programa más, sino una visión antropológica que exige revisar profundamente la cultura escolar: desde la formación de los docentes hasta la organización institucional, pasando por los métodos pedagógicos y la evaluación. Si la persona vuelve a ocupar el centro, todo lo demás encuentra su lugar.
La Comisión Episcopal de Enseñanza: una constelación al servicio de la comunión educativa
Entre las delegaciones nacionales presentes en Roma, destacó de manera especial la de la Comisión Episcopal para la Educación y la Cultura de la Conferencia Episcopal Española, que organizó una intensa agenda de actividades en el corazón del Jubileo. La comisión presidida por D. Alfonso Carrasco Rouco, obispo de Lugo, estuvo presente en el congreso internacional celebrado en el Auditorium Conciliazione y participó en la muestra Constelación de redes educativas, instalada en la Sala Pío X.
Asimismo, la delegación española, que pasó unida por la Puerta Santa, participó en la Eucaristía presidida por Mons. Alfonso Carrasco Rouco en el altar de la Cátedra de San Pedro. La Santa Misa fue precedida por una sesión extraordinaria del Consejo General de la Iglesia en la Educación, un novedoso espacio de diálogo entre las diversas realidades educativas en España. Culminó la jornada con un encuentro fraterno que simbolizó la comunión de los miembros del Consejo con los integrantes de la Comisión Episcopal.
Su trabajo paciente, integrador y fecundo la ha convertido en una de las comisiones de enseñanza más avanzadas de la Iglesia universal
Esta amplia presencia coordinada ha puesto de manifiesto el dinamismo de una comisión que, en los últimos años, ha sabido tejer una auténtica constelación de instituciones, movimientos, colegios y universidades, conectándolos en un marco de encuentro, presencia, escucha y reflexión compartida. Su trabajo paciente, integrador y fecundo la ha convertido en una de las comisiones de enseñanza más avanzadas de la Iglesia universal, referente de una nueva etapa de comunión educativa que ya está dando abundantes frutos.
Conclusión: hacia una educación verdaderamente humana
En un tiempo en que las escuelas parecen llenarse de medios, pero vaciarse de sentido, la palabra del Papa León XIV resuena como una orientación profética: sin interioridad no hay educación verdadera, sin persona no hay futuro educativo. Recuperar la centralidad del hombre interior —ese espacio donde el alumno se encuentra con la verdad y con los demás— es hoy una tarea urgente para toda institución educativa. Porque solo cuando la educación vuelve a ser un acto de amor y de esperanza, vuelve también a ser verdaderamente humana.
En un tiempo en que las escuelas parecen llenarse de medios, pero vaciarse de sentido, la palabra del Papa León XIV resuena como una orientación profética #lPapaLeónXIV Compartir en X











