Este domingo, 6 de junio, el Papa Francisco ha presidido la Santa Misa del Corpus Christi Jesús desde el altar de la Catedra en la Basílica Vaticana, deteniéndose, durante su homilía, en explicar de que manera podemos nosotros hoy preparar la Pascua del Señor – al igual que los discípulos prepararon el lugar donde iban a celebrar la cena Pascual – y entender cuales son lugares de nuestra vida en los que el Señor pide que lo recibamos. Sus respuestas se han detenido en tres imágenes del Evangelio.
Según explica Vatican News, el Papa recuerda que Jesús dice a los suyos que adonde los conduzca un hombre con un cántaro de agua, allí se podrá celebrar la cena de Pascua.
“Ese hombre, totalmente anónimo, se convierte en guía para los discípulos que buscan el lugar que después será llamado el Cenáculo. Y el cántaro de agua es el signo para reconocerlo. Un signo que nos lleva a pensar en la humanidad sedienta, siempre en busca de un manantial de agua que la sacie y la regenere” ha dicho el Papa Francisco. Pero – dice – esta “señal” simbólica se refiere a que, para saciar esta sed, el agua de las cosas mundanas no sirve “porque se trata de una sed más profunda, que sólo Dios puede satisfacer”.
Por tanto, el Papa explica que para celebrar la Eucaristía “es preciso reconocer, antes que nada, nuestra sed de Dios: sentirnos necesitados de Él, desear su presencia y su amor, ser conscientes de que no podemos salir adelante solos” y pone de relieve e drama actual en el que encontramos a menudo que la sed ha desaparecido: “Se han extinguido las preguntas sobre Dios, se ha desvanecido el deseo de Él, son cada vez más escasos los buscadores de Dios. Dios no atrae más porque no sentimos ya nuestra sed profunda”. Por ende, la invitación de Francisco es que como Iglesia no puede ser suficiente el grupito de asiduos que se reúnen para celebrar la Eucaristía; “debemos ir a la ciudad, encontrar a la gente, aprender a reconocer y a despertar la sed de Dios y el deseo del Evangelio”.
Es allí donde Jesús y los suyos celebrarán la cena pascual y esta habitación se encuentra en la casa de una persona que los aloja. Se trata – dice el Papa – de “una habitación amplia para un pequeño pedazo de Pan”. Dios se hace pequeño como un pedazo de pan y justamente por eso es necesario un corazón grande para poder reconocerlo, adorarlo y acogerlo: “La presencia de Dios es tan humilde, escondida, en ocasiones invisible, que para ser reconocida necesita de un corazón preparado, despierto y acogedor” explica el Santo Padre durante el Corpus Christi. De hecho, dice: “Si nuestro corazón no tiene una habitación amplia, se parece a un depósito donde conservamos con añoranza las cosas pasadas; si se asemeja a un desván donde hemos dejado desde hace tiempo nuestro entusiasmo y nuestros sueños; si se parece a una sala angosta y oscura porque vivimos sólo de nosotros mismos, de nuestros problemas y de nuestras amarguras, entonces será imposible reconocer esta silenciosa y humilde presencia de Dios”.
Por tanto, destaca la invitación del Papa durante el Corpus Christi a “ensanchar el corazón”, a “salir de la pequeña habitación de nuestro yo y entrar en el gran espacio del estupor y la adoración”. Además, invita también a la Iglesia a ser una sala amplia: “No un círculo pequeño y cerrado, sino una comunidad con los brazos abiertos de par en par, acogedora con todos”. “La Iglesia de los perfectos y de los puros – dice – es una habitación en la que no hay lugar para nadie; la Iglesia de las puertas abiertas, que festeja en torno a Cristo es, en cambio, una sala grande donde todos pueden entrar”.
Es el gesto eucarístico por excelencia, el gesto que identifica nuestra fe, el lugar de nuestro encuentro con el Señor que se ofrece para hacernos renacer a una vida nueva. Se trata de un gesto “sorprendente” dice el Papa, pues hasta ese momento se inmolaban corderos y se ofrecían en sacrificio a Dios, “ahora es Jesús el que se hace cordero y se inmola para darnos la vida”. Es más, el Papa explica “que es el Señor, que no quebranta a nadie, sino que se parte a sí mismo; es el Señor, que no exige sacrificios, sino que se sacrifica él mismo, es el Señor, que no pide nada, sino que entrega todo”. Al final de su homilía, el Papa recuerda que, para celebrar y vivir la Eucaristía, también nosotros estamos llamados a vivir este amor: “Porque no puedes partir el Pan del domingo si tu corazón está cerrado a los hermanos. No puedes comer de este Pan si no compartes los sufrimientos del que está pasando necesidad”.