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“Antaño en el año 2000…”

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“¿¡Antaño!?” –te exasperas tú ante tu liso y llano interlocutor-. “¡Tranqui, colega!” -te responde en el argot propio de quien vive la vida despreocupado ante el paso del tiempo-. Pues sí, debemos comprender que es una manera de leer el presente. Sin duda, los que tenemos cierta edad nos referimos al año 2000 como a anteayer, y nos sobresaltamos sobremanera cuando alguien se expresa como si el 2000 fuera la Edad de Piedra. Uno de sus motivos puede ser que nació entonces, el año en el que debía terminar el mundo. Y el mundo sigue dando vueltas…

Son cosas de viejas. Pero queda claro para todo aquel que se explique y escuche en abierta interacción con los jóvenes. De hecho, la vida puede ser mirada desde muchos puntos de vista, tantos como personas hay en el mundo, y encima, cada persona varía en función del tiempo, las relaciones y los acontecimientos. ¿Cuál será el criterio acertado? Aquel que marca la libertad. La libertad de buscar, de opinar, de dirigirse a alguien, de pensar. Y ellos –los imberbes- viven la vida despreocupados, incluso cuando te dicen, campechanos: “El mundo se acaba”.

“¡El mundo se acaba!”. ¡Lo mismo decíamos nosotros! –y seguimos y seguiremos diciéndolo: es ley de vida en la sociedad tecnológica de bien entrado el siglo XXI-. Hasta san Juan Pablo II cogió el toro por los cuernos y lo descornó al dedicar a todo el planeta –creyentes y no creyentesCruzando el umbral de la Esperanza, título de su visionario libro en que nos habría el futuro antes de su llegada. Cruzando el umbral, sí, pero umbral, y además, con esperanza. Porque el mundo sigue y seguirá, por muchos años, hasta que Dios quiera.

No es moco de pavo, no. Con su libro, el que vivió uno de los papados más largos y en uno de los tiempos más revueltos, se dirigía a los músicos y directores de música de la sociedad de los nuevos tiempos. Por eso el papa Francisco tomó el relevo del Papa polaco que le pasó el papa Benedicto, y lo pasará al siguiente, con brío de quien sabe de la vida, y nos impulsó adelante con su encíclica Laudato Si’, la que está siendo su partitura, sin temblarle el pulso y con batuta firme. Y es que no es de extrañar ante un papado valiente, osado y claro en sus intervenciones de Jefe de la Iglesia universal. No lo hace con duda de quien ve que el mundo se termina, sino como aquel que sabe que al mundo le quedan muchos años y que -eso sí- posiblemente viviremos –juntos, felices y gozosos- el triunfo de la Verdad que Jesús anuncia en su Evangelio, pero que remarca contundente en el Apocalipsis. Y el Apocalipsis no es una venganza ni un capricho, sino un final feliz en manos del Amor de Dios hecho hombre, que habrá demostrado, así, su Poder manifiesto, inequívoco e inapelable de que Él es el Señor de la vida y de la Historia. Y la vida y la Historia están para ser vividas.

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