Durante más de tres años, el sacerdote Jasson Sempertigue acompañó de cerca al cardenal Robert Prevost, hoy Santo Padre León XIV, conviviendo con su estilo de trabajo, su carácter y su manera de relacionarse con quienes colaboraban directamente con él. En esta conversación con Forum Libertas, el padre Jasson explica qué ha significado para él ese tiempo, qué aprendió del Papa y cómo esas experiencias siguen marcando hoy su vida sacerdotal.
¿Cómo conoció usted al entonces monseñor Robert Prevost y cuáles fueron sus primeros encuentros con él?
Yo conocí al Papa cuando llegó a Chiclayo a ser obispo, en noviembre de 2014. En ese momento yo era diácono. Al año siguiente me ordenó sacerdote, junto a otros compañeros, el 29 de agosto de 2015, fiesta del martirio de San Juan Bautista.
Después me envió a una parroquia. A los cuatro meses me llamó. Yo iba a dar la comunión a una señora y me llamó un número desconocido; no le hice caso. Luego devolví la llamada y dije: “Lo siento por no haberte contestado, pero estaba llevando la comunión a una persona y no podía responder”. Y la persona al otro lado del teléfono me dijo: “Bueno, perdona por haberte interrumpido. Soy el Obispo. Te llamo porque te quería pedir dos favores. El primero, que guardes mi número. Y el segundo, que me han dicho que tú puedes ser mi secretario. Si quieres venir, yo te espero aquí en el Obispado”. Y le respondí: “Sí, monseñor, encantado”.
A la semana siguiente comencé en el Obispado y estuve con él allí como su secretario personal desde enero de 2016 hasta septiembre de 2019, cuando me envió a estudiar a Roma. De 2019 a 2021 no tuvo secretario; estuvo sin secretario y yo le ayudaba como podía desde Roma.
¿Cómo vivió esos primeros años de trabajo como secretario personal? ¿Qué anécdotas le permitieron generar confianza y cercanía?
Tuve muchas anécdotas. Una de las primeras fue que, a los pocos días, él me pidió que lo llevara a una parroquia. Me dijo: “¿Me podrías llevar a una parroquia para celebrar esta Eucaristía?”. Y yo le contesté: “Sí, monseñor, pero no sé conducir”. Y me dijo: “¿Cómo no sabes conducir? Ya tienes 25 años, eres sacerdote y ¿cómo no sabes conducir?”. Yo le respondí: “Nunca he aprendido”. Entonces le dije: “Pero si usted me enseña, yo aprendo”. Y él me dijo: “Sí, yo te voy a enseñar”.
El Papa me enseñó a conducir. Íbamos a una explanada en las afueras de Chiclayo y allí practicábamos. Fue entonces cuando me enteré de que había sido instructor de autoescuela.
Más allá del trabajo, ¿cómo era la vida cotidiana en el Obispado con él?
La vida en familia era muy importante. En Chiclayo vivían tres sacerdotes y el Obispo, es decir, cuatro. Pero él formó una comunidad más grande y trajo a más sacerdotes: éramos ocho. Él decía que nunca había vivido solo y que no le gustaba vivir solo. Rezábamos los laudes a las 7:30; todos llegábamos corriendo, y él siempre era el primero.
Después de la comida íbamos a la capilla a rezar y luego teníamos la tertulia: fútbol, tenis, béisbol. Yo me quedaba dormido viendo el béisbol, pero él lo disfrutaba. Por las noches veíamos una película o una serie. Si él llegaba tarde de alguna parroquia, llamaba diciendo: “No empecéis el capítulo sin mí”.
Eso te hace sentir al Obispo como un padre, como un hermano. Ves la fraternidad.
¿Qué recuerdos personales conserva de su cercanía humana y espiritual?
Recuerdo cuando descubrí su devoción a Santa Rita. Tenía un cofre en su mesa y lo abría y lo cerraba. Yo, con confianza, un día le pregunté: “¿Qué tiene aquí?”. Y me dijo: “Deja a Santa Rita”. Y me explicó su devoción. Le pedía muchas cosas.
También me dejaba ayudarle a ordenar su despacho. Me decía que quería tenerlo como el mío. Tuvo muchos detalles conmigo. Una vez, saliendo de una reunión importante, me prestó un proyector que yo necesitaba para catequesis, diciéndome: “Porque eres mi secretario te lo presto”.
¿Cómo fue volver a verle ya como Papa en Roma?
Yo le escribí al llegar y me respondió: “Gracias por venir a Roma. Busco un momento para que podamos encontrarnos”. Y su secretario me dijo: “Dice el Papa que vengas mañana a las 5”. Fui a su casa y estuve con él una hora y media. Verle vestido de blanco es otra experiencia.
Le recordé que yo tenía todos sus discursos de cuando era obispo, porque él no guardaba nada. Dijo: “Mándamelo todo”. Se lo di y lo entregó para la causa de los santos.
Además, en esa visita me firmó una foto. Le conté que había querido regalarle un solideo, pero no encontré ninguno. Y él me regaló el primero que usó, pues le quedaba grande. Me lo firmó. Yo no sabía qué hacer con él, pero me dijeron: “Ni se te ocurra regalarlo”.
También vivió encuentros con él junto a grupos de jóvenes y de su parroquia. ¿Cómo fueron esos momentos?
Cuando fui con mis jóvenes, el Papa nos abrió la puerta del Palacio del Santo Oficio. Bajó al patio de San Dámaso. Estuvimos una hora con él. Le cantaron una canción, le hicieron preguntas, se tomaron fotos. Los jóvenes estaban petrificados.
Luego, el 10 de septiembre, fui con 80 personas. Después de la audiencia nos recibió en el aula Pablo VI. No podía saludar a todos, pero dio la bendición, recibió numerosos regalos, tenía casi diez cosas en cada mano. Estaba muy contento.
Después de todo lo que ha vivido junto al Santo Padre, de tantas anécdotas y tantos momentos durante su tiempo como secretario, ¿qué es lo que más le ha marcado en su ministerio sacerdotal actual? ¿Qué enseñanzas se lleva de esos años?
Bueno, muchas, pero ahora que me preguntas, yo creo que la confianza. Para mí ha sido muy fuerte descubrir a una persona que se fía de sus colaboradores, y que se fía hasta el punto de que no te pone en duda tu trabajo. Eso marca mucho, porque no te impone un estilo, no te impone su estilo jamás. Respeta tus opiniones, dialoga mucho y luego hasta cuenta con tus sugerencias.
Eso, personalmente, a mí me ha ayudado muchísimo. De alguna manera te hace sentir a la par; no te hace sentir como que estás por debajo o como que estás simplemente ejecutando cosas. Sientes que estás con él, que colaboras con él, que trabajas con él. Y eso, aunque sea el obispo, aunque sea el Papa, se nota. Yo creo que sus colaboradores lo apreciarán mucho, porque trabajar con él termina siendo muy agradable justamente por eso: porque te hace sentir muy a gusto, muy acompañado.
Y luego, pues claro, también está la otra parte. De vez en cuando, cuando hay cosas que realmente él considera que no están bien, te lo dice. Pero lo hace con mucha franqueza, con mucha plenitud. Si hay algo que él siente que no está bien, te lo pregunta inmediatamente. No quiere quedarse con cosas pendientes, las resuelve. Y eso también me ha parecido muy importante. Él quiere vivir la comunidad y la fraternidad a plenitud, y cuando hay algo que destruye la unidad por algún motivo, él sufre. Lo vive, y busca resolverlo.
Y lo resuelve hablando, dialogando, llamándote aparte y conversando. Para un sacerdote joven, descubrir que tienes esa oportunidad —la oportunidad de hablar, de aclarar, de resolver las cosas directamente— es muy importante. Te enseña que la vida comunitaria no se cuida sola, sino que se trabaja desde la verdad, desde la cercanía y desde la sinceridad.Si me tengo que quedar con algo, me quedo con esa confianza y con esa manera tan clara y tan fraterna de relacionarse.
Por lo que comenta, todo esto que nos ha ido transmitiendo el Papa sobre la unidad, la comunidad, el diálogo… parece algo muy propio de él desde siempre. ¿Diría que esa forma de actuar nace de su modo de ser más profundo y que ahora también se proyecta en su ministerio actual?
Sí, es muy importante eso. Para él, el tema de la unidad no es una unidad superficial. Y no es una unidad solamente en lo que él piensa, sino que es la unidad de comunión, de familia. Y no solamente hasta el punto en que todos se sientan a gusto, sino que es una unidad que trasciende todo eso. Una unidad real en Cristo.
Es como: vamos a unirnos rezando, vamos a unirnos compartiendo la vida, vamos a unirnos haciendo aventuras. Y cuando digo aventuras, lo digo literalmente. Yo, como joven, le he propuesto cosas que él, con 50 o 60 años, las ha hecho. Y ahora, cuando las veo, digo: “Ni mi padre quería hacerlas conmigo. Y lo ha hecho el Obispo”. Entonces sí, de estas cosas uno también aprende. Porque él no vive la unidad solo como idea: la vive desde la entrega, desde compartir, desde no tener miedo de entrar en la vida del otro.
Ese deseo constante de unidad lo lleva dentro. No es algo que solo enseña, es algo que vive. Y yo pienso que eso es lo que ahora él mismo traslada también a lo que es el bautizado, a la comunidad cristiana en general, a todo aquel que se encuentra en su camino pastoral. Él cree en la unidad desde dentro, en una unidad que nace del corazón, que busca siempre el bien de todos y que nunca se queda en la superficie.










