La cultura dominante en buena parte de Europa —especialmente en el seno de la Comisión Europea, en las democracias nórdicas y occidentales, y con España en un lugar destacado— exhibe cuatro rasgos inquietantes que conforman un paradigma civilizatorio en profunda tensión cuando no incompatibilidad con el humanismo cristiano. No son fenómenos aislados: se refuerzan entre sí, configuran un ecosistema moral y político, y exigen a los católicos un juicio sereno, pero también una responsabilidad histórica.
La abominación de la normalización del aborto masivo
El primer rasgo es la abominación de la normalización del aborto masivo, convertido en derecho indiscutible y, en ocasiones, en ideal eugenésico. Su raíz profunda no se halla solo en la presión social o económica, sino en la trivialización del impulso sexual, transformado de expresión total del amor en un consumo lúdico despojado de responsabilidad. La cultura contemporánea ha convertido el placer en principio rector, desligado de cualquier consideración moral o consecuencia vital. El aborto, en este marco, deja de ser tragedia para convertirse en “solución”. Lo que antes la conciencia reconocía como un límite se redefine ahora como un bien.
La apostasía masiva y pasiva
El segundo rasgo es la apostasía masiva y pasiva, que avanza en Europa sin violencia ni persecución, pero con la eficacia letal de la indiferencia. Millones de bautizados han abandonado la fe sin ruptura dramática: simplemente se han deslizado hacia una existencia donde Dios no cuenta, no molesta, pero tampoco ilumina. Este vaciamiento espiritual no es espontáneo: la cultura dominante lo promueve tanto directa como indirectamente, sustituyendo la trascendencia por bienestar psicológico, moralidad por emotividad, comunidad por identidades líquidas.
La construcción política de auténticas estructuras de pecado
El tercer elemento es la construcción política de auténticas estructuras de pecado, no ya toleradas sino celebradas. Políticas públicas, subsidios, programas educativos y marcos jurídicos consolidan comportamientos y visiones antropológicas contrarias al bien integral de la persona. Lo que antes se consideraba una desviación moral hoy se erige como derecho; lo que antes era un límite necesario, hoy se caricaturiza como opresión. La ingeniería moral se reviste de benevolencia progresista, pero actúa como fábrica de fragilidad social.
La acción política contraria a la ley natural y a la ley de Dios
El cuarto rasgo es la acción política contraria a la ley natural y a la ley de Dios, aceptada porque la mayoría ha asumido dos premisas: o bien que Dios no existe, o bien que su existencia es irrelevante. En ausencia de norma trascendente, todo queda sometido al deseo individual o al poder de una mayoría coyuntural y al procedimiento. Si un parlamento vota algo, ese algo se convierte en justo. Si el deseo lo dicta, la realidad debe adaptarse. Ya no hay límites que orienten la razón o frenen la voluntad; solo queda la imaginación sin contornos y el deseo sin responsabilidad.
Ante este diagnóstico, los católicos debemos preguntarnos con sinceridad: ¿es excesivo? ¿Debe matizarse hasta perder su fuerza descriptiva? ¿O describe con precisión una realidad que evitamos reconocer por miedo a sus implicaciones?
Quizá el riesgo opuesto también existe: el de sentirnos atraídos por un análisis maximalista porque legitima nuestra indignación. De ahí la importancia de una respuesta verdadera, no emocional. Porque basta con que dos de estas cuatro características sean ciertas para que nuestras sociedades resulten incompatibles con la fe cristiana y su propuesta de vida.
La cuestión siguiente es inevitable: ¿qué respuesta damos?
Y aquí surge otra tentación: pensar que los partidos de derecha alternativa representan la solución. La experiencia europea demuestra que no es tan simple. En Francia, la formación de Le Pen —hoy con opciones reales de alcanzar la presidencia mediante la candidatura de Jordan Bardella— se sumó sin rubor a la izquierda y a Macron para constitucionalizar el aborto. No fue su iniciativa, pero lo apoyaron; y en política, la adhesión pesa tanto como la propuesta. En Italia, la situación es distinta: Meloni camina con cautela, pero dibuja un perfil más cercano a una sensibilidad cristiana. Entretanto, VOX —con posiciones claras en estas materias— abandonó el grupo europeo de Meloni para alinearse con el bloque dominado por Le Pen. El desconcierto es evidente.
actuar significa más que dar testimonio personal; exige organización, estrategia, coherencia y propuesta cultural.
¿Cómo evitar esta confusión? La respuesta es más sencilla y exigente: actuando desde la convicción de que no podemos ser indiferentes ante la abominación moral, la apostasía estructural, las políticas de pecado y la amputación de la ley natural. Y actuar significa más que dar testimonio personal; exige organización, estrategia, coherencia y propuesta cultural.
Por eso considero que iniciativas como La Corriente Social Cristiana representan un paso necesario. No un refugio, sino un proyecto: con fundamentos claros, programa articulado, objetivos definidos y voluntad de convertirse en una corriente social mayoritaria, no en un grupo testimonial. Una propuesta que reconoce que la vida pública exige virtudes —prudencia, fortaleza, justicia y templanza— porque sin ellas ninguna acción política es verdaderamente cristiana.
Europa vive un momento decisivo. Y la historia enseña que, cuando una minoría creativa se organiza con lucidez moral, puede transformar una cultura entera.
Ser cristiano no es resistir en soledad: es organizar la esperanza. #AcciónCristiana #Renovación Compartir en X









