La figura de San Esteban, primer mártir de la Iglesia que hoy celebramos, siempre ha estado envuelta en un aura de luz y misterio. Los Hechos de los Apóstoles nos ofrecen un retrato vibrante: un discípulo “lleno de gracia y de poder”, capaz de obrar prodigios y de silenciar a sus adversarios por la fuerza del Espíritu (Hch 6, 8-15).
Ese mismo fulgor que hacía brillar su rostro “como el de un ángel” durante su defensa ante el Sanedrín lo condujo al martirio, tras proclamar la visión del Hijo del Hombre a la diestra del Padre.
Pero una vez que las piedras acallaron su voz, comenzó una pregunta que ha sobrevivido veinte siglos: ¿dónde reposan realmente sus restos?
La sorpresa de Ramala
En 2014, un hallazgo en Ramala reavivó la cuestión. En unas excavaciones dirigidas por investigadores palestinos e israelíes, emergieron los restos de un monasterio y una basílica bizantina. Lo verdaderamente sorprendente fue una inscripción griega que afirmaba que aquella iglesia fue construida “en honor de San Esteban, enterrado aquí el año 35”.
Si la afirmación fuera confirmada, estaríamos ante una de las localizaciones más antiguas relacionadas con el protomártir. El sitio es conocido como Khirbet al Tireh, o también Kafr Ghamla, nombre que introdujo otra interrogante inesperada: ¿quién fue ese Ghamla, presentado como guía espiritual de Esteban?
¿Ghamla… o Gamaliel? La sombra del maestro fariseo
La arqueología no conoce a ningún “Ghamla” en relación con Esteban. Pero los expertos apuntan a un nombre muy cercano: Gamaliel, figura de enorme peso en el judaísmo del siglo I. Hechos lo presenta como un miembro respetado del Sanedrín, defensor de los apóstoles (Hch 5, 34-39) y maestro del propio Pablo (Hch 22, 3).
Algunas tradiciones antiguas —no incorporadas oficialmente a la doctrina, pero muy extendidas en Oriente— sostienen que Gamaliel pudo convertirse secretamente al cristianismo y que habría protegido clandestinamente a los primeros seguidores de Jesús.
Incluso se sugiere que estuvo presente en el entierro de San Esteban y que facilitó que su cuerpo fuera trasladado de Jerusalén a su lugar de origen.
Lo llamativo es que este relato coincide con otro episodio conservado en las crónicas del siglo V, que sitúan el descubrimiento de las reliquias de Esteban no en Ramala, sino en Cafargamala, a 36 kilómetros de Jerusalén.
El sueño del sacerdote Luciano
Cuenta la historia que un sacerdote llamado Luciano en Cafargamala, hacia el año 415 tuvo una visión nocturna en la que un anciano venerable —a quien luego identificó como Gamaliel— le pidió que informara al obispo de Jerusalén sobre la ubicación de las tumbas de “siervos de Cristo”. Tras insistentes visiones, Luciano obedeció, y en presencia de varios obispos se habrían hallado tres cajas con restos sagrados: entre ellos, los de San Esteban.
La narración asegura que al abrir el féretro del mártir, la tierra tembló, brotó un aroma celestial, y 73 fieles fueron curados.
Parte de las reliquias quedó en Cafargamala; otra parte viajó a Jerusalén.
Este traslado se realizó el 26 de diciembre, razón por la cual la Iglesia celebra en esa fecha la fiesta litúrgica de San Esteban, inmediatamente después de la solemnidad de Navidad.
Un periplo fascinante aún por descifrar
Las reliquias no permanecieron quietas: pasaron por Constantinopla, por iglesias dedicadas al diácono Lorenzo y al propio Esteban, e incluso una tradición localiza su mano derecha en la Laura de San Sergio, cerca de Moscú.
El hallazgo de Ramala abre la posibilidad de que, tras los saqueos medievales de Jerusalén, algunas reliquias fueran ocultadas allí para preservarlas. Sin embargo, todavía no hay certeza definitiva.
Los trabajos arqueológicos continúan y podrían extenderse durante varios años. Tal vez, cuando concluyan, podamos iluminar parte de este recorrido casi legendario que ha acompañado al protomártir durante siglos.
Mientras tanto, la figura de San Esteban sigue recordándonos que, incluso en la oscuridad de la historia, la fe deja huellas que nunca se borran del todo.










