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Acomodados en la jaula

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“¡No, no y no! ¡Te digo que no!”, repiten algunos como loros. Bueno. Algunos, quizás era antes, porque ahora ya son más: son muchos; ¡demasiados! Hombres, mujeres, profesionales… y políticos, ¡muchos políticos!, ¡demasiados políticos! La cerrazón del “no” rotundo y perpetuo. Un vicio que en otros tiempos era considerado infantil, típico balbuceo del niño que empieza a adquirir conciencia, está hoy empezando a llenar campos de fútbol… como si de artistas del espectáculo se tratara.

Ciertamente, nos propinan a todos un buen espectáculo, digno de película de suspense, y hasta de terror. Porque nos tienen a todos boquiabiertos, mientras nos encadenan con sus retahílas de labia y labia y labia… ¡y labia! Hay para sentirse inmerso en el misterio de cómo consigue vomitar esa gente tanta parolaccia y tanta grosería, hilos e hilos de sandeces sin fin. Solo sabemos el comienzo, o mejor dicho lo intuimos, pues no descubrimos, aunque lo adivinamos, el origen certero que nos ocultan. Eso sí, el fin promete ser un desenlace que en verdad será un lazo para todos.

Y ¿qué tal si nos damos un paseo por el museo de cera? ¡Ahí están todos replicados! Tanta réplica consiguen los muy pillines, que recrean múltiples duplicados que se escurren sigilosamente algunos, y con estrépito, otros, llenando las calles de cerumen pegajoso que pringa todo cuanto toca, y resulta un superlativo escandaloso para la mirada de incrédulos ojos que antaño sufrían por lo contrario. “¡Arriba la libertad!”, “¡Al garete con Menganito!”, gritan los muy osados, ciertos como van de que serán replicados, y seguros como se sienten de venir flipados. Porque a todos nos flipan, ¡sí, señor! ¡Eso es drama del bueno!

¡Pues prepárense, señoras y señores, que el show acaba de empezar! Dormitamos en una jaula de grillos en la que nos vigilan por las cuatro esquinas y hasta con inteligencia artificial (IA, se dice ahora), con ayuda de la física cuántica, mire usted, pero no hay (al parecer, por ahora) motivo de queja más que la sensación del momento.

Sin duda, en la jaula estamos todos muy cómodos porque nos tienen anestesiados con sexo y otros estupefacientes al loro, y, como por ahora vamos acompañados de nuestros seres queridos (o los que nos convienen a cada momento, y si no, los cambiamos), no nos sentimos en la jaula. Pero las dependencias empiezan a tufar a desecho y va siendo un chiquirritín incómodo carecer de espacio donde retozar a gusto y no poder compartir algo (si es que algo queda) en la intimidad: la multitud ha sido endiosada, y súbitamente se sentirá el dios menor… precipitado y perdido en el abismo del Infierno. ¡Y esto es solo el principio! El sintagma verbal -la trama- vendrá después.

¡Pues prepárense, señoras y señores, que el show acaba de empezar! Clic para tuitear

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