Del lunes 10 de agosto de 1936 hay nueve mártires beatificados: dos redentoristas más de Cuenca; cuatro en la provincia de Valencia (el capellán del hospital de Alberic, el coadjutor de Banyeres de Mariola –José Toledo Pellicer-, un marista en Alzira y un salesiano en la capital); en pueblos de Tarragona el regente de Sarral –Lluís Sans Viñas– y un lasaliano -el hermano Fulbert Jaume-; y el hermano mercedario Antonio González Penín en Barcelona.
En Japón se conmemora el martirio del beato Agustín Ota, jesuita (1622); en Francia, de los sacerdotes Claudio José Jouiffret, Francisco Frangois y Lázaro Tiersot (1794); entre las víctimas del nazismo, el de los beatos Francisco Drzewiecki y Eduardo Grzymala, martirizados en Dachau (1942); en Rusia, la Iglesia ortodoxa ha glorificado a un diácono martirizado en esta fecha de 1918 (Nicolás Ponomarev) y a tres religiosos (Elena Astashkina, Anastasia Kamaeva, y Basilio Erekaev) más cinco laicos (Aref Eremkin, Iván Lomakin, Iván Mileshkin, Mavra Moiseeva e Iván Selmanov) martirizados en las purgas de 1937.
Pidió a Dios que retrasara su martirio para poder terminar un libro

Conocidos los martirios de los padres Goñi y Olarte, y el del obispo, y que el seminario era una cárcel, al padre Javier le entró una crisis de ansiedad, según los testimonios recogidos por Antonio M. Quesada. El ambiente martirial que comenzó a vivirse en el seminario le facilitó el asumir su muerte. Uno de los superiores del seminario de Cuenca (Camilo de Lelis Fernández -en la documentación suele aparecer como si de Lelis fuera su segundo apellido-), refugiado con él hasta el día 6 de agosto en que se fue, manifestó: «Todos tratábamos de prepararnos espiritualmente, puesto que creíamos que eran inminentes esos momentos en que podrían darnos la muerte. Puedo concretamente referir, en cuanto al P. Gorosterratzu, cómo en una de estas reuniones en que comentábamos la probabilidad ya de nuestra muerte él manifestaba piadosa e ingenuamente que terminaba de hablar con Jesús en la capilla y le había dicho que él estaba dispuesto a sufrir el martirio pero que si podría ser más adelante le agradaría poder terminar la historia que estaba escribiendo. Su nerviosismo temperamental se revestía en aquellos momentos trágicos, se manifestaba, con impresiones más vehementes, más fuertes; su conformidad con la voluntad de Dios —de la que yo creo haber hablado— paliaba o templaba estos sus mismos nerviosismos y excitaciones».

A las dos de la madrugada del día 10 de agosto de 1936 se abrieron las puertas del seminario y bajaron por las calles cuatro personas. Sor Escolástica Nuin Gorosterratzu pudo ver que sacaban a su tío, el padre Javier, junto con los otros, con las manos atadas atrás.
Entre los milicianos iba Elías Moya, el que había asesinado al obispo, arreando a los sacerdotes, haciéndolos adelantar mediante empujones. El cadáver del padre Javier fue recogido a la mañana siguiente en el camino del cementerio de Cuenca, con varios disparos en la cabeza.
Victoriano Calvo Lozano (hermano Víctor), de 39 años y oriundo de Horche (Guadalajara), quedó huérfano de madre a los diecisiete y un año después decidió hacerse redentorista, haciendo la profesión perpetua en 1924. Desde el año siguiente reside en Cuenca como hortelano, sacristán y portero. Estallada la revolución, el 20 de julio salió con el padre Julián Pozo, que estaba enfermo, y se alojaron en la casa de Eugenia y Joaquina Muñoz Girón (Andrés Cabrera número 22), hasta el 25 de julio, en que por indicación del superior, el padre Pedrosa, fueron ambos a alojarse en el seminario. De ahí fue sacado con el padre Gorosterratzu y siguió su misma suerte.
Los seis redentoristas mártires de Cuenca están enterrados en el Santuario del Perpetuo Socorro de Madrid; los ocho redentoristas de esa comunidad martirizados durante la revolución y los cuatro de la comunidad redentorista de la Basílica de San Miguel no han sido beatificados aún.



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