15 mártires del siglo XX en España terminaron su pasión el 4 de octubre de 1936: nueve hospitalarios, un estudiante franciscano –fray Alfredo Pellicer-, un sacerdote diocesano y la superiora del Hospital y Escuelas de Segorbe (Castellón) en la provincia de Valencia; un sacerdote en la de Murcia y otro en la de Almería, más un dominico -el famoso padre Gafo– en la Cárcel Modelo de Madrid.
En Rusia, la Iglesia ortodoxa ha glorificado a 14 mártires de este día: cuatro de 1918 (el arcipreste Alejo Stabnikov más los sacerdotes Juan Flerov, Constantino Shirokinsky y Alejandro Fedoseyev), ocho de 1937 (el archimandrita Mauricio Poletayev, el arcipreste Pedro Sakharovsky, el laico Basilio Kondratyev, más los sacerdotes Alejandro Belyakov, Andrés Benediktov, Juan Lazarev, Valentín y Juan Nikolsky), y dos sacerdotes más, de 1938 (Juan Bistrov) y de 1942 (Basilio Krymkin).
Capitana general en Melilla


A las 21 horas del día 4 fueron a buscarla, e insistieron en llevársela a pesar de que sus hermanas replicaron que estaba recostada por encontrarse indispuesta. Se puso el hábito, emocionada abrazó a cada hermana y les dijo: “Hasta el cielo”. Algunas quisieron acompañarla, pero no se lo permitieron. La metieron en el camión de los paseos y se dirigieron por la carretera de Algar de Palancia (Valencia). Ella, viendo sus intenciones, les dijo: “Me vais a matar, no hace falta que me llevéis más lejos”. La hicieron bajar del camión y ella, sin oponer resistencia alguna, les pidió que, por favor, esperaran un momento. Le pidieron que se volviese de espalda. Pero ella se opuso diciendo: “Morir de espaldas es de cobardes. Yo la quiero recibir de frente como Cristo y perdonar como Él perdonó”. Se puso de rodillas, oró con fervor, y sacó del bolsillo una pilita de agua bendita, se santiguó, besó el crucifijo y reconfortada les dijo: “Si os he ofendido en alguna cosa os pido perdón y si me matáis yo os perdono… ¡Cuando queráis podéis disparar!” Con los brazos abiertos, el crucifijo entre los dedos de la mano derecha, antes de recibir los disparos, confesó su fe así: “Creo en las Palabras de Jesucristo: Quien me confesare delante de los hombres, también yo le reconoceré delante de mi Padre”. Y recibió el primer disparo de perdigones en la cara y cuello. Aún, pudo exclamar: “Ay Dios mío, ten misericordia de mí”, y seguidamente cayó en la cuneta, empapada en su sangre. Los milicianos que le dispararon habían sido alimentados por ella en el Comedor de Caridad.
Desde 1959, la beata Martina está enterrada a los pies del camarín de la Virgen del Henar, patrona de Cuéllar y de los resineros.
Dos mártires de Bellreguard


Jamás dio una mala contestación a los que se reían de él
José Ruiz Berruezo, almeriense de Vera, era párroco de Líjar, contaba 60 años cuando fue asesinado en su localidad natal y beatificado el 25 de marzo de 2017 en Roquetas de Mar (también en Almería). La biografía diocesana constata que el gobernador civil consintió en su asesinato y que el sacerdote bendijo a los que lo mataron:
La Persecución Religiosa lo sorprendió veraneando en Garrucha y, al instante, fue detenido. Aunque fue liberado, volvieron a detenerle el ocho de agosto de 1936 y sufrió un prolongado cautiverio. Su familia gestionó, más el Gobernador indicó a los milicianos: « Haced con él lo que queráis, es cura. » Su primo, don Francisco Ruiz, narra que: « Cuando fue obligado a realizar los trabajos forzados en las calles de su mismo pueblo, jamás renegó de su fe, jamás tuvo una mala contestación a los que se reían de él, o le maltrataban y torturaban con un látigo para animarle a trabajar y provocar la risa de los espectadores. »
En la madrugada del cuatro de octubre, junto a trece prisioneros, fue amarrado y llevado a la carretera de Garrucha a Vera. Arrodillado y tras bendecir a sus verdugos recibió los disparos. Al errar los tiros, con una navaja le arrancaron la piel donde solía llevar la tonsura clerical. Tuvo tiempo de pedir a sus asesinos: « Que no sepa mi madre que me habéis matado. » Con una gran piedra aplastaron su cráneo para darle muerte.
Creador de los comités paritarios, diputado a Cortes… y asesinado en la puerta de la cárcel
José Gafo Muñiz, de 55 años y asturiano de Tiós (Campomanes), profesó como dominico en 1897 y se ordenó en 1905. La biografía publicada por su orden define su vida como «una no interrumpida campaña apostólica a favor de la clase obrera». Con el padre Tomás Sánchez Perancho recorrió España en busca de información sobre la situación de los obreros y la cuestión social. En Barcelona se entrevistó con el anarquista Ángel Pestaña. Como consejero de Trabajo inspiró la creación de comités paritarios; en 1932 estuvo encarcelado en el Penal de Ocaña. Fue diputado a Cortes en 1934 por Navarra, en representación de los sindicatos católicos. Estaba en funciones de superior del Convento de Santo Domingo el Real de Madrid, y procuró poner a salvo tanto a sus hermanos como a las dominicas del monasterio vecino. Estuvo en una pensión 25 días; optimista, con fe ciega en las clases populares, pero sobre todo en la masa obrera; hasta escribió una carta a Indalecio Prieto confiándole el cuidado de los libros y documentos del padre Alonso Getino y los suyos propios, pero todo se destruyó. Lo detuvieron el 11 de agosto; estuvo en los calabozos de la Dirección General de Seguridad hasta el 14, día en que lo llevaron a la Cárcel Modelo (sobrevivió al asalto cometido una semana después). Lo sacaron en la noche del 3 de octubre, al grito de: «Padre Gafo, en libertad». Fue martirizado al amanecer del 4 de octubre a pocos pasos de la puerta de la cárcel; al contemplar la foto de su cadáver acribillado a balazos, el agustino Carlos Vicuña, compañero de prisión, exclamó: «¡Parecía dormido el gran batallador católico!».
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