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Aprovecha el verano para sembrar en tus hijos el amor por la lectura

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El verano, para muchas familias, representa un respiro en el ritmo agitado del año escolar. Aunque es tiempo de descanso, de juego, de sol, de mar o montaña, de reencuentro familiar, también puede y debe ser tiempo de formación.

Una de las formas más eficaces de encauzar la libertad infantil es mediante la creación de hábitos.

No se trata de llenar el verano con actividades extracurriculares o cuadernos de repaso, sino de algo más profundo: la formación de la persona a través de la lectura.

Uno de los hábitos más nobles, y que más frutos puede dar en la vida entera de un ser humano, es el de la lectura. Leer forma, eleva y entretiene.

Ya Aristóteles, con su sabiduría perenne, afirmaba que la excelencia moral es fruto del hábito. Nos volvemos justos, decía, practicando la justicia; templados, practicando la templanza; valientes, practicando la valentía.

Lo mismo ocurre con la lectura. Nadie nace lector; uno se hace lector. Y eso requiere una pedagogía que empieza en casa, a menudo con pequeñas decisiones: establecer un tiempo para leer cada día, tener libros disponibles y accesibles, dar ejemplo leyendo nosotros también.

El reto es grande. Pues la lectura exige esfuerzo y concentración.

Como dijo Nicolás Gómez Dávila, leer “es sentir un golpe, hallar un obstáculo, sustituir la ductilidad pasiva y perezosa de nuestro pensamiento por los inflexibles carriles de un pensamiento ajeno”. Pero justamente por eso es formativa.

Leer educa porque nos confronta, nos exige, nos lleva más allá de nosotros mismos.

El verano es una oportunidad privilegiada para iniciar o consolidar este hábito en nuestros hijos. El tiempo relajado, la ausencia de deberes escolares, la disposición emocional al descanso y al descubrimiento son condiciones ideales para proponer un pacto familiar de lectura: un momento del día, quizá tras la comida o antes de dormir, donde todos leamos. Sin excepciones y sin distracciones. Una especie de liturgia doméstica de la palabra escrita.

Y lo hermoso es que, cuando la lectura se convierte en hábito, se transforma en deleite. Porque, como bien sabemos los lectores empedernidos, hay un gozo profundo en sumergirse en las páginas de un libro.

La experiencia familiar de muchos lo confirma. Esas escenas que parecen inverosímiles, niños que prefieren acabar una página antes de cenar, adolescentes que caminan por el pasillo sin despegar los ojos del libro, son reales. Se da cuando el hábito se ha convertido en pasión.

No se trata, por tanto, de una tarea más para el verano es una siembra. De poner una semilla que puede dar frutos que acompañen a nuestros hijos toda su vida. Frutos muy especiales  de pensamiento, de sensibilidad, de interioridad… Los cuales ayudarán a formar su carácter, a desarrollar su juicio, a enriquecer su alma.

Leer también puede ser una forma de buscar la Verdad. Y, a veces, una forma de encontrarla.

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